Bajo Seudónimo

capitulo 19

El restaurante elegido por Tomás era pequeño y acogedor, con luces tenues y una música suave de fondo. Valeria miró a su alrededor con una sonrisa, apreciando la calidez del lugar.

—Bonita elección —comentó mientras Tomás le apartaba la silla para que se sentara.

—Quería algo especial, pero sin pretensiones —respondió él con una sonrisa mientras tomaba asiento frente a ella—. Además, tienen un menú increíble, y sé que te encanta probar cosas nuevas.

Valeria alzó una ceja, sorprendida por el detalle.

—¿Has estado investigando mis gustos?

Tomás se encogió de hombros con fingida inocencia.

—Digamos que he prestado atención.

La conversación fluyó con facilidad mientras exploraban el menú. Valeria se sorprendió de lo relajada que se sentía, a pesar de que técnicamente era su primera cita oficial.

—Entonces dime —dijo Tomás después de un sorbo de vino—, si pudieras escribir cualquier historia sin restricciones, sin miedo, ¿cuál sería?

Valeria jugueteó con su copa, pensativa.

—Creo que escribiría sobre alguien que aprende a confiar en sí mismo —respondió con una sonrisa leve—. Alguien que descubre que, a veces, lo que menos planeas es lo que más vale la pena.

Tomás la miró con intensidad.

—Suena como una historia que me encantaría leer.

La cena transcurrió entre risas, anécdotas y pequeñas confesiones. Cada palabra que intercambiaban parecía acortar la distancia entre ellos, como si estuvieran construyendo algo nuevo, página a página.

Cuando finalmente salieron del restaurante, el aire fresco de la noche los envolvió. Tomás se detuvo y miró a Valeria con una sonrisa juguetona.

—¿Te apetece seguir improvisando?

Ella rió suavemente.

—¿Tienes algo en mente, Ferrer?

Tomás señaló un pequeño parque iluminado a unos metros de distancia.

—Caminar sin rumbo, hablar de cualquier cosa. Sin guiones, sin finales predecibles.

Valeria tomó su mano sin dudar.

—Me parece perfecto.

Y con eso, siguieron adelante, sin prisa, disfrutando del momento sin preocuparse por lo que vendría después.

El parque tenía una belleza serena bajo la tenue luz de las farolas. El aire nocturno era fresco, pero no incómodo. Valeria y Tomás caminaban sin rumbo fijo, disfrutando del crujir de la grava bajo sus pies y del murmullo de la ciudad en la distancia.

—Hace mucho que no hago algo así —confesó Valeria, girando la cabeza para mirarlo.

Tomás la observó con curiosidad.

—¿Algo así como qué?

Ella extendió los brazos hacia el cielo oscuro, donde unas pocas estrellas lograban hacerse visibles entre las luces de la ciudad.

—Salir sin un plan, sin expectativas. Simplemente… estar —respondió con una sonrisa.

Tomás la estudió por un momento antes de asentir.

—Es curioso. Siempre creí que eras alguien que improvisaba todo el tiempo. Desde el momento en que entraste en mi vida, lo hiciste con una espontaneidad caótica que me sacó completamente de mi rutina.

Valeria rió suavemente, cruzando los brazos sobre su pecho.

—Eso es porque no viste todo el pánico interno que había detrás.

Tomás la miró con una mezcla de ternura y diversión.

—Bueno, si sirve de consuelo, lo manejaste muy bien.

El sonido de una fuente cercana captó su atención, y sin pensarlo demasiado, Valeria se acercó y se sentó en el borde de mármol, mirando el reflejo del agua. Tomás hizo lo mismo, dejando escapar un suspiro tranquilo.

—Dime algo —dijo ella, rompiendo el silencio—. ¿Alguna vez escribiste algo más allá de tus críticas? ¿Un cuento, un poema, lo que sea?

Tomás sonrió, pero su mirada se volvió más introspectiva.

—Hace años, cuando aún pensaba que podía ser escritor. Pero lo dejé cuando me di cuenta de que era mejor analizando historias que creándolas.

Valeria frunció el ceño, inclinando la cabeza con interés.

—Eso no significa que no puedas hacerlo. Solo que te convenciste de que no eras lo suficientemente bueno.

Tomás soltó una leve carcajada.

—Ahora suenas como yo cuando te dije que publicaras bajo tu nombre.

Ella sonrió de lado, encogiéndose de hombros.

—Tal vez te estoy devolviendo el favor.

Un viento ligero sopló entre ellos, revolviendo los mechones de cabello de Valeria. Tomás la miró en silencio por un instante antes de hablar.

—¿Y si escribimos algo juntos?

La pregunta la tomó por sorpresa. No porque no le gustara la idea, sino porque jamás habría imaginado que Tomás Ferrer, el crítico meticuloso, se atreviera a dar ese paso.

—¿En serio? —preguntó, asegurándose de que no estuviera bromeando.

Tomás asintió con seriedad.

—Sí. Nada formal, nada que tenga que publicarse. Solo algo nuestro. Algo sin presión, sin expectativas. Solo escribir por el placer de hacerlo.

Valeria sintió un cosquilleo de emoción en la boca del estómago. La idea la entusiasmaba más de lo que quería admitir.

—De acuerdo —dijo, extendiendo la mano hacia él—. Es un trato.

Tomás tomó su mano y la estrechó con firmeza, como si sellaran un pacto silencioso.

—Es un trato.




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