El aire entre ellos se cargó de una emoción distinta, una mezcla de expectativa y asombro. Valeria jugueteó con el borde de su taza, intentando procesar lo que Tomás acababa de proponer. La idea de escribir un libro juntos era emocionante y aterradora a la vez.
—¿Y qué clase de historia escribiríamos? —preguntó finalmente, su voz más suave de lo que esperaba.
Tomás sonrió, apoyándose un poco más en la mesa, como si estuviera a punto de compartir un secreto.
—Una historia sobre dos personas que nunca imaginaron encontrarse en la misma página —dijo con tranquilidad—. Sobre cómo lo inesperado a veces nos lleva a los mejores capítulos de nuestras vidas.
Valeria sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No podía negar que la propuesta tenía sentido, que reflejaba exactamente lo que estaban viviendo. Se mordió el labio, intentando ocultar la sonrisa que amenazaba con escaparse.
—Eso suena sospechosamente parecido a nuestra historia, Ferrer —murmuró.
Tomás rió entre dientes.
—¿Y si lo fuera? Tal vez sea hora de dejar de escribir sobre otros y contar lo que realmente importa.
Las palabras flotaron entre ellos, pesando más de lo que cualquiera de los dos se atrevía a admitir. Valeria no estaba acostumbrada a exponerse de esa manera, pero la confianza con la que Tomás hablaba la hacía sentir que tal vez, solo tal vez, no era una idea tan descabellada.
—¿Y qué pasa si nos quedamos sin ideas? —preguntó en un intento de disimular su nerviosismo.
Tomás sonrió de lado y entrelazó los dedos sobre la mesa.
—Entonces improvisamos. Como siempre lo hemos hecho.
Valeria soltó una carcajada ligera, sintiendo cómo el peso del miedo se disipaba poco a poco. La idea de escribir un libro con Tomás ya no le parecía una locura, sino un reto, un salto al vacío que estaba dispuesta a tomar.
—Está bien, Ferrer. Hagámoslo —dijo finalmente.
Tomás la observó por un largo segundo, como si quisiera grabar ese momento en su memoria.
—Entonces empecemos a escribir nuestra historia.
La confirmación de Valeria pareció sellar un acuerdo tácito entre ellos. Tomás la miró con una mezcla de orgullo y algo más que ella aún no se atrevía a nombrar. Compartían muchas cosas: la pasión por las palabras, el amor por las historias, pero ahora tenían algo más grande entre manos. Algo que era completamente suyo.
—Bien —dijo Tomás, esbozando una sonrisa de satisfacción—. Entonces, ¿por dónde empezamos?
Valeria tamborileó los dedos sobre la mesa, fingiendo pensarlo.
—Supongo que como cualquier historia… por el principio —respondió con un destello de diversión en los ojos.
Tomás dejó escapar una risa suave.
—¿Y cómo sabemos cuál es el principio correcto?
Valeria inclinó la cabeza, como si meditara su respuesta. Luego, con un gesto despreocupado, tomó una servilleta y escribió una frase con letra elegante: "Las mejores historias comienzan con un encuentro inesperado."
Tomás leyó la frase y asintió lentamente, como si degustara cada palabra. Luego, sin decir nada, tomó la servilleta y escribió debajo:
"O con una mentira que, sin quererlo, se convierte en la verdad más grande de todas."
Valeria sintió un escalofrío recorrerle la piel. Sabía exactamente a qué se refería. A lo que había comenzado entre ellos como un engaño, una venganza impulsiva, y que ahora se había transformado en algo tan real que la asustaba.
—Vas a hacer que este libro sea demasiado dramático —bromeó, tratando de aligerar el ambiente.
Tomás alzó una ceja con fingida inocencia.
—¿Y acaso no te encantan las historias dramáticas?
Valeria sonrió, sintiendo que todo aquello—el libro, la historia, incluso la tensión entre ellos—era solo el comienzo de algo más grande. Algo que, por primera vez, no le daba miedo escribir.
El murmullo de la cafetería se desvaneció en un segundo plano mientras Valeria y Tomás continuaban su improvisado intercambio de frases. Habían comenzado con una servilleta, pero ahora, la historia cobraba forma en la libreta que Valeria llevaba a todas partes. Las palabras fluían entre ellos como si siempre hubieran estado esperando ser escritas.
—Si seguimos así, vamos a terminar con un manuscrito antes de darnos cuenta —comentó Valeria, cerrando la libreta con una sonrisa satisfecha.
Tomás la observó con una expresión de complicidad.
—¿Y eso sería algo malo? —preguntó, apoyando el codo sobre la mesa y recostando la barbilla en su mano.
Valeria negó con la cabeza, pensativa.
—No, solo que… nunca imaginé que escribir algo contigo sería tan fácil. Antes de conocerte, pensaba en los críticos como los villanos de mi historia.
Tomás rió suavemente.
—Y ahora, ¿qué piensas?
Valeria entrecerró los ojos con fingida sospecha.
—Aún no decido si eres el héroe o el antihéroe.
Tomás hizo un gesto dramático, llevándose una mano al pecho.
—Eso duele, Suárez. Después de todo lo que hemos pasado.
Ella rió, pero la verdad era que su comentario no había sido del todo una broma. Su relación con Tomás era todo menos convencional, un equilibrio entre rivalidad y entendimiento que los había llevado hasta allí, sentados en la misma mesa, compartiendo una historia que quizás, al final, no fuera solo de ficción.
Tomás deslizó un dedo por el borde de su taza, pensativo.
—Tal vez no soy ni héroe ni villano. Solo un tipo que tuvo la suerte de cruzarse con una escritora que no teme desafiarlo.
Valeria sintió el peso de sus palabras y algo en su pecho se apretó levemente. No era solo un cumplido, era una verdad que ella también empezaba a aceptar. No estaban escribiendo solos. Y eso lo cambiaba todo.