Balada de una princesa perdida | Completa

26

Aquella última frase dejó a Rose congelada, quien aún tenía el cuchillo de su cena escondido entre los holanes de su vestido. De alguna manera, Dristan había logrado entrever sus acciones y le sonreía desde su asiento, complacido. Esto solo sirvió para enfurecerla aún más.

No contaba con fuerzas ni poder alguno a su favor, solo su ingenio. Pero, ¿de qué le serviría esa arma contra un ser que parecía inmortal?

Se giró para mirarlo, desafiante.

—No sé de qué me hablas.

—¿Crees que no vi lo que hiciste mientras comías? Devuelve ese cuchillo.

Rose tuvo el descaro de encogerse de hombros.

Dristan inclinó su cabeza.

—¿Así que me vas a mentir en la cara? ¿A mí?

—Puedes ser el príncipe de los idiotas si así lo deseas, pero para una mortal como yo, tu autoridad no significa nada.

Esas palabras salieron de sus labios con un objetivo claro: dañar al príncipe malvado. Dristan apretó la mandíbula, asimilando las palabras. Rose estaba segura de que en dos segundos trataría de matarla. Entonces, quizás su oportunidad de cortarle el cuello sería perfecta. Necesitaba que se acercara a ella, que deseara matarla en ese instante.

Lo veía en sus ojos; él no estaba acostumbrado a tales respuestas, y aquel orgullo estúpido con el que cargaban los faes solo lo empeoraba. Dristan podría ser un hombre muy atractivo si no fuera por esa mirada de odio que cargaba constantemente.

Como era de esperarse, Dristan estaba a tan solo centímetros de ella. A dos segundos de matarla, pero algo lo detuvo. Las orejas puntiagudas de él se alzaron, como si escuchara algo detrás de Rose. Entonces, sus ojos recayeron en ella y solo dijo:

—Escóndete.

Fueron segundos en los que Dristan la obligó a esconderse debajo de la larga mesa, ocultando todo rastro de ella. Entonces las puertas del comedor se abrieron, y lo único que pudo ver ella fueron unas botas negras.

Dristan había regresado a su lugar, incluso se había sentado como si nada hubiera pasado. El par de botas se detuvo en el otro extremo, y una voz gruesa y masculina habló.

—¿Dónde está?

—¿Dónde está quién, padre? —respondió con tranquilidad Dristan.

Hubo un par de golpes con puños en el comedor.

—Sabes muy bien de quién hablo, Dristan.

Tardó unos segundos en responder.

—La están buscando, debe estar cerca.

Una risa escalofriante salió del hombre que parecía ser el padre de Dristan. Rose supuso que ese hombre debía ser el rey de la corte.

Las botas oscuras caminaron hacia donde estaba el príncipe y se detuvieron muy cerca de su asiento. No estaba segura, pero Rose había escuchado algo metálico resonar.

—Sabes muy bien lo que esto implica. No la puedes dejar ir ahora que está tan cerca. No con la nueva unión de cortes. No me importa si la tienes que obligar, o si debes matar a ese mortal que viene con ella, pero ella debe casarse contigo, sí o sí.

«Ya he tenido que soportar tus idioteces por todos estos años, tu negativa a seguir mis pasos. Pero esto no lo vas a arruinar. Si tengo que traer a esa fae a rastras, lo haré; no me importa quién deba morir para eso.

Y tú, vas a dejar de ser un inútil; de lo contrario, yo mismo me encargaré de ella.»

Las palabras resonaron frías y amenazantes. Rose vio cómo una de las manos de Dristan estaba en su regazo. Hizo un puño, sus nudillos estaban blancos, como si estuviera conteniéndose.

—¿Así que eso es lo que vas a hacer? ¿Vas a seguir lastimando a la persona que tanto dio por ti? Ella no tiene nada que ver con esto.

¿De quién estaría hablando? ¿De Joyce?

—No me importa si alguna vez fue mi esposa. Lo único que nos une es tu sangre. Pero si sigues fallándome, me veré obligado a deshacerme de ti como lo hice con ella. O simplemente puedo acabar con lo poco que queda.

Se escuchó otro golpe contra la mesa.

—¡Déjala en paz! ¡Ya has hecho suficiente! —gritó con coraje Dristan.

—Estás advertido.

El rey fae soltó el agarre que tenía contra su hijo y salió de la sala. Rose se quedó en silencio, sintiendo terror por aquella voz, y algo parecía cambiar en su perspectiva ante esa escena. Se dijo a sí misma lo mucho que odiaba a Dristan, pero escuchar su voz quebrada, como si suplicara, la hizo sentir triste.

No quería sentir lástima por ese fae que había sido tan cruel con ella. Sin embargo, no pudo evitarlo.

Pasaron unos largos minutos hasta que la voz de él dijo:

—Puedes salir.

Rose salió de debajo de la mesa, mirando con cautela. El príncipe fae estaba respirando con fuerza y sus ojos estaban brillantes, como si acabara de llorar.

Esa imagen solo sirvió para hacerla sentir aún peor. Cuando pensaba que Dristan era cruel y malvado, nunca se imaginó que eso quedaría corto en comparación con su padre. Ella no sabía ni entendía mucho, solo comprendió que el rey de alguna forma manipulaba a Dristan con su madre.

Estaba demasiado confundida, tratando de imaginar al villano que se hacía en su mente, pero le costaba verlo así cuando ahora lo veía a él, un joven lloroso por su mamá.

Tragó saliva.

—¿Qué ves? —ladró él, furioso.

—Yo...

—¿Sabes qué? No tengo ánimos de pelear contigo, mortal. Vete, si quieres llevarte ese cuchillo para usarlo contra mí, no me importa.

Rose se quedó en silencio, viéndolo con sorpresa. ¿De verdad estaba dejando que se fuera como si nada?

El joven príncipe debió notar algo, porque enseguida golpeó la mesa.

—¡Vete ya!

Ella, en vez de irse, fue hacia su asiento y dejó el cuchillo encima de la mesa. Dristan miró el arma como si acabara de cometer la mayor idiotez de su vida. Probablemente, lo había hecho. Le había dado un arma, y ella se estaba negando a usarla. ¿Qué pasaba con ella?

No se quedó para ver su reacción, solo salió del comedor en silencio, dejando a un Dristan triste y confundido.



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En el texto hay: fantasia, romance, hadas

Editado: 06.05.2024

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