Despertar de un pesado y largo sueño siempre se sentía diferente para Joyce, en cada ocasión había cierto placer en hacerlo y poder estirar su cuerpo para mayor comodidad, pero esa vez su cuerpo ardía como si estuviera nadando en lava.
Sentía su rostro y brazos arder. Ni siquiera su mirada lograba enfocarse, solo veía un fondo borroso.
Esperó unos minutos a que sus ojos se adaptasen a su entorno y logró visualizar una sala pequeña. Dos personas la observaban desde otro sillón con preocupación. La primera persona que reconoció fue Adam, quien se había levantado para acercarse a ella.
—Quizá sería mejor que debas...—comenzó a hablar cuando vio que ella se sentaba.
Entonces notó a la otra chica de cabello oscuro que la miraba con desconfianza y algo de miedo. Alzó sus manos y se dio cuenta de las heridas que había provocado el cristal. Recordarlo solo fue más doloroso.
Un fae la había lanzado con toda su fuerza y poder contra el cristal. Joyce solo pudo sentir los pedazos de cristal perforar su piel y caer sobre algo. Perdió la consciencia.
Ahora se encontraba en lo que suponía era la casa de Adam. ¿Cómo diablos había escapado con ella? ¿Cómo en el mundo pudieron sobrevivir a la furia de un fae?
—Joyce —volvió a llamarla Adam. Al parecer estaba hablándole desde que despertó.
—¿Eh?
—¿Cómo te sientes?
Se percató que sus heridas habían sido cubiertas por gasas, la sangre manchándolas. Ellos debieron remover los cristales. Vio la expresión de alarma de Adam cuando ella se quitó las vendas.
Pero necesitaba ver. Su piel estaba rojiza como si estaba hubiera tocado el fuego, pero no se veía más sangre o cicatrices. Todo había desaparecido.
—Imposible —murmuró la chica de cabello oscuro.
Adam por el contrario, fue el único que pareció entender la situación. Ella no recordaba haberle explicado nada sobre la fisonomía de las hadas solo la parte de cómo distinguir el brillo en sus ojos. Aun así, no hizo lo que por instinto cualquier humano hubiera hecho: llevarla al hospital.
—No sabía cómo reaccionaría tu cuerpo, solo pensé que... había una posibilidad de que tu piel se regenerara.
—¿Y si no hubiera sido así? —soltó ella con una sonrisa malévola.
Él frunció el ceño, claramente molesto con la posibilidad.
—No iba a dejar que murieras.
—Vale, te lo agradezco. Tu intuición fue correcta.
Si hubiera terminado en el hospital no podía explicar a los doctores como su cuerpo se curaba solo. Levantaría sospechas.
Miró a la chica que tenía enfrente, parecía un tanto descolocada. Adam también lo notó.
—Oh, ella es Rose, mi hermana.
Ella era la chica que había visto abrazarlo en la cafetería, la que pensó estúpidamente que podía ser su novia. Tras verla de cerca era demasiado obvio que compartían ADN, ambos de cabello negro azabache y ojos grises. Eran muy parecidos físicamente, pero había algo muy diferente en su manera de observarla. Rose poseía una mirada fuerte, pesada, como si quisiera que Joyce lo notara.
No iba a dejarse intimidar.
Mientras que Adam lucía incómodo.
—Hola, soy...
—Joyce. Lo sé, mi hermano me informó —dijo interrumpiéndola.
Joyce se quedó en silencio ante tal comentario, era obvio que no le caía bien. Así que se dirigió hacia Adam, el único que podía darle respuestas. No había que ser una genio para notar que Rose sabía lo que era.
—¿Cómo lograron huir de aquel fae? —dijo sin miramientos.
—Apenas pudimos, él destruyó el lugar.
No era fácil huir de los fae, especialmente de aquellos que habían sido entrenados para asesinar a cualquiera que se interpusiera en su camino. En el reino les llamaban centinelas, quienes eran soldados entrenados no solo para la guerra sino también para asesinar a sueldo. Podían encontrar a cualquier fae y hacerle sufrir la peor de las pesadillas.
La situación era que Joyce nunca pensó que llegarían tan lejos para buscarla, realmente querían acabar con ella.
—Logramos salir por la parte trasera de la cafetería, estuvimos cerca.
Ella sabía que dos mortales eran nada para cualquier fae, no porque así lo considerara sino porque un ser humano en comparación perecía. Los fae consideraban inferiores a los humanos, como si fueran hormigas a las cuales podían pisar así de fácil. Eran poderesos y arrogantes.
Una de las muchas razones por las que buscó alejarse.
—¿Quién era ese hombre? —preguntó Adam.
—No lo sé —respondió Joyce dándole una mirada significativa.
Solo estaba segura de una cosa: aquel fae no se había aparecido en esa cafetería por casualidad. La duda era si realmente la estuvo siguiendo a ella desde un principio o estaba detrás de Adam, porque, en ese caso, él seguía corriendo peligro.
Había pensado que esa vez que se despidieron no habría necesidad de seguir juntos, que ella no tendría que preocuparse por él, pero ahora se daba cuenta de que no podía ser así. Al menos hasta que lograra deshacerse de aquellos fae. Adam debió notarlo también porque se quedó en silencio, regresando la mirada.
Ambos comprendían que la situación comenzaba a tornarse más grande de lo que pensaban.
Pero aparte de eso, ella notó la mirada penetrante de la hermana de Adam, quien parecía bastante enojada con todo aquello. Adam miró a su hermana y Joyce supo que estaban a punto de discutir. No tenía mucha experiencia respecto a su familia, ya que no tenía hermanos o hermanas, aun así, logró notar ese vínculo de hermanos entre ellos. Cuando uno debía darle explicaciones al otro.