El plan de Rose consistía en esconderse para llegar a Adam, al menos estaba funcionando porque nadie había reparado en su desaparición. Probablemente porque a nadie le parecía una amenaza la presencia de una mortal como ella. Lo cierto es que aquel palacio de hielo era demasiado grande con esos pasillos largos y fríos. Para cuando iba subiendo podía sentir el aire helado y tembló.
No recordaba con exactitud ir a la sala del trono desde su llegada, pero tenía el presentimiento de que se encontraba en el primer piso. Los centinelas estaban más concentrados en otro sitio, la sala del comedor. ¿Era posible que ahí estuviera Joyce?
No importaba. Tenía que encontrar a su hermano y salir de ahí.
Cuando bajó al primer piso sin incidentes, su mundo se cayó porque dos centinelas custodiaban la entrada. ¿Cómo podía distraerlos sin enfrentarlos directamente?
Su única opción era hacer ruido en otro sitio para que ellos fueran a investigar. No conocía aquellas salas y se estaba arriesgando a una muerte segura. Tendría que causar una distracción en otro sitio y huir rápido, si, ese sería el plan. Iba hacia el lado contrario cuando se golpeó contra el pecho de alguien más.
Había estado detrás de ella todo este tiempo y el alma se le cayó a los pies. Su aspecto le era familiar, era ese fae que iba en la carroza cuando iban camino a Adarlan. El fae que la había golpeado.
Su cabello rojizo era inconfundible, pero su sonrisa malévola la asustó.
—Pero mira que tenemos aquí.
Rose quería salir corriendo, pero era demasiado lenta. Solo le tomó un segundo a aquel fae tomarla del brazo. Ella gritó llamando la atención de todos, si antes había pasado desapercibida ahora no. El fae la arrastró a la sala del trono. Los centinelas no dijeron nada.
Las puertas se abrieron y la soltó en el suelo.
El golpe dolió, pero al menos estaba dentro. Miró a su alrededor, deseando con todas sus fuerzas que Adam siguiera ahí. Lo encontró encadenado a una de las columnas y si antes estaba aterrorizada, ahora era peor. Su hermano menor estaba con moretones en el cuello y unas bolsas oscuras debajo de sus ojos. Parecía consciente, pero estaba segura de que le había hecho daño.
—¡Rose! —gritó Adam, tratando de moverse aunque le fue imposible por las cadenas.
—¡Adam! —corrió hacia la columna y lo intentó abrazar.
Un nudo se formó en su garganta. Él no debía estar allí.
—Que linda reunión familiar —comentó sarcástico el fae.
—¿Qué haces aquí, Bastian? —una voz femenina habló detrás de ella.
Solo entonces Rose notó que en una silla estaba sentada una fae muy hermosa con cabello rojo y los mismo ojos azules que el tal Bastian. Ella supuso que debían de ser hermanos.
—Así que Dristan te dejó a cargo del mortal. ¿Te divertiste con él, hermanita?
—No mucho la verdad.
Rose puso sus manos en la cara de su hermano, buscando más heridas.
—Estoy bien, Rose —afirmó él.
Ella negó.
—Aquí nadie está bien.
—¿Quién es esta? —preguntó la fae mujer a Bastian. Rose se giró hacia ella, sintiendo la ira arder dentro de todo su cuerpo.
Esa condenada fae había lastimado a su hermano. La odiaba, como a todos ellos.
—Soy su hermana, ¿qué le has hecho?
—Rose —habló Adam.
La fae soltó una risita como si apenas pudiera creerse el descaro de Rose para desafiarla.
—Veo que esa vena rebelde viene de familia —miró a Adam con cierta emoción que no supo definir —Quizá con Adam lo puedo pasar, pero no contigo cariño.
Entonces alzó su mano y sin esperarlo, lanzó una corriente de aire helado contra Rose. Ella salió volando y aterrizó contra una de las paredes contrarias. El golpe fue tan fuerte que sintió algún hueso romperse. Escuchó el grito de Adam y la risa de esa fae.
—Calista —habló Bastian —Detente. Dristan...
—¡No me importa lo que piense Dristan! ¡Esa maldita mortal! ¿con qué derecho se dirige así a mí?
Todos los sentidos de Rose estaban apenas conscientes, todo su cuerpo ardía en dolor. Se quedó en el suelo, sintiendo sus huesos rotos. Adam siguió gritando, pero nadie le hizo caso. Ese tendría que ser su fin, lo podía sentir. Si moría enfrente de su hermano, no lo soportaría.
Miró el techo de cristal, las estrellas de la noche se asomaban.
Un ruido la hizo volver medio consciente otra vez, abrieron las puertas y entró un grupo de gente. Todos faes, entre ellos iban Dristan y Joyce. Iban vestidos de gala como si estuvieran de fiesta, mientras Rose y Adam se debatían entre la vida y la muerte.
Otros tres faes mayores iban detrás de ellos.
Hubo un segundo donde Dristan se detuvo, mirando la escena que había provocado Calista. Rose estaba tirada en el suelo, sin poderse levantar. Sus ojos verdes brillaron como dos luces intensas al ver el daño causado. Miró a los hermanos pelirrojos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó con una voz demasiado calmada, aunque Rose notó que estaba conteniendo su temperamento.
—¡Esa mortal, Dristan!
Dristan había apretado la mandíbula, todo en él parecía a punto de explotar. Sin embargo, Rose se sorprendió de su temple y la que sorprendió a todos fue Joyce.
La sala tembló y quizá ese no era solo su propio fin, sino el de todos.