La cena con sus padres había ido excelente. Por alguna extraña razón, sus padres no la miraron con decepción ni le recriminaron su desaparición de hace años. Junto con Dristan, mantuvieron una cena muy diplomática y casi normal. Le había recordado a los viejos tiempos, cuando ella no odiaba todo eso. Cuando todavía quería ser una reina.
Si era honesta consigo misma, había extrañado a sus padres. Incluso un poco la amistad con Dristan, él se portó agradable como si no tuviera secuestrados a dos mortales. En algún punto de la cena, se les unió Sylvan Velaryon, el rey de la corte de hielo.
Fue entonces que sintió la tensión en el aire. Dristan ya no se mostraba relajado sino distante e incómodo. Como si la presencia de su padre lo arruinara todo. Los únicos capaces de romper el hielo fueron sus padres que siguieron hablando de los planes a futuro del reino de las hadas.
De nuevo, era como si Dristan y Joyce fueran niños pequeños.
Cuando finalizaron, el rey Sylvan los invitó al trono para hablar de los preparativos de la boda. Joyce notó como Dristan se puso tenso, pero no dijo más.
Algo estaba pasando, algo grave.
Ella solo necesitaba ver a Adam, a Rose, saber que estarían bien.
Los centinelas los dirigieron a la sala y ahí estaba todo el desastre que tenía preocupado a Dristan.
Adam estaba encadenado a una de las columnas, como un esclavo. Ella recordaba con claridad ese sitio porque ahí disfrutaban de su espectáculo los reyes de la corte. Llevaban mortales o cualquier criminal fae y lo encadenaban. Luego del otro extremo de la sala estaba Rose, tirada en medio de cristales y la sangre corriendo. La escena era horrible, Adam apenas parecía consciente y luchaba con quedarse despierto.
Cuando Joyce se acercó a él, apenas parecía reconocerla. Sus ojos estaban desenfocados y notó que sus labios estaban rojizos y en su cuello había moretones qué más bien parecían mordidas. En la mesa había pedazos de frutas venenosas, Joyce las conocía a la perfección, servían para torturar la mente de cualquier mortal o fae.
Por si no fuera poco, en medio de la sala estaban los hermanos Silver. Calista estaba al borde del colapso mirando con odio a Rose y algo le dijo a Joyce que ella fue la verdadera causante de todo eso. Bastian solo miraba entre su hermana a Dristan algo culpable.
Joyce de verdad quería actuar como antes, ser la hija predilecta. Pero aquella escena y todo lo de los últimos días estaban tentándola a crear un desastre. Calista había jugado con la mente de Adam, había lastimado a Rose, incluso con la estúpida promesa de Dristan, se habían atrevido a tocarlos.
Toda su visión se volvió roja, una ira que la estaba empezando a consumir.
La sala del trono tembló y quizá ella lo estaba provocando.
—Jessalyne —alguien la llamó, no estaba segura de quién. Ya no importaba.
Si tenía que matar a todos en esa sala para que Adam y su hermana vivieran, bien. Lo haría.
Pero su primera víctima sería Calista.
Antes de que la fae pudiera notar algo, Joyce alzó una mano y la levantó en el aire. Bastian gritó algo e intentó atacarla, pero fue más rápida ella. Lanzó a Bastian contra el otro muro.
Calista comenzó a pedir aire, como si no pudiera respirar. Puso sus manos en su cuello, tratando de encontrarlo.
—Tú hiciste esto.
La historia con aquella fae era algo larga y toda llena de malos recuerdos. Desde que visitaba la corte con sus padres, recordaba a la joven Calista hermana del mejor amigo de Dristan, Bastian. Siempre estaba ahí mirándola con recelo, hablando de ella a escondidas con los demás. Por alguna extraña razón, la tenía jurada contra Joyce desde que anunciaron el compromiso entre las cortes.
Siempre estaba celosa, siempre tratando de hacerle sufrir. Si Joyce encontraba un vestido que le gustaba, al día siguiente Calista se encargaba de destruirlo. Si le gustaba un chico, se lo robaba.
Fueron años constantes de acoso y tuvo que soportarlo por sus padres, por el bien de la corte.
Ahora se enteraba de la existencia de Adam y estaba segura que se acercó a él con otras intenciones. Aquella fruta podía volver loco a cualquier mortal, pero también podía hacerle ver ilusiones, hacerle querer cosas que no quería. Adam podía hacer lo que Calista deseara y ni siquiera se daría cuenta porque no estaba consciente. Podía olvidarlo todo cuando el efecto pasara.
La empujó contra la pared y puso una mano en su cuello.
—¿Qué fue lo que hiciste con él?
La soltó un poco para escuchar su respuesta. Los ojos azules de Calista brillaron con varias emociones: miedo, odio..
—No hice nada que él no quisiera hacer.
Joyce apretó más su cuello sin poderlo soportar.
—Si lo vuelves a tocar, estás muerta.
—Jessalyne —una voz sonó detrás de ella, era Dristan.
Por un segundo, se había olvidado que en aquella sala también estaban sus padres y el rey Sylvan. Miró con odio a Dristan, ¿por qué había confiado en él?
Ahora debía dar explicaciones a todos ellos, explicaciones que no quería dar. Por lo menos sus padres no estaban tan sorprendidos, como si eso fuera algo que esperaban de ella. Era como regresar a los viejos tiempos.
—Habías dicho... —miró a los demás, el rey Sylvan observaba la escena con una sonrisa como si aquel acontecimiento fuera de lo más interesante. Joyce se abstuvo de decir algo fuera de lugar —. Ellos no tienen que estar aquí.
Tenía el leve presentimiento de que algo más grande sucedía con la tensión del rey y Dristan. Toda aquella escena era algo que solo le permitía mostrar a ellos como su debilidad eran Adam y Rose. Seguro Sylvan lo sabía para ese momento.
Soltó a Calista y esta se fue con su hermano, salieron de la sala apresurados. El rey Sylvan caminó hacia su trono y se sentó en él.
—Esa fue una escena muy interesante, sin duda su hija tiene el fuego que se requiere para gobernar.