Estaba seguro de que la comida de los fae no era más que magia para jugar con los humanos. Joyce le había advertido sobre ello y aun así, Adam quería dar un mordisco a aquella fresa brillante de color escarlata. No tenía el tono de una fresa normal, eso lo sabía. Era como ver la manzana del cuento de Blancanieves, con aquel augurio de que algo malo sucedería si le dabas un mordisco.
Los sirvientes fae son reían mientras cortaban varios trozos y los acercaban a Adam. Llevaba dos días sin comer nada debido a la captura. Su estómago se retorcía de hambre, pero no podía probar bocado.
Seguía tratando de recordarse así mismo las advertencias de Joyce. Pero su instinto flaqueaba. Lo sabía, tenía que ver cuando perdió aquel collar qué Joyce le había entregado. Dristan lo notó enseguida y encargó qué se lo quitaran.
Ahora estaba a merced de los poderes de cualquier fae.
Una fae de cabello rojizo y ojos azules le sonrió.
—Vamos, sé que tienes hambre, mortal.
Adam volvió a negar tratando de recordar las palabras de Joyce, pero mientras más le acercaban aquella fruta, más ganas tenía de probarla. Su mente estaba debilitándose y el olor lo embriagaba. Nunca había estado borracho, pero aquel olor lo hacía sentir así. Mareado, confundido.
Ahora el fae de cabello rojizo había cambiado su aspecto. Lo que veía lo dejó sin palabras. Ahí estaba ella.
Joyce estaba enfrente de él, sonriéndole, dándole ánimos.
—Adam —suspiró su nombre —Adam, tienes que comer —puso una delicada mano en su mejilla. Se acercó lo suficiente para que sus labios tocaran suavemente su mejilla. Le dio un delicado beso en la comisura de sus labios.
La mano de ella estaba demasiado fría en comparación con aquella vez que ella lo despertó. Pero ver a los ojos de Joyce, la chica que conoció ese día en una cita a ciegas. Jamás había conocido a una chica tan hermosa como ella. ¿Por qué había aceptado salir con él en primer lugar? Era obvio que estaba fuera de su alcance.
Ahora lucía muy diferente. Ya no parecía un disfraz mortal, llevaba un vestido dorado muy brillante y sus ojos eran como dos topacios preciosos. Siempre le atrajo su belleza y en ese momento se veía más bella que nunca. El toque de Joyce se sintió más cálido, como si quemara su mejilla y Adam se restregó contra su mano.
—Joyce —dijo su nombre en una súplica. La había extrañado.
Ella sonrió como si le gustara tocarlo también y acercó sus labios rosas a su mejilla. Eran besos suaves, delicados que apenas sentía su toque, entonces Joyce acercó sus labios a su cuello y prosiguió besándolo, Adam gimió de dolor al sentir una mordida. Su cuerpo estaba ardiendo, pero al mismo tiempo había algo extraño en ese acercamiento. Por alguna razón, tenía el presentimiento de que Joyce no haría eso. Aun así, se sentía como una tortura muy bella e irreal.
En ese momento, Joyce acercó la fresa rojo brillante a sus labios. Sabía a dulzón y olía increíble, como esa medicina que le daba su madre de muy pequeño. El sabor entró en su sistema y comenzó a sentir como si fuego estallara dentro de sus órganos.
Entonces sus ojos se abrieron y ahí estaba aquella fae sirviente con una sonrisa triunfal, Joyce se había ido. Su apariencia era diabólica y había jugado con su mente por unos segundos los cuales fueron suficiente para engañar la mente de Adam.
El dolor lo atenazó, sintiendo que estaba muriendo por dentro. Movió sus cadenas pero nada sucedió, solo podía sentir el dolor. Quería gritar, sin embargo, sus labios se sentía adormecidos. En algún momento, cayó inconsciente sin poder soportarlo más.
Para cuando había despertado encontró que la sala del trono seguía intacta. El dolor se había ido y ahora solo veía la poca luz de la luna ingresar por los ventanales. Ahí estaba aquella fae de cabello rojo. Su apariencia le recordó a esa sirena de los cuentos que escuchaba de niño. Sus ojos azules le impactaron con aquel tono peculiar que brillaba incluso en la oscuridad. Ella le sonrió y los labios de Adam temblaron, como si quisiera sonreírle también.
—Eres un chico fuerte —habló ella con un tono de voz juguetón, como si le divirtiera eso de él —La mayoría de los mortales que prueba la fruta de hadas no sobreviven para contarlo, algunos solo acaban perdidos en la locura.
—¿Quién eres? —logró hablar él, sintiendo que estaba volviendo a la normalidad. Sus sentidos comenzaban a ser más nítidos, como si acabara de despertar de un largo sueño —. ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?
—Haces muchas preguntas, Adam Crimson.
—Responde —soltó furioso Adam.
Eso captó su atención, porque sus ojos brillaron más.
—Soy Calista y llevas un día inconsciente —se acercó y posó una mano en su pecho como si le hubiera gustado que Adam le respondiera furioso. Él quería alejarse de su toque porque le asqueaba.
—N-no me toques.
Aun tenía leves recuerdos de la noche anterior, Joyce acercándose a él. Los besos... pero estaba seguro que todo aquello fue solo una ilusión.
Calista parecía demasiado absorta en él, mirándolo con esos ojos grandes y peligrosos. Una sonrisa curvó sus labios antes de soltarlo.
—¿Qué? ¿No te gusta que te toque? Anoche parecías disfrutarlo bastante —se burló ella, confirmando su miedo. Todo había sido una ilusión.
—Esa fruta...
—La fruta de las hadas puede ser muy peligrosa, juega con la mente de quien la come. Pero nunca refleja mentiras y muestra tus deseos más oscuros. Pasaste toda la noche suspirando el nombre de ella.
Parecía satisfecha de aquello, como si fuera divertido jugar con la mente de los humanos. Para esa fae Adam debía lucir como un juguete al cual podía utilizar a su antojo. La ira y el odio creció como fuego dentro de su cuerpo.
—¿De verdad es tan satisfactorio usar la mente de los demás?
Calista sonrió, no parecía sentir nada de culpa.