Bajo una lluvia de meteoritos

Capítulo 1. El último te amo que compartimos

Capítulo 1:

“El último te amo que compartimos”

—¡Corre, Boo! ¡La vida se nos va con lo lenta que eres! —su jocosidad resuena entre los edificios que rodean la calle.

   La gente se dispersa, dando paso a dos adolescentes que corren como si la vida se les fuera en ello. Soltamos disculpas al azar, sin siquiera mirar atrás.

   Algunos nos sonríen con una ternura desconocida, otros despotrican con desprecio sobre la despreocupación que los adolescentes de hoy en día tienen hacia la escuela.

   Demian tiene entrelazada su mano con la mía, la piel pálida se le ha puesto colorada por el esmero de mantenerme a su lado cuando las palabras entran por nuestros oídos. Da un apretón, algo flojo, pero suficiente para ordenarme que los ignore a todos.

   Lo hago, no hay necesidad de que me lo diga, he ignorado cada comentario desde que lo conocí a los cinco años.

—¡Detente, por favor! —jadeo, una vez alejados del tumulto.

—Ya casi llegamos, Boo —suelta en un respiro.

—¡Demian! —suplico, intentando seguirle el paso— Demian, estoy hecha un desastre. En serio, detente, por favor.  

   En cosa de segundos, lo hacemos. La mañana está soleada y aquello lastima un poco mi piel sensible. Los rayos del sol, más que darme felicidad, se vuelven una agonía al enterrarse en mis poros como dagas afiladas.

   Estoy por derrumbarme, pero Demian me sujeta a tiempo. Con las extremidades casi muertas, envuelvo mis brazos alrededor de su torso esbelto y dejo que me lleve bajo la sombra de uno de los tantos árboles que rodean el camino. Toma asiento, con las posaderas sobre el pasto y la espalda contra el tronco duro; tira de mí y me acomoda de lado sobre su regazo. No puedo hacer nada más que rendirme contra él, jadeante, tratando de recuperar el oxígeno y de no explotar en una extraña combustión espontánea.

—Ayúdame —susurro—. Necesito quitarme la sudadera.

   Asiente y mueve mi cuerpo inerte casi sin esfuerzos. Se deshace de mi mochila y me ayuda a despojarme de su sudadera. Algunas gotas caen desde el inicio de mi cuero cabelludo y se deslizan por mi piel ardiente hasta desaparecer bajo el escote de mi camiseta blanca.

—Blue —pronuncia despacio, clara señal de que está preocupado—, ¿qué sucede?

   Me analiza de pies a cabeza con sus profundos ojos azules. Palpa sobre mi ropa, intentando averiguar si me he lastimado sin que él se diera cuenta.  

   Con fuerzas que no tengo, tomo sus manos entre las mías y deposito un beso en cada palma, las llevo hacia mis mejillas y dejo que me sujete de esa manera.

—Desperté con fiebre y creo que la corrida me ha jugado en contra.

   Esta mañana había despertado con la temperatura disparada, toda yo ardía y la cama estaba sumergida en el sudor que me tuvo delirando con pesadillas por la noche. Tuve que llevar a cabo ciertos negocios con mi hermanito pequeño para que me ayudara a despistar a nuestra mamá-enfermera. De haber visto mi estado luego de la ducha, me habría enviado devuelta a mi habitación junto a una pronta cinta con sus tan preciadas jeringas.

—¿Le has dicho a tu madre?

   Negué, cobijándome en su olor.

—Iré en mi hora libre a la enfermería si no me enfrío pronto.

—¿Por qué no me dijiste? —murmura su pregunta con un deje de culpa.

   Enternecida, levanto el rostro y dejo un suave y casto beso sobre sus labios rosados. Su mirada atormentada se atenúa, pero no lo suficiente, así que vuelvo a depositar otra caricia en su boca, esta vez, un poco más extensa, una danza suave que le comunica lo mucho que él me encanta.

—No quería ir en contra de nuestra rutina —susurro.

   Sus manos guían mi rostro y me besa de una manera completamente contraria a la anterior, de una forma casi bestial. Sus labios son rápidos y voraces, seduciendo a los míos, mordiéndolos y succionándolos hasta dejarlos de un intenso color rosado. Mi mente colapsa entonces y me olvido de una posible gripe que pueda estar asechándome. Me dejo seducir por él, por Demian, por el único hombre que me ha tocado el alma en toda mi vida.

   Absortos el uno en el otro, somos ignorantes al transcurso del tiempo. Solo somos un manojo de jadeos y besos acalorados. Una química perfecta, al parecer.

   Un claxon nos separa y me levanto tan rápido que el mundo se me va en negro por un par de segundos.




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