A la mañana siguiente, Dasyle había regresado a la habitación de Rose con nueva vestimenta para ella justo como le había prometido la noche anterior. El vestido que Dasyle había elegido era de un tono rojo vino, entallado a todo su cuerpo con una falda suelta que caía después de sus caderas. Las mangas eran largas, lo que le daba un estilo muy antiguo; incluso la tela era aterciopelada.
La joven doncella parecía muy contenta de tener a quién vestir, porque llegó muy entusiasta a su habitación dispuesta a ayudarle a mejorar su apariencia. Había dicho que en el mundo fae, la apariencia siempre sería lo que más importaba. Todas las hadas del reino eran vanidosas y les gustaba resaltar más su belleza natural.
Se sentó en la silla enfrente del tocador, y Dasyle comenzó a cepillar su cabello con suavidad. Rose estaba algo fascinada con la habilidad de la joven doncella para peinar. Sus dedos ágiles y rápidos comenzaron a trenzar su cabello, mostrando su rostro en forma de corazón. Sus ojos grises, que normalmente se veían muy simples, resaltaron más con aquel recogido.
—Para ser una mortal, usted es muy bonita —admitió.
Rose intentó no sentirse ofendida ante ese comentario, ya que sabía que Dasyle lo decía de buena fe. A diferencia de Dristan, que dijo aquel mismo comentario cuando la conoció, ambos tonos eran muy diferentes.
—Gracias.
La joven asintió.
—En Adarlan damos por sentada la belleza, porque todos los faes nacimos con ella; es parte de nuestra naturaleza. Sin embargo, estoy casi segura de que belleza como la suya es más envidiable.
Sonaba extraño dar por sentado algo tan superficial como la apariencia, especialmente en seres que eran de otro mundo. Desde que llegó a Adarlan, lo único que había visto era belleza en cada ser que se encontraba. Sin embargo, ¿podía la apariencia serlo todo para ellos?
Dasyle continuó contándole cómo los faes determinaban sus clases basados en la apariencia. Incluso los castigos que se imponían tenían que ver con arruinar el rostro; ese era el peor destino para cualquier hada. Cuando la joven doncella terminó de contarle historias del reino fae, Rose se vio en el espejo y quedó atónita.
La mujer que veía en el reflejo parecía distinta, demasiado guapa de lo que alguna vez se sintió. No estaba segura de cómo actuar.
Ese día, su doncella le comentó que el príncipe solicitaba su presencia en el comedor. Dasyle la llevó a un salón enorme con ventanas sin cristal desde donde se veía el atardecer. Una mesa ovalada de varios metros protagonizaba esa estancia. Rose decidió sentarse en la silla del extremo.
Unos diez minutos después, vio a Dristan llegar. Como era usual en él, entró dando pasos largos y mirando al frente. Todo en él gritaba elegancia y porte, algo que Rose envidió un poco.
El príncipe fae se detuvo al verla; incluso desde la distancia en la que estaba, notó esos ojos tan brillantes que lo caracterizaban. Por unos segundos, pareció detallar cada parte de Rose. Ella se sintió incómoda y sus mejillas comenzaron a enrojecer.
Dristan tomó asiento al otro lado de la larga mesa, hizo una seña y varios sirvientes llegaron en montón a servir toda clase de platillos. Al acabar de servir, todos se retiraron, dejándolos solos en aquella sala.
—Sírvete lo que gustes —dijo, alzando una mano.
Rose lo miró desconfiada. ¿Acaso podía probar esa comida con la seguridad de salir viva de aquella habitación? Su estómago respondió con un sonido hambriento. Llevaba días sin tomar un bocado.
Se sirvió carne y verduras, sin dejar de mirar al príncipe que parecía muy atento en cada acción que tomaba.
—Veo que has decidido cambiar de apariencia —comentó con una sonrisa malvada mientras se servía una copa de vino —. Para ser una mortal, esa ropa te queda bien.
Rose se tensó en su asiento.
—¿Qué? ¿acaso no soy lo suficientemente digna para usar ropa de fae? —soltó sus cubiertos en la mesa.
Dristan apretó la mandíbula, molesto con su respuesta.
—Estaba tratando de hacerte un cumplido, mortal.
Esa vez Rose no pudo evitar echarse a reír ante tal comentario.
—¿Un cumplido? ¿A eso llamas cumplido? Está claro que no tienes ni idea.
Incluso a esa distancia, la tensión entre ambos era palpable, en especial por la noche anterior cuando ella había decidido echarle en cara todos sus problemas. Era obvio que el príncipe actuaba con cierto recelo. No la había castigado por sus palabras aquella vez, pero podía hacerlo en ese momento.
Tomó de nuevo sus cubiertos y comenzó a cortar la carne, el enojarse con el príncipe solo le dio más hambre. Decidió que no iba a arruinar su primera cena en aquel lugar y que si quería salir viva de ahí necesitaría todas las energías posibles.
La carne sabía muy jugosa en conjunto con las verduras, incluso el jugo de moras qué probó sabía exquisito. ¿Esa comida era encantada para que supiera tan bien?
Cuando acabó su cena, notó que un par de ojos faes la miraban fijamente. Dristan no había tocado ni un solo pedazo de comida, solo la miraba a ella como si se tratase de una criatura nueva para él. Solo el príncipe fae la hacía sentir incómoda en su propia piel. Incluso estando a varios metros de ella, podía sentir la intensidad de su mirada, como si estuviera a centímetros, observándola.
Tras un par de minutos de silencio y de que Dristan se aburriera de su presencia hizo un gesto con la mano.
—Puedes irte, mortal.
Rose apretó sus dientes con fuerza, queriendo gritarle. Su mano se mantuvo oculta en el mantel de abajo donde tenía el cuchillo con el que había cortado la carne antes. Lo guardó con mucho cuidado en su vestido y se levantó dispuesta a irse.
Se acercó a la puerta y justo en el momento en que estaba a punto de salir, la voz de Dristan la detuvo.
—Y te sugiero que sueltes ese cuchillo que escondiste en tu falda, si es que quieres seguir con vida.