Bajo Tus Estrellas [#1]

Capítulo 99

Capítulo 99

CHARLOTTE

—No sólo tienes mis ojos o mi cabello —dice sacando un pequeño trozo de papel del interior de la revista que ella leía—. También heredaste mi inteligencia, la que supiste pulir a la perfección.

Silencio.

Tengo muchas cosas que preguntar, que reclamar, que aclarar, pero ninguna de mis cuerdas vocales es capaz de emitir algún sonido. Así que sólo la observo, lo mejor que sé hacer.

Me doy cuenta que ambas tenemos la misma forma de nuestras cejas, el color de nuestros ojos sería bastante similar si los suyos no fueran más oscuros que los míos -debido a la diferencia de edades-.

Ella parece ser mi versión más adulta. Realmente parece serlo.

—En la Universidad —comienza a decir sentándose sobre la camilla vacía de la habitación—, curse un par de semestres en la carrera de psicología.

No comprendo cómo el anterior comentario aportaría algo a una de mis múltiples dudas. Pero no puedo interrumpirla, no encuentro mi voz. Nunca había estado así, en shock, antes.

—No quise que te enterarás de mí y… —se detiene buscando una palabra—, y todo, todo, lo que me pasó a una tan corta edad. Decírtelo antes, hubiera arruinado tu infancia y adolescencia. Te afectaría en todos los sentidos a leves o graves grados y yo —se señaló—, quise esperar hasta que estuvieras a un año de ser mayor. Quise esperar a qué fueras tú quién tuviera la decisión de alejarse de mí, o quedarte a escucharme.

—¿Por qué crees que tendría que quedarme a escucharte? —Pude preguntar suave, pero el silencio es demasiado profundo es está habitación, ella logró escucharme.

—Porque nadie quiere quedarse sin respuestas a las preguntas que no dejan dormir en la noche, o, acaso, ¿tú sí?

—Entonces, dices, ¿qué contestarás mis preguntas? ¿Todas? ¿Ahorita?

Crucé mis brazos sobre mi pecho cuándo comenzaba a sentir a mi seguridad caerse. Su mirada comenzó a tener un brillo, no sabía sí era uno travieso, de alegría, burlesco, o… ¿De verdad? ¿En serio acaba de ver una lágrima derramarse por su mejilla?

Acaso ella estuvo en el teatro, porque se le hace muy bien fingir que ha llorado.

—Me ha costado mucho levantarme después de lo que pasó, Charlotte, un paso a la vez ¿sí?

—Bien —dije—, empecemos ahora con el primero.

—Tal…—

—¿Qué fue lo que pasó con mi padre, tu hermana y tú? —Pregunté levantando un poco la barbilla, aunque no comprendo el punto de tal cosa si siempre voy a perder la postura de seguridad que intento dar.

—Demasiada específica tu pregunta —dice moviendo sus mechones marrones detrás de sus orejas.

—Espero que la respuesta también sea específica —acote.

—Tú papá y yo nos casamos después de 5 años de relación —dijo sin ninguna especie de tristeza o nostalgia, lo que fue más sorprendente porque parecía decirlo cómo si la historia que estuviera contando sería la de otra persona y no la suya—. Nos conocimos en el segundo año de universidad, no cursabamos ninguna materia juntos, nuestras salas estaban demasiadas lejanas una de las otras, hasta el día de hoy sigo sin poder encontrar una razón para que esa tarde de julio él se haya acercado a mi mesa en el parque universitario porqué me había confundido con otra persona.

Quiero interrumpirla. Que vaya directo al punto, me abstengo porque al final podré saber más de lo que cómo respuesta necesito.

—Esa tarde hablamos hasta que comenzó a anochecer, él se ofreció a acompañarme a la puerta del edificio en el que estaba mi habitación. Cuando llegamos al edificio me despedí, pero él dijo: «Fue en verdad un gusto haberme confundido y conocerte». A lo que yo contesté después de una breve risa: «Lo mismo digo». Luego, después de tantos rodeos y nervios de su parte se animó a pedirme mi número de celular, y recuerdo a la perfección lo que él dijo para que yo se lo diera en ese momento: «Si no quieres, está bien. Puedo esperar más de lo necesario».

Suspira.

—Él no estaba invitándome a que le diera mi número de una sola vez, él ya esperaba un “no” cómo respuesta y tal vez fueron mis pensamientos con poca inteligencia emocional los que me empujaron a darle mi número de celular en ese anochecer de julio, y después contestarle su primer mensaje hasta que nos quedamos hablando hasta la madrugada. Unos meses después, él me esperaba con sus libros en mano fuera de mi edificio, y recorríamos el campo universitario hasta llegar a las mesas de trabajo dónde cada uno hacía lo que tenía que hacer y nos ayudamos entre sí, siempre que fuera necesario.

Tome asiento en una de las sillas junto a la puerta, aún lejos de ella, ya tenía mi atención en su historia. Decía las cosas tan de repente, cómo si las dijera en el momento en el que llegaban de su memoria a su boca.

Tal vez esté mintiendo y esté fingiendo que no, pero algo de mi intuición me indica a creerle. Aunque sea un poco.

—Así, cómo amigos, fuimos avanzando. Me invitó a una cafetería muy popular en ese entonces, y supo a la perfección la manera en la que pedía mi café, siempre. Lo que me dio a entender que no solo oía o leía lo que yo le decía sobre mí, me escuchaba y prestaba atención.

Ahora sé porqué a mí también me gusta el café. Pensé.

—Visitamos un acuario, un observatorio astronómico. Fuimos a la playa, en donde exploramos una cueva marina, buceamos y caminamos en la orilla de la playa mientras el atardecer pintaba de naranja al cielo y se reflejaba en las apacibles aguas del océano. Fue hasta entonces, prácticamente un año después de compartir nuestra existencia en la vida del otro que por fin se impulsó a decirme un: «Te quiero», pero no de la manera en la que se lo dices a alguna amistad, no, lo dijo con un tono lleno de sentimiento. El mismo con el que dijo «Acepto» mientras a mis ojos me miraba el día de nuestra boda. 5 años después de aquel: «Te quiero».




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