Balada de una princesa perdida | Completa

8

Era un tanto aterrador tener que lidiar con dos personalidades femeninas pensó Adam mientras seguía a su hermana al baño, porque, al parecer, no había encontrado un mejor sitio para hablar. La verdad era que odiaba tener que dar explicaciones, más cuando Rose tendía a ser más entrometida que cualquier humano promedio.

Rose ingresó al baño para mirarlo con dagas en los ojos y los brazos cruzados. Ella no era la clase de persona que se conformaba con un resumen de la historia, no, necesitaba una explicación con lujo de detalles.

—¿Se puede saber qué está sucediendo? Y no vuelvas a repetirme lo que dijiste antes, necesito que vayas lento —exigió.

Adam no estaba sorprendido por aquella petición, su hermana no era de las que dejaban ir las cosas tan fácil y mucho menos cuando sus vidas se habían visto incursionadas en eventos sobrenaturales que los sobrepasaba.

Él se aclaró la garganta.

—Te lo dije, ella es un hada. Por eso pudo curarse esas heridas, lo viste, ningún ser humano hubiera sobrevivido a eso.

Por primera vez en mucho tiempo, su hermana no pareció contradecir ese hecho, porque ella presenció eso. Vio el cuerpo de Joyce y como esta logró levantarse sin casi ningún rasguño.

—Es peligrosa Adam, no me importa lo que sea que ella sea, solo sé que atrae el peligro. Ni siquiera estaba a tu lado en la cafetería y ve el daño que provocó.

Esa declaración en cierta forma molestó a Adam, porque en el fondo sabía que era cierta. Joyce y él se habían separado apenas un día y lo siguiente que supo fue que ella estaba siendo atacada en la cafetería de su hermana. Estuvieron demasiado cerca de la muerte gracias a que él conocía (o apenas lo hacía) a una hada que había escapado de su mundo.

Y lo había visto en los ojos de Joyce, ella sabía que ese fae llegó ahí tras él. No se iban a detener hasta lograr que ella se regresara a su mundo.

¿Hasta qué punto tendrían que sobrevivir así?

—Estaba en el lugar equivocado y con la persona equivocada —admitió con cierta tristeza.

Aunque le agradara Joyce, debía admitir que su peor error fue conocerla y ahora su hermana se veía arrastrada a aquel desastre también. Su hermana le miró con cierta lástima, quizá notó la tristeza en su voz o el hecho de que su hermano menor había conocido por primera vez a una chica.

Era nuevo sí, pero también triste que la primera chica con la que tuvo contacto fuera un desastre y atrajera toda clase de caos a su vida. Adam no necesitaba eso.

***

Mientras Joyce permanecía en el sillón del departamento de Adam no pudo evitar pensar que algo estaba sucediendo con los hermanos Crimson. Lo había visto en la mirada de su hermana, no parecía estar contenta con su presencia en lo absoluto. Y esa era una de las principales situaciones que se generaban cuando descubrían su verdadera naturaleza.

Aunque se había esforzado por ocultarla, no podía negarla. Era imposible.

Sus esfuerzos por ser una chica normal habían sido en vano, porque estaba segura de que él había descubierto su truco.

Para ser honesta, cuando Joyce huyó de Adarlan no pensó mucho en las consecuencias. Solo estaba segura de que necesitaba alejarse de allí, así que su única opción fue usar los hechizos protectores que le había vendido de contrabando una fae del reino de fuego.

Necesitaba ocultarse entre los mortales en caso de que la persiguieran. Y esos hechizos les permitirían vivir durante varios años oculta entre ellos sin llamar tanto la atención. Duraron esos dos años que estuvo fuera hasta que se agotaron, justo cuando iba a conocer a Adam.

Probablemente no debió ir a aquella cita, pero consideraba muy grosero dejarle plantado. Además, de verdad quería conocerlo. Entonces justo ese día todo explotó en su cara, los centinelas de la corte de hielo estaban persiguiéndola por toda la ciudad. Pudieron mandar a los centinelas de su corte, pero Joyce estaba segura de que Dristan se había ofrecido a mandar a los suyos.

Dristan Velaryon, la peor de sus pesadillas.

Era el príncipe prometido de la corte de hielo. El joven fae que estaba destinado a unirse con ella tan pronto cumplieran la mayoría de edad. Ambas familias habían acordado casarlos tan pronto fueran mayores. Joyce estaba comprometida a Dristan desde que tenía uso de razón y lo odiaba.

¿Cómo era posible que su vida fuera ya planeada antes de que tuviera la oportunidad de pensar en qué hacer?

Durante muchos años le suplicó a sus padres que la dejaran tomar sus propias decisiones, pero ellos no la escucharon. Su destino era Dristan y ella era el destino de él, como debía ser. Su unión representaba la fuerza para ambas cortes de Adarlan. El verdadero problema estaba en que ninguno de los dos realmente quería casarse.

Conocía a Dristan desde que eran niños y aunque podían llevarse bien, no tenían nada en común.

Eran dos desconocidos que tendrían que lidiar con la presencia del otro durante una eternidad, lo cual era horrible, porque ninguno de los dos tenía el poder de decidir si quería eso. Tomar la decisión de estar con una persona por el resto de tu vida requería de una gran importancia.

Estaba segura que Dristan tampoco la quería a ella, pero el príncipe prometido era orgulloso y arrogante, no iba a demostrar que estaban controlando su entorno y su vida. Así que por eso estaba mandando a sus centinelas.

Los pensamientos de Joyce se vieron interrumpidos cuando vio a los hermanos Crimson regresar a la sala. Joyce no pudo evitar pensar en como eran como dos gotas de agua, con su cabello negro azabache y sus ojos grises tormenta. Eran una versión del otro, pero ella notó que la actitud de cada uno era opuesta.

Mientras que Adam parecía más relajado alrededor de Joyce, Rose no dejaba de observarla con desconfianza, como si fuera una clase de peligro. Podía comprender su desconfianza.

—Me parece que la mejor opción es que te quedes aquí —dijo el muchacho —. Al menos hasta que no haya peligro cerca.



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En el texto hay: fantasia, romance, hadas

Editado: 06.05.2024

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