Bajo Seudónimo

capitulo 24

El peso de las palabras escritas en la nota se sintió como un punto de inflexión para Valeria. No era solo un juego de escritura, no era una simple historia improvisada en servilletas y hojas sueltas. Era algo que se había infiltrado en su vida de una manera en la que jamás habría imaginado.

Tomás la observó con paciencia, dándole el espacio necesario para procesar todo lo que significaba esa pequeña declaración escrita. Valeria no solía quedarse sin palabras, pero esta vez sintió que cualquier respuesta que diera debía estar a la altura de lo que él acababa de confesarle de manera tan sutil.

Tomó aire y sonrió levemente.

—Entonces tendremos que asegurarnos de que sea una historia digna de contarse —dijo finalmente, sintiendo que no había respuesta más honesta que esa.

Tomás asintió, su expresión reflejando satisfacción, pero también cierta ternura. Sin más palabras, deslizó las manos en los bolsillos y se inclinó un poco hacia ella.

—Nos veremos después, Suárez. No olvides la próxima línea de nuestra historia.

El día transcurrió con una ligereza extraña para Valeria. No importaban los correos urgentes ni los plazos ajustados, porque en su mente solo había un pensamiento recurrente: Tomás. Sus palabras, su desafío implícito, la forma en que la miraba como si realmente creyera en todo lo que ella aún dudaba sobre sí misma.

Al salir de la oficina, encontró un mensaje suyo en su teléfono.

Tomás: "Café en nuestro lugar habitual. Sin libretas esta vez, solo nosotros. ¿Te animas?"

Valeria mordió su labio, sintiendo una oleada de emoción recorrer su pecho. Había algo en la manera en que él siempre dejaba las decisiones en sus manos, sin presionarla, dándole la libertad de elegir.

Valeria: "Voy en camino. Pero no creas que eso significa que voy a dejar de escribirte frases mejores que las tuyas."

Llegó a la cafetería y lo vio en la mesa de siempre, esperándola con dos cafés ya servidos. Tomás levantó la vista y sonrió al verla, como si hubiera estado seguro de que ella diría que sí.

—No traje libreta —dijo ella, sentándose frente a él.

—Lo sé. A veces las mejores historias no necesitan escribirse. Solo vivirse —respondió él con naturalidad.

Valeria lo miró por un momento, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, no tenía que escribir para sentirse parte de una historia. Porque esta vez, la historia ya era suya.

El aroma del café flotaba en el aire, envolviéndolos en un ambiente cálido y casi íntimo. Valeria tomó la taza entre sus manos, disfrutando del calor que se extendía por sus dedos, pero más aún, disfrutando de la presencia de Tomás frente a ella. Habían pasado tanto tiempo intercambiando palabras en papel, que sentarse simplemente a conversar, sin un guion previo, se sentía como un nuevo tipo de aventura.

—Así que… ¿qué hacemos ahora? —preguntó Valeria con una sonrisa juguetona, mientras removía su café con la cucharilla.

Tomás la observó, apoyando un codo en la mesa y estudiándola con esa mirada suya que parecía desentrañar secretos sin esfuerzo.

—Supongo que ahora nos toca escribir sin tinta, pero con hechos —respondió él, con un brillo travieso en los ojos.

Valeria soltó una leve risa.

—Eso suena como el eslogan de una novela cursi.

Tomás asintió con fingida solemnidad.

—Y, sin embargo, aquí estamos, viviendo una.

Las palabras de Tomás flotaron entre ellos con un peso inesperado. Valeria sintió un pequeño cosquilleo en el estómago, esa mezcla de emoción y vértigo que se experimenta cuando uno se asoma a algo completamente desconocido. No era solo una historia que estaban escribiendo juntos, era la posibilidad de algo más grande, más real.

—¿Te das cuenta de que esto no era parte del plan? —dijo Valeria, inclinándose un poco sobre la mesa.

Tomás sonrió de lado, llevando su taza de café a los labios antes de responder.

—Lo mejor de las historias son los giros inesperados.

Valeria entrecerró los ojos, como si lo analizara.

—Así que ahora somos un giro argumental.

Tomás dejó la taza sobre la mesa y la miró fijamente.

—No. Somos la historia que nadie vio venir.

El corazón de Valeria se aceleró, pero no con el temor que había sentido antes, cuando todo esto aún se sentía como una mentira a punto de derrumbarse. Esta vez, era diferente. Esta vez, quería descubrir qué sucedía después.

Valeria dejó la taza sobre la mesa, apoyando los codos y entrelazando las manos frente a su rostro. Observó a Tomás con una mezcla de curiosidad y expectativa. Era cierto, nadie habría anticipado que la escritora fantasma y el crítico más exigente terminarían aquí, compartiendo más que palabras.

—Entonces, si somos la historia que nadie vio venir —dijo ella, con una sonrisa que apenas ocultaba su emoción—, ¿cómo seguimos?

Tomás inclinó la cabeza levemente, como si estuviera evaluando su respuesta. Luego, con su típica calma calculada, respondió:

—Como cualquier buena historia, sin prisa y sin miedo.

Valeria asintió, dejándose envolver por la tranquilidad de sus palabras. Era fácil temer a lo desconocido, a los finales inciertos, pero algo en la seguridad de Tomás le hacía querer intentarlo.

El café se fue enfriando mientras la conversación entre ellos fluía sin esfuerzo. Hablaron de literatura, de autores que los habían inspirado, de las veces que un libro les había cambiado la vida. Y entre cada anécdota, entre cada broma y mirada sostenida, Valeria sintió cómo el espacio entre ellos se reducía sin necesidad de palabras grandiosas o promesas apresuradas.

En algún punto de la conversación, Tomás se inclinó ligeramente hacia ella, apoyando un antebrazo sobre la mesa.

—Tengo una propuesta —dijo con un destello de complicidad en los ojos.

Valeria levantó una ceja, divertida.

—¿Otra? Ya deberíamos escribir un contrato formal con tantas propuestas que me haces, Ferrer.




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