Adam no daba crédito a lo que estaba presenciando. El cuerpo de aquel hombre permanecía inerte, sin vida, mientras la sangre escurría por el suelo cada vez más rápido. Jamás había pasado por algo así.
¿Había sido real? Porque se quedó congelado sin saber que hacer. La persona que había hecho eso debía estar lo suficientemente cerca para poder disparar y acertar así. De hecho, debía tenerlos en la mira a ellos dos. Cuando Adam buscó la mirada de Joyce, se encontró asustado de notar que ella no parecía sorprendida.
Esa vez no era la chica linda y relajada, sino alguien que parecía atenta a su alrededor, observando su entorno de forma calculadora. Entonces otro disparo resonó en la sala de juegos, esta vez la bala dio contra una de las vitrinas que tenían en un juego al lado de ellos, a tan sólo centímetros.
Adam y Joyce se hicieron al lado contrario al mismo tiempo como si un resorte los jalara. Ella tomó la mano de Adam y mirándolo con seriedad dijo:
—Sígueme.
—¿Q-qué está pasando?
Joyce no respondió. Solo se limitó a alejarlos de la escena, guiando a Adam hacia lo que parecía ser una salida alterna del local. Al salir de nuevo a la plaza, se encontraron con el grupo de gente que estaba escondiéndose en uno de los pasillo que daba a unos baños. Todos estaban agachados contra el suelo con lágrimas en los ojos. Al parecer, Joyce y Adam se habían percatado demasiado tarde del peligro.
Uno de ellos, que debía ser otro empleado de la sala de juegos porque llevaba el mismo uniforme, miró con odio a Joyce y Adam.
—¡Lárguense de aquí! ¡No hay espacio, váyanse! —chillón empujándolos para que se alejaran del pasillo.
Para su mala suerte, aquel hombre no tuvo oportunidad de quejarse más porque sangre comenzó a salir de su boca a borbotones. Algo le había perforado el cuello, decapitándolo al instante. La cabeza del hombre cayó como si nada sobre el suelo, su última expresión solo fue de horror y sorpresa. Hubo más gritos y Adam sintió que solo en cuestión de segundos él sería el siguiente cadáver.
Joyce lo llevó de la mano hacia los baños y abrió una de las ventanas que parecía dar a un estacionamiento. Ambos lograron escapar, pero Adam seguía en shock y no tuvo tiempo de pensar en más porque ella estaba jalándolo lejos de aquella horrible escena. Él no podía dejar de pensar en esas muertes y en las que iban a suceder con los demás que se habían quedado.
Desde lejos podían escucharse más gritos y golpes.
—No podíamos hacer nada por ellos —le dijo Joyce. A pesar del caos a su alrededor, no parecía en lo absoluto nerviosa.
—¿Cómo es que estás tan tranquila? —le recriminó Adam.
—Tenemos que poner la mayor distancia posible de ellos —comentó mirando hacia atrás para ver si los seguían.
—¿Ellos? ¿Quiénes son ellos? ¿De qué estás hablando?
No estaba entendiendo nada. Lo único que su mente lograba hilar, era que todo esto iba relacionado con ella. Aquellos asesinos estaban siguiéndolos por alguna razón que él desconocía. Pero Joyce era la única cuerda en todo ese desastre, como si lo hubiese experimentado de primera mano. Adam pensó que quizá lo estaba imaginando, no podía tener tan mala suerte en la primera cita, ¿cierto?
Ya en el estacionamiento, Joyce eligió un auto al azar y sin esperarlo, tomó un ladrillo que encontró en la banqueta y lo lanzó contra la ventana del piloto.
—¿Qué estás haciendo? Oh por favor, dime que no es lo que creo que es —pidió Adam. No podían estar asaltando un auto.
—Ellos no van a parar Adam, tenemos que irnos antes de que...
No pudo terminar la oración porque algo fue lanzado contra ella que cayó de bruces contra el suelo. Adam no tuvo tiempo de reaccionar porque sólo vio el cuerpo de ella inconsciente. Había un hombre alto frente a ellos, llevaba una capa larga negra y una máscara extraña. Pero sin duda lo más aterrador era que no llevaba ningún arma, sólo con sus brazos iba moviendo cosas metálicas a su alrededor (cuchillos, agujas, navajas). ¿Así era como había matado a los otros dos?
Había golpeado a Joyce con la parte de un coche. Y ahora lo miraba a él, quizá no podía distinguirse por la noche y la máscara que portaba, pero Adam estaba seguro que ese hombre sonreía. De nuevo aquel presentimiento de que algo muy malo estaba por pasar llegó.
Ese hombre había matado a Joyce y ahora iba a matarlo a él.
No tenía ningún sentido lo que presenciaba. Porque debía ser imposible, nadie podía mover las cosas así de fácil o hacerlas levitar, sin embargo, ese hombre movía todo objeto a su antojo, como si los objetos pudieran responder sólo a su llamado. Sobre el aire había todo tipo de armas dirigidas a él.
Adam sólo esperó su muerte. Era lo que pasaría.
Y no sucedió.
Aquellos objetos punzantes que iban dirigidos a todo su cuerpo ahora estaban detenidos a tan sólo centímetros de cortar órganos importantes. Algo los retenía. O más bien alguien.
Joyce.
Ella seguía en el suelo, con un aire débil pero su mano se alzaba y la dirigía hacia las armas que iban a aniquilar a Adam. Estaba reteniéndolas cuando aquel misterioso hombre habló.
—Sabías que no podrías tener una vida normal y aún así lo intentas, ¿así de patética eres?
—Y tú sabías perfectamente que yo podría matarte y aún así los intentas, ¿así de idiota eres?
Un grito enfurecido salió de aquel hombre, provocando que moviera sus manos en un intento por atacar de nuevo, sólo que en esta ocasión las armas que buscaban a Adam fueron directo a Joyce quien acaba de levantarse del suelo. Ella ni se inmutó, porque las detuvo en un instante y las redirigió a aquel hombre. Sus ojos brillaban con un color vibrante morado.
El aire pareció detenerse para inclinarse ante ella al igual que esos objetos. Nadie más podía manejarlos, era como un imán, magnetismo y magia, quizá algo desconocido. El golpe de ella fue demasiado rápido. Las armas dieron en su blanco con tal brutalidad que ese hombre no tuvo tiempo de defenderse. Todas y cada una de ellas lo cortaron en pedazos en un parpadeo.