Uno de los centinelas había golpeado a Adam con una vara y fue suficiente para que el joven mortal cayera inconsciente. Joyce gritó furiosa, sus poderes aún seguían libres y lo primero que pudo hacer fue lanzar corrientes de aire contra esos hombres. Todos cayeron y algunos se golpearon contra la pared.
Se intentó acercar para despertarlo, pero en ese momento otro centinela la estaba agarrando del brazo y la arrastró por el pasillo.
—¡Adam!
Fue suficiente, quería usar sus poderes contra esos fae, pero estaba demasiado débil gracias a esas estúpidas cadenas. El fae que la arrastró la soltó de repente y una risa fría resonó por el palacio.
Era una risa inconfundible para Joyce.
Ahí enfrente de ella estaba Dristan Velaryon. El joven príncipe fae perteneciente a la corte de hielo. Comenzó a aplaudir en burla como si acabara de ver un espectáculo increíble. Joyce apretó los dientes de furia.
—Esto tiene que ser el evento del año, Jessalyne —habló el príncipe fae señalando a sus centinelas qué estaban detrás, trayendo consigo el cuerpo inconsciente de Adam. —¿Un simple mortal en nuestras tierras? ¿De verdad tan bajo has caído?
Joyce apretó los dientes con fuerza. Odiaba sentirse débil en ese momento, porque no tenía las fuerzas suficientes para arrastrar al imbécil de Dristan por los pasillos. Sus manos apenas soltaron un par de chispas púrpuras.
—No es un simple mortal —soltó entre dientes ella. Odiaba que Dristan siempre hiciera menos a los humanos, como si fueran basura.
Dristan, por su lado, no parecía creerse las palabras de Joyce. Le sonrió burlón.
—Arriesgaste todo por ese mortal, ¿y qué es lo que has logrado? Tu pequeña burbuja de libertad ha desaparecido y ahora estás a mi merced.
Ella miró hacia donde estaba Adam, los dos centinelas lo sostenían de los brazos pero el joven estaba inconsciente, el peso de su cuerpo había dado de sí y sus piernas cedieron contra el suelo. Un hilo de sangre le recorría el cuello.
No le importaba si Dristan la juzgaba, para ella, Adam no era un simple mortal. Y estaba dispuesta a arriesgar todo por él.
Alzó la mirada hacia el joven príncipe, deseando encontrar al menos una pequeña parte de ese amigo que alguna vez estuvo a su lado.
—Ya me tienes aquí, Dristan. Suéltalo... déjalo ir junto con Rose.
La mención de la hermana de Adam debió calar en algo porque un brillo extraño cruzó por los ojos de Dristan. Apretó la mandíbula como si de repente la furia lo envolviera.
—Esa mortal... ella y su hermano solo son problemas.
—¡Entonces déjales ir!
Pensó por un par de segundos, los suficientes para darle esperanzas a Joyce. Luego negó y se acercó para estar a solo centímetros de ella.
—Este es tu castigo, Jessalyne, por haberme dejado en ridículo —habló solo para que ella lo escuchara, luego alzó la voz y miró a sus centinelas—. Llévenlos a la sala del trono, tenemos cuentas que saldar.