Balada de una princesa perdida | Completa

17

Joyce estaba segura que ese nuevo amuleto iba a funcionar, podía sentir su calor en su pecho donde descansaba la nueva piedra azul. Notaba las ondas de poder qué hacían ocultar el suyo. Así que le sería fácil permanecer en Adarlan por el tiempo suficiente para ir por Rose y salir viva.

El último taxi que tomaron los dejó en donde ella ya sabía: un bosque abandonado y viejo que apenas se sostenía en sí. Joyce solo tenía que encontrar el árbol de hojas blancas para poder entrar en Adarlan, específicamente en la Corte de Hielo. Sacó de su bolso la vestimenta qué habían encontrado en una extraña tienda de disfraces, después miró a Adam.

—No puedes venir conmigo.

Sería un peligro obvio y una distracción que acabaría por matarlos a ambos. Adam debía quedarse en ese sitio y esperar a que Joyce regresara. Pero él la miró por primera vez con un brillo determinante y furioso, estaba a punto de perder los estribos.

—Ni siquiera intentes disuadirme, iré. Es mi hermana.

—Pero, Adam...

—No vas a dejarme aquí, iremos juntos.

A pesar de su aspecto tranquilo y pasivo, era la primera vez que ella notaba algo diferente en él. Después de todo, apenas se conocían. Y ella tenía el leve presentimiento de que Adam no iba a dejarlo pasar esta vez. Realmente la odiaría si lo dejaba atrás.

Soltó el bolso en el suelo y comenzó a quitarse su camisa, la repentina acción incomodó de inmediato a Adam qué no hizo más que voltearse con las orejas rojas.

—Tienes que vestirte también, ¿sabes?

No podía entrar al mundo de los faes luciendo lo más mortal posible. Ya de por sí era un peligro su esencia, la cual notarían todos ellos, pero al menos podía fingir. Cuando Joyce terminó de ponerse el vestido con corsé qué había elegido de la tienda victoriana de disfraces, no pudo evitar sentirse extraña e incómoda, esa ropa nunca le gustó de todos modos.

Adam recogió el bolso y examinó los pantalones y camisa que parecían sacados del armario de disfraces de una obra de teatro de época. También llevaría botas, dando alusión alguna a un extraño pirata.

Al terminar de vestirse, tuvieron que dejar el bolso con sus ropas normales escondido en un árbol. Tendrían que caminar en el paisaje qué comenzaba a oscurecer. Lo único que Joyce le mencionó a Adam fue buscar un sauce alto y de color blanco.

Así que comenzaron y estuvieron por horas, caminando en círculos hasta que en algún punto Joyce tomó un nuevo camino. Adam iba detrás de ella, mirando hacia todos lados, buscando a lo lejos el color blanco en la oscuridad, pero no distinguía nada. Cada vez oscurecía más y podían escuchar el ruido de animales no muy lejos de donde se encontraban.

Joyce siguió liderando el camino hasta que uas hojas blancas comenzaron a aparecer en el oscuro pasto. El árbol estaba cerca, a tan solo unos diez metros.

Llegaron ya cuando la luna estaba en su mayor protagonismo y Adam se vio embelesado por aquel sauce. Era tan alto y tan inusual, parecía estar pintado todo de blanco como si la nieve hubiera caído sobre él y esta se negara a irse. Sus hojas de balanceaban con el viento.

—Puede conceder ciertos deseos —comentó Joyce al notar su sorpresa —. La Corte de Hielo una vez se sintió generosa y dejó escrito que si alguien encontraba este árbol fuera fae o mortal, tendría derecho a un deseo. Era obvio que solamente un fae lo encontraría porque el árbol está casi invisible para el ojo mortal.

—Entonces, ¿por qué lo puedo ver yo?

—Porque estás conmigo. Si un mortal pasara es probable que no lo notara, aunque han pasado ocasiones especiales.

Joyce esperó a que Adam hiciera su deseo, pero el joven no dijo nada.

—¿Y bien? ¿No vas a desear nada?

Por la mente de Adam pasaron muchas ideas, pero las descartó de inmediato. Lo único que vino a su mente era salvar a su hermana.

—Solo quiero que mi hermana llegue sana y salva a su casa.

Joyce asintió, sintiendo pena por él. Entonces se dio cuenta que haría todo en sus posibilidades para que Rose regresara a casa con Adam. Así el deseo de Adam podría ser otro, ella iba a cumplir este.

—Puedes pedir otro —sugirió, pensando en que ella sería la encargada de cumplir con ese primer deseo.

El chido obedeció, pero esta vez no dijo en voz alta su deseo. Solo cerró sus ojos y el viento mágico pareció entenderlo. Ella lo notó.

Su deseo estaba en la cesta. Solo era cuestión de tiempo.

Joyce asintió y fue hacia el árbol buscando el pequeño espacio para ingresar en el tronco. Le recordaba como la madriguera en la cual Alicia terminaba en el país de las maravillas. Adam iba detrás de ella, mientras los dos gateaban por un espacio oscuro lleno de tierra. Parecía una cueva pequeña, lo cual no tuvo sentido para Adam porque acababan de entrar al tronco de un árbol.

Siguieron ese camino de la cueva hasta que una luz les permitió seguir más y más metros. La cueva se acabó y salieron del mismo árbol blanco. Solo que esta vez el paisaje cambió, todo lo que alguna vez conoció desapareció al ver un bosque tan hermoso que parecía brillar con luz propia.

Pequeños puntos dorados cruzaban por el aire nocturno y podía ver como la vegetación se balanceaba. Joyce recordaba igual de hermoso Adarlan, en especial la Corte de Hielo. Tenía bastante tiempo que no iba ahí, desde que era pequeña.

Notó los suaves pasos de Adam detrás de ella. Parecía muy sorprendido de estar en un nuevo mundo, un lugar que era invisible a cualquier ojo humano. Mientras ella buscaba un camino seguro para no encontrarse con más faes, Adam habló por primera vez:

—Lamento haber sido tan duro contigo ayer...yo... no debí culparte por lo que está pasando.

Cuando Joyce se giró a verlo notó su sinceridad, Adam parecía arrepentido.

—No tienes porqué, es mi culpa. Ellos son de mi mundo.

—Igualmente no es una excusa para culparte, tú no los enviaste. Estoy seguro que no querías lastimar a nadie.



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En el texto hay: fantasia, romance, hadas

Editado: 06.05.2024

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