Bajo Seudónimo

capitulo 22

El silencio que siguió a las palabras de Tomás no era incómodo. Era un silencio cargado de significado, de promesas implícitas y de caminos que ambos aún no habían decidido recorrer, pero que parecían inminentes.

Valeria apoyó la pluma sobre la libreta y se quedó mirando las palabras que habían escrito juntos. Eran un reflejo de ellos mismos: dos personas que comenzaron en lados opuestos de la página, pero que, línea a línea, se habían ido encontrando.

—Es extraño —dijo ella finalmente—. Siento que esta historia que estamos escribiendo… no es solo ficción.

Tomás ladeó la cabeza, sus ojos brillando con algo más que diversión.

—Tal vez no lo sea —respondió con calma.

El peso de esa afirmación hizo que Valeria soltara una risa nerviosa.

—¿Y qué hacemos con eso? —preguntó en voz baja.

Tomás tomó la libreta y la cerró con suavidad antes de mirarla directamente a los ojos.

—Seguimos escribiendo —dijo—. Como siempre. Sin prisa, sin miedo.

Valeria asintió, sintiendo que las palabras de Tomás no solo se aplicaban a la historia en el papel, sino a la historia que estaban construyendo entre ellos.

La noche seguía envolviéndolos en su quietud, pero algo en el aire había cambiado. Ya no eran solo escritora y crítico, ni rivales con cuentas pendientes. Eran dos personas descubriéndose mutuamente, sin guion, sin finales preescritos.

Tomás se puso de pie y le tendió una mano.

—Ven, te acompaño a casa.

Valeria tomó su mano sin dudar. Y mientras caminaban juntos bajo la luz de las farolas, supo que, por primera vez en mucho tiempo, no tenía miedo de lo que el futuro les deparaba.

El camino de regreso fue tranquilo, pero lleno de una tensión sutil que ninguno de los dos parecía querer romper. Valeria sentía la calidez de la mano de Tomás envolviendo la suya, un contacto que se sentía cada vez más natural, más inevitable. Sus pasos resonaban en la acera vacía, en perfecta sincronía, como si hubieran estado caminando juntos toda la vida.

—¿En qué piensas? —preguntó Tomás en un susurro, como si temiera romper la magia del momento.

Valeria sonrió, sin apartar la vista del camino.

—En que nunca imaginé que terminaría aquí. Que algo que empezó como una mentira me llevaría a lo más honesto que he vivido en mucho tiempo.

Tomás se detuvo de golpe y la hizo girar para mirarlo. Sus ojos oscuros reflejaban la luz de la farola más cercana, intensos y llenos de algo que Valeria no se atrevía a nombrar.

—¿Y eso te asusta? —preguntó él, su voz cargada de una emoción contenida.

Valeria tragó saliva. ¿La asustaba? Claro que sí. Pero no de la forma en que la había asustado antes. No era miedo al fracaso ni a la mentira descubierta. Era miedo a lo que significaba aceptar que Tomás Ferrer, el crítico que había detestado con cada fibra de su ser, era ahora la única persona en la que realmente confiaba.

—Sí —admitió, con un susurro apenas audible—. Pero no lo suficiente como para alejarme.

Tomás soltó una leve risa, baja y casi aliviada. Levantó una mano y, con una suavidad que la desarmó, le apartó un mechón de cabello del rostro.

—Bien —dijo—. Porque no pienso dejar que te alejes.

Y entonces, sin darle tiempo a reaccionar, la besó.

Fue un beso lento, deliberado, como si ambos estuvieran asegurándose de que aquello era real. Y cuando Valeria cerró los ojos y se dejó llevar, supo sin lugar a dudas que no había vuelta atrás.

El beso fue como la culminación de cada palabra no dicha, de cada mirada cargada de significado y de cada línea que habían escrito juntos. No había prisa, solo la certeza de que ambos habían llegado hasta ese momento sin siquiera buscarlo.

Cuando se separaron, Valeria mantuvo los ojos cerrados por un instante más, como si quisiera conservar la sensación un poco más. Tomás apoyó su frente contra la de ella, su respiración aún desacompasada.

—Eso fue… inesperado —murmuró Valeria, con una sonrisa que no pudo contener.

Tomás rió suavemente, pasando su pulgar por la curva de su mejilla.

—Para ser alguien que improvisa todo el tiempo, te sorprendes demasiado —bromeó.

Valeria abrió los ojos y lo miró con diversión.

—Esto no era parte del trato, Ferrer.

Tomás arqueó una ceja, divertido.

—¿No? ¿Y qué trato era ese? Porque creo que las cláusulas nunca estuvieron muy claras.

Ella negó con la cabeza, fingiendo exasperación, pero la calidez en su pecho desmentía cualquier intento de indiferencia. Sintió el impulso de decir algo más, de intentar definir lo que acababa de pasar, pero por primera vez en su vida, decidió no buscar explicaciones.

—¿Quieres subir? —preguntó en un murmullo, insegura pero con una emoción vibrante recorriéndole el cuerpo.

Tomás la miró por un largo segundo, como si considerara cada posible respuesta. Finalmente, con una sonrisa ladeada, negó con la cabeza.

—No esta noche —dijo con suavidad—. Pero mañana… mañana quiero seguir escribiendo nuestra historia.

Y con esa simple promesa, Valeria supo que aquello no era solo un momento pasajero. Era el comienzo de algo que, por primera vez en mucho tiempo, no la asustaba en absoluto.




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