Para Joyce la situación era así: los fae del reino la perseguirían hasta el fin del mundo si de ellos dependía.
No había ninguna buena noticia en aquella aclaración. Simplemente que su vida que tanto se había esforzado por crear, ahora pendía de un hilo. Tendría que despedirse de su intento de normalidad.
Podía sonar cliché, pero la vida de una fae nunca sería normal. Estaba destinada desde su nacimiento a servirle a otros faes, a dar su vida por una comunidad que nunca daba nada por ella. Eran arrogantes, narcisistas y egoístas. Si había algo que ellos odiaban era la normalidad.
Era como una blasfemia.
Sin embargo, Joyce nunca había encontrado tanto deseo en una vida ordinaria.
Había algo atrayente en la rutina de cosas tan simples como levantarse a una misma hora, asistir a un trabajo de ocho horas y regresar a casa a descansar. ¿Sonaba aburrido? Para Joyce no podía haber nada mejor, porque precisamente se la pasó toda su vida viviendo de manera imprevista sin poder tomar un descanso. No había cotidianidad en la vida de una fae porque era un mundo caótico carente de sentido.
Por eso cuando conoció a Adam Crimson se sintió diferente. Él era diferente.
Un chico de veintiún años que parecía vivir de forma tranquila, disfrutaba ver películas de las que ya conocía el final, eso le había dicho en muchas de sus conversaciones en línea. Para ella eso fue nuevo. Porque Adam parecía ser la clase de persona que no permitía cambios radicales en su entorno, no le gustaba lo inusual o lo caótico.
Y ella buscaba normalidad, Adam le daba eso: tranquilidad, paz.
Se sentía segura al lado de un mortal con el que apenas interactuó.
Maldijo por lo bajo al encontrarse en la calle, buscando casualmente con la mirada al chico de cabello oscuro que atrajo su atención. Sabía que Adam iba seguido a una cafetería del barrio y ahora estaba mirando a todos lados para ver si lo encontraba.
¿Sería muy obvio que estaba buscándolo?
Porque ya tenía preparada la conversación casual:
«Caminaba por aquí y te vi, ¿qué sorpresa no crees? Nunca lo hubiera imaginado»
Joyce no era precisamente buena en decir mentiras, en realidad, por naturaleza no podía decirlas. Cada vez que lo intentaba, su lengua se paralizaba como cuando probaba helado extremadamente frío. Las palabras no salían y en cambio solo terminaba diciendo la verdad. Por eso cuando conoció a Adam en las conversaciones en línea le fue fácil crearse una vida ficticia.
Porque mediante internet podía crear toda clase de mentiras, ahí no necesitaba usar su lengua. Podía escribir lo que fuera y las personas podían creerlo.
En persona la situación era diferente.
Si de hecho se encontrara con Adam, esa conversación casual quedaría en el olvido y terminaría diciendo: «Estaba aquí porque soy una acosadora total y no dejaba de pensar en ti»
Esa era la única verdad existente, Joyce no dejaba de pensar en Adam incluso cuando ya sabía que su historia estaba destinada al fracaso. El chico se había asustado, ella lo había aterrorizado. Ahora solo le quedaba pretender que no estaba siguiéndolo, que no deseaba con todas sus fuerzas ir a hablar con él.
Era extraño pensó ella, no solía tener miedo de las cosas, pero cuando se trataba de Adam era diferente. No encontraba esa seguridad de hablar.
Para su suerte, justo en ese momento vio a Adam caminar directo a la cafetería. Joyce estaba en la acera de enfrente, pudo verla pero él iba demasiado ensimismado con sus audífonos. Ingresó a aquella cafetería a la que siempre iba.
No pudo evitar tener curiosidad sobre lo que hacía allí, aquel lugar debía ser el favorito de Adam para que se apareciera todos los días. Así que cruzó la acera y decidió asomarse disimuladamente por el ventanal. No le sorprendió notar que ese sitio era muy pequeño.
Era como un cuadrado, que se formaba de mesas talladas de madera y decoraciones florales muy particulares. Del techo colgaban hileras de hojas verdes con destellos dorados, las mesas circulares tenían de centro un arreglo floral muy colorido.
Parecía un bosque, si eso era posible pensó Joyce, porque había un efecto etéreo en aquel lugar. Como si automáticamente entraras a un pequeño bosque mágico.
Y eso le recordó a casa, irónicamente.
El reino fae estaba plagado de magia en todos lados, desde la tierra más sencilla o árbol más pequeño podía encontrar algo maravilloso. Joyce se encontró maravillada que un ser humano pudiera imitar de tal forma la magia del mundo fae.
Vio a Adam quitarse los audífonos y observar alrededor hasta una sonrisa curvó sus labios cuando miró hacia el mostrador. Una chica de cabello oscuro estaba sonriéndole también, llevaba un delantal con una jarra de café, Joyce supuso que debía ser la mesera. Entonces ella dejó la jarra en el mostrador y fue donde Adam para abrazarlo.
Él la abrazó de regreso.
¿Quién era ella? ¿su novia?
No, Adam no tenía novia, cuando hablaban en chat él le había confesado muchas cosas, entre esas el hecho de que nunca tuvo novia.
«Pero pudo mentirte» le dijo una voz interior. A veces ella se olvidaba que los humanos mentían con facilidad, tendía a olvidarlo ya que ella no podía hacerlo y por ende asumía que todos decían la verdad. Aunque Adam no parecía esa clase de persona.
Adam y aquella chica mantenían una conversación animada, como si se conocieran de toda la vida. Quizá podía acercarse a saludar y averiguar quien era ella, no tenía nada de malo ¿o sí?
Joyce agarró la puerta de cristal para ingresar a la cafetería hasta que algo la detuvo. La dejó congelada en su posición. El brillo en la puerta de cristal, el reflejo de ella misma la hizo mirar detrás suyo.
Una figura oscura estaba detrás de ella, mirándola con esos destellos azules característicos de las fae.
—Debes anhelar mucho esa vida, es una lástima que nunca podrás tenerla.