Adam Crimson nunca creyó encontrarse en una situación en la cual sintiera impotencia. Si era posible, nunca había deseado la muerte a nadie. Él no odiaba a nadie ni siquiera a sus padres que nunca cuidaron de él y de Rose.
Pero en ese momento, su odio hacia el fae de cabello azul comenzó a aflorar como un hiedra venenosa. Lo odiaba, era un odio puro, como fuego.
En el momento en que vio a su hermana ante el público con esas cadenas en su cuello y como esos faes la humillaron quiso saltar enseguida a defenderla, pero no lo hizo por miedo al poder de esa criatura. Había visto lo que eran capaces de hacer los faes, podían matar a dos humanos en un parpadeo si así lo deseaban.
Vio en muchas ocasiones como Joyce solo movía sus manos y tenía en su poder a los demás. No estaba a cometer un error que mataría a su única familia. Rose permaneció como piedra con esa mirada orgullosa que él bien conocía. Su hermana era un hueso duro de roer y ni siquiera en esa situación demostró miedo.
Notó a Joyce quien miraba con preocupación la escena y odio hacia Dristan. Entonces el príncipe fae soltó una bomba diciendo que sabia que él estaba en Adarlan y no sólo eso, que estaba al lado de su prometida. Sonaba a una mentira en el momento en que lo dijo. Eso pensó hasta que la expresión de sorpresa en el rostro de Joyce le dijo lo contrario.
En el camino hacia ese lugar, ella le había dicho que los faes no podían mentir. Se ahogaban por dentro si lo intentaban. La expresión de ella lo decía todo, estaba congelada.
—Es verdad lo que dice, ¿Jessalyne?
Era la primera vez que decía su nombre real, lo había escuchado antes, pero solo hasta ese momento sintió el efecto qué causó en ella. Parecía odiar ese nombre.
Sus ojos miraban de regreso al príncipe y luego a Adam.
—Yo...
Debió suponerlo desde el momento en que los perseguían con tanto esmero. Ella debía ser alguien importante para que la buscaran tanto. Era obvio a primera vista y aun así Adam fue tan tonto para no verlo.
—Los faes no pueden mentir —la señaló.
Ella comenzó a inspirar rápidamente y su boca comenzó a formular palabras que no se escuchaban. Como si hablara demasiado rápido y no pudiera controlar su lengua.
—Él dijo la verdad, soy su prometida. Nos íbamos a casar, pero yo huí de Adarlan porque no quería —soltó demasiado rápido.
Su respiración comenzó a controlarse, debía ser la verdad ya que no la torturaba. Pero sentía que había algo más detrás de todo aquello. Dristan Velaryon era un príncipe y si estaba prometido a ella, debía ser porque ella también tenía un puesto político de importancia.
En especial en una monarquía.
—Eres una princesa —asumió.
Ella abrió sus ojos, sorprendida ante su rápida forma de hilar todo y asintió con las mejillas rojas.
—Pertenezco a la corte de fuego. Nos prometieron a Dristan y a mí desde que estábamos en la cuna, yo no me quería casar, y estoy bastante segura que él tampoco.
Lo miró arrepentida, buscando disculparse, pero ya era demasiado tarde. Adam había depositado su confianza en ella y Joyce ni siquiera tuvo la decencia de decirle la verdad completa. Los faes no podían mentir, pero sin duda podían ocultar partes de la verdad.
Por eso corrían tanto peligro, nunca iban a detenerse con ella porque era alguien importante. Rose y Adam solo eran piezas del juego que ponía Dristan para que Joyce regresara al lugar que le correspondía.
Se alejó de la ventana que daba hacia escenario el cual ya estaba vacío después del anuncio del príncipe y bajó las escaleras con Joyce pisándole los talones.
—Adam, por favor...
Adam estaba comenzando a hartarse, porque él seguía siendo algo insignificante a comparación del mundo al qué pertenecía Joyce. No era más que un peón con el que jugaban.
—Necesito que me dejes en paz —contestó con frialdad.
La joven se alejó con una mirada avergonzada, no se fue muy lejos ya que seguían en peligro constante. Solo se quedó a unos cuantos metros apartada de él. Adam buscó sentarse en unos escalones del callejón y miró hacia el coliseo vacío, donde había visto a su hermana.
No pudo hacer nada por ella y no estaba seguro de saber como salvarla. En ese momento quería decirle a Joyce qué se alejara de él para siempre, pero también sabía que no podía hacerlo. Ella era la única que podía protegerlo en ese mundo.
Ya era bastante tarde, debía ser casi medianoche y las calles comenzaban a ser iluminadas por antorchas. Joyce seguía mirándolo desde el otro extremo con pena. En algún punto se acercó sin que él lo notara y dejó una bolsa con comida. Ni siquiera recordaba la última vez que comió.
Aceptó los alimentos sin decir nada y miró le cielo estrellado.
—Este mundo me asfixiaba, desde que nací mi vida ya estaba planeada. ¿Sabes lo que se siente saber que todo tu futuro ya está planeado? ¿Lo que se siente ver que no tienes poder oara decidir tu destino? —habló Joyce, mirando hacia el cielo igual que él.
Ella se sentó a su lado.
—No espero que lo entiendas, solo quiero... Siempre quise algo de normalidad en mi vida. Cuando me dijeron que en dos semanas me casaría con Dristan sentí todo el terror y decidí huir. Estuve al menos dos años libre de problemas hasta que me encontraron, justo cuando te conocí a ti —sus ojos se alzaron hacia Adam, con ese brillo púrpura fascinante —. Perdóname si lo oculté, pero nunca esperé qué las cosas fueran a llegar tan lejos. Lamento mucho lo de Rose, te prometo que moriré salvándola.
Parecía un juramento real, verdadero. Sus palabras emanaba cierto poder, como si acabara de realizar un hechizo.
—Así como no podemos mentir, los faes no podemos romper un juramento y yo te juro que los salvaré a ti y a tu hermana. Si fallo, este juramento me matará. —asintió mirando al cielo —. Iré a entregarme con Dristan, me casaré con él para que los deje regresar a su mundo.