Bajo Seudónimo

Capitulo 28

Valeria siguió a Tomás a través de la reja entreabierta, sintiendo una mezcla de emoción y travesura recorriéndole el cuerpo. La noche era fresca, y la luna iluminaba el sendero de tierra que serpenteaba a través del parque cerrado. A su alrededor, el sonido lejano de la ciudad parecía un eco distante, como si hubieran entrado en un mundo aparte, un espacio solo para ellos.

—¿Planeas que pasemos la noche en la cárcel? —bromeó Valeria, manteniendo el tono bajo aunque su sonrisa la delataba.

Tomás le devolvió una mirada llena de diversión.

—Si fuera así, al menos tendríamos material para escribir un gran capítulo —replicó, dándole un suave apretón en la mano mientras la guiaba hacia una zona más apartada.

Cuando llegaron al claro, Valeria se detuvo en seco. Frente a ellos, en medio del césped, había una manta extendida, rodeada de pequeñas luces que parpadeaban suavemente, como luciérnagas atrapadas en frascos de cristal. Una pequeña cesta de picnic y dos copas descansaban en el centro del improvisado refugio.

—¿Hiciste todo esto? —preguntó Valeria en un susurro, conmovida por el detalle.

Tomás se encogió de hombros, con esa confianza suya tan característica.

—Digamos que me gusta asegurarme de que mis historias favoritas tengan buenos escenarios.

Valeria se dejó caer sobre la manta y tomó una de las copas mientras Tomás servía el vino. El ambiente era tan perfecto que por un momento se permitió solo disfrutar. Sin presión, sin guiones, sin preocupaciones.

—¿Sabes qué es lo mejor de todo esto? —dijo ella después de un sorbo de vino.

—Dime —respondió Tomás, recostándose sobre un codo para mirarla.

—Que por primera vez, no tengo idea de lo que va a pasar después. Y eso no me asusta.

Tomás sonrió y alzó su copa, chocándola suavemente contra la de ella.

—Brindemos por los finales que aún no están escritos.

Valeria sonrió, y por primera vez, sintió que su historia estaba justo donde debía estar.

El brindis entre ellos resonó en la quietud del parque, como un pacto silencioso entre dos personas que habían aprendido a dejarse llevar por lo inesperado. Valeria sostuvo su copa unos segundos más, observando a Tomás con una calidez que no necesitaba palabras para ser entendida.

—Si alguien me hubiera dicho hace unos meses que terminaría aquí, brindando contigo en un parque a escondidas, le habría recomendado un buen psicólogo —confesó con una risa suave.

Tomás ladeó la cabeza, su sonrisa reflejando la misma incredulidad que ella sentía.

—Y si alguien me hubiera dicho que la escritora con la que discutía sin cesar se convertiría en la persona con la que quiero escribir algo más que críticas y reseñas… probablemente le habría dado la razón y huido corriendo.

Valeria le dio un leve empujón en el brazo, pero no pudo contener la sonrisa.

El silencio entre ellos ya no era incómodo, sino cómodo, como si cada pausa solo sirviera para reafirmar lo que estaban descubriendo juntos. La brisa nocturna soplaba suavemente, agitando los mechones sueltos del cabello de Valeria mientras Tomás la observaba con algo más que diversión en sus ojos.

—¿Qué sigue ahora? —preguntó ella en voz baja.

Tomás dejó su copa a un lado y se acercó un poco más, sin romper la burbuja de calma que habían creado.

—Podemos seguir escribiendo juntos —dijo con naturalidad—. No solo en papel, sino en la vida. Sin finales apresurados, sin presiones, solo viendo a dónde nos lleva.

Valeria sintió un nudo en la garganta, pero esta vez no era miedo, sino emoción pura. Había pasado tanto tiempo planificando su vida, su carrera, sus estrategias, que la idea de simplemente dejarse llevar se sentía como el mayor acto de valentía.

—Entonces —susurró—, sigamos escribiendo.

Las palabras quedaron suspendidas entre ellos, flotando en la brisa nocturna con la misma delicadeza de un final de capítulo que promete más. Valeria sintió el calor en su pecho expandirse, esa sensación de plenitud que pocas veces había experimentado en su vida.

Tomás no dijo nada más. En su lugar, entrelazó sus dedos con los de ella, sellando su promesa con un gesto simple pero profundo. No había necesidad de grandes discursos ni declaraciones dramáticas. Ambos sabían lo que significaba.

—Así que —murmuró Tomás, con una media sonrisa—, ¿crees que nuestros lectores estarán satisfechos con este giro de la historia?

Valeria inclinó la cabeza con fingida seriedad.

—Dependerá de cómo lo terminemos. Pero creo que un poco de incertidumbre siempre deja con ganas de más.

Tomás soltó una risa baja.

—Eso suena sospechosamente como una excusa para que sigamos improvisando juntos.

Valeria apretó suavemente su mano, disfrutando de la calidez del contacto.

—Exactamente. ¿O acaso pensaste que esta historia iba a tener un punto final tan pronto?

Tomás la miró con una mezcla de diversión y ternura.

—Nunca. Prefiero los puntos suspensivos.

El silencio volvió a envolverlos, pero ya no era incómodo. Era el tipo de silencio que solo compartían las personas que saben que están en la misma página, sin necesidad de decirlo en voz alta.

Finalmente, Valeria suspiró y apoyó la cabeza en su hombro, permitiéndose ese instante de tranquilidad absoluta.

—¿Sabes qué es lo mejor de todo esto? —susurró.

—Dime —respondió Tomás, su voz suave.

—Que por primera vez, no tengo miedo de lo que viene después.

Y así, entre luces tenues y promesas implícitas, siguieron escribiendo su historia, no con tinta, sino con cada momento compartido, con cada risa y cada mirada que lo decía todo sin necesidad de palabras.




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