La noche pareció eterna por varias horas para Joyce. Observando las luces de los carros pasar en la ventana, estaba aterrada de que en cualquier momento ellos interrumpieron en el departamento y llegaran a ella.
Esa preocupación le provocó un insomnio terrible que la dejó muy cansada. Pudo dormirse hasta muy tarde, al menos hasta que la luz del sol le tocó el rostro y un olor a comida llegó a sus fosas nasales.
Olía a él tipo de comida que vendían en restaurantes caros por las mañanas. También café.
Su estómago gruñó. Sí, tenía hambre.
Así que se levantó y abrió con cuidado la puerta. Al principio, lo primero que logró distinguir fue a Rose tapada con una cobija hasta el cuello. Profundamente dormida.
Luego el olor a comida que provenía de la cocina y a alguien moviéndose en ella. Adam.
Él estaba terminando de acomodar lo que parecían muchos platos en la barra. Joyce de acercó con sigilo, esperando que no siguiera molesto por lo de anoche. Pero el chico estaba distraído, acomodando todo hasta que la tuvo de frente.
Joyce le sonrió y Adam se quitó sus audífonos.
—Buenos días –le saludó.
Adam parecía algo absorto y asintió.
¿Seguiría molesto?
—Preparé el desayuno —respondió él señalando la barra llena de platos con tanta comida como para un mes.
Era increíble la cantidad de comida, había de todo: huevos, panqueques, ensaladas, cereales y fruta, como el buffet de un restaurante extremadamente caro (en realidad nunca había asistido a uno pero siempre quiso hacerlo). Todo se veía exquisito y perfecto.
—No sabía que te gustaba. Así que hice diferentes platillos, puedes elegir el que más te guste o comerlos todos —soltó con rapidez sin mirarla a los ojos.
Joyce abrió su boca con sorpresa. Aquel gesto fue tan dulce de su parte que no pudo evitar sonreír.
Nunca en su vida alguien tuvo un detalle así. Ni siquiera su misma familia.
—Todo se ve increíble, gracias.
Él seguía con la mirada en la pared. Como si apenas pudiera verla. Joyce se inclinó cerca.
–De verdad gracias —dijo con sinceridad al ver el nerviosismo de él.
Los ojos grises de Adam por fin se encontraron con los suyos y ella sintió esa tranquilidad que siempre le transmitía. Como una tormenta después de la tempestad, una calma.
Ese sentimiento le provocaba Adam.
De todos los platillos, terminó optando por unos waffles con mermelada. Como era de esperarse, Adam se sentó del otro lado y no dijo nada más.
Parecía sentir la presencia de Joyce, pero no decía más, sólo permanecía cerca, acompañándola.
—¿Adam? —le llamó.
El joven juntó sus labios, en un gesto que decía que la había escuchado.
—¿No vas a comer conmigo?
Se sentía un tanto extraño que solo comiera ella mientras Adam permanecía sentado del otro lado sin hacer nada.
Él miró la comida luego a ella.
—Si así lo prefieres.
Ella asintió.
Así que Adam acercó su banco y se puso enfrente. Los dos comenzaron el desayuno en un silencio tranquilizador. Como si eso hicieran todas las mañanas.
Fue algo lindo, algo que nunca experimentó antes. Como si hubiera sido así siempre, una tranquilidad que ella nunca sintió antes. Especialmente porque había un silencio bastante largo pero sin incomodar.
La tranquilidad duró muy poco cuando la hermana de Adam se despertó y apareció en la cocina mirándolos a ambos con el ceño fruncido.
—¿Hiciste el desayuno?
Su hermano asintió, sin embargo, cuando Rose se acercó para intentar agarrar un panqueque, Adam le dio un manotazo. Ella lo miró con la boca abierta.
—No lo hice para ti —dijo él.
Joyce, que estaba tomando su jugo, casi se ahoga al tratar de evitar una risa. Esa era la primera vez que veía a Adam ser desagradable con alguien. Estaba entre sorprendida y divertida.
Rose frunció el ceño.
—¿Te hice los desayunos desde pequeño y así me pagas?
Adam sólo se limitó a señalar a Joyce.
—Es de ella.
Joyce se hizo pequeña en su asiento al sentir la mirada pesada de Rose. Ahora se sentía como la manzana de la discordia entre los dos hermanos.
—¿Entonces porque comes de su comida?
—Porque ella me invitó.
Rose se cruzó de brazos.
—Vaya, que amable de su parte —respondió sarcásticamente. —Es lo menos que puede hacer después de que destruyeron mi cafetería.
—Rose —le reprendió Adam.
Pero Joyce sabía que tenía razón, gracias a ella habían destruido la fuente de ingresos de la hermana de Adam y ahora se sentía más culpable. Miró a Rose con cierta vergüenza.
—Lamento eso, nunca fue mi intención... pero si me permites puedo ayudarte a arreglarlo.
La chica no dijo nada, solo se quedó mirándola con un brillo de rencor en sus ojos.
—Ya hiciste suficiente.
—Rose... —comenzó Adam.
Pero su hermana no dijo nada más y los dejó a ambos en la cocina. Sólo escucharon la puerta del departamento cerrarse.
Joyce podía entender su furia en contra de ella. Sólo era una desconocida que de la nada resultaba tener poderes y que los había arrastrado a su desastre de vida solo por cruzarse con ellos.
Está clase de situaciones era las que siempre quiso evitar, sin embargo, no siempre fue fácil para ella. Odiaba sentir el rechazo de otros, incluso de los mortales.
Terminaron el desayuno en silencio, mientras Joyce pensaba en una solución rápida que pudiera salvar a los hermanos Crimson de cualquier fae. Podía atraer a los fae hacia sí misma, hacer que la persiguieran sólo a ella. Distraer la atención de los mortales y atraer la atención de Dristan solo a ella.
—¿Adam? —preguntó buscando su mirada. Se comenzaba a dar cuenta que obtener una mirada de regreso de Adam era complicado.
Parecía evitar sus ojos de todas las formas posibles, pero quizá en aquella ocasión él notó algo en su tono, porque sus ojos grises la miraron a ella.