Los centinelas habían llevado a Adam y a Rose a una habitación arreglada. Aquel lugar, a diferencia de los otros sitios donde siempre estaba, era agradable y ostentoso. Parecía una habitación de invitados.
Lo dejaron encerrado sin cadenas ya que no había forma de que él saliera por otro lado. Las ventanas mostraban que estaba en un sitio bastante alto.
Se sentó en la cama con los brazos adoloridos después de acomodar a su hermana en la cama con dosel. Ella aun seguía inconsciente, pero las heridas que le había provocado Calista estaban curándose gracias a una fae doncella que le había dado un bebida a Rose.
No pasaron más que un par de minutos cuando sus heridas comenzaron a sanar por arte de magia. Mientras veía las suaves respiraciones de su hermana, pudo dejarse sentir abrumado. Todo lo que había pasado en los últimos días seguía dejándolo sin palabras. El miedo que sintió al ver a su hermana herida, o aquellas horas que pasó en ese lugar sintiendo que su mente daba vueltas. Calista le había dado de comer algo que había hecho papilla su mente, sus recuerdos. No lograba entender qué había pasado.
El único recuerdo vívido después de eso fue cuando Joyce apareció y estaba furiosa. Jamás la había visto tan enojada, como si sus emociones pudieran despertar todo tipo de poderes nuevos en ella. Solo hasta ese momento Adam se dio cuenta de lo poderosa que era y el peligro que emanaba.
Sus pensamientos se interrumpieron cuando alguien tocó con suavidad la puerta y entró. Para su sorpresa, ahí estaba Joyce, luciendo como una princesa con su vestido rojo y dorado. Nunca se vio tan diferente a la chica que conocía de hace dos semanas. Sus ojos estaban brillantes como siempre, pero había una emoción clara en ellos: culpa.
—Adam.
Él no estaba seguro de qué decirle, parecía que los últimos días habían sido demasiado caóticos que ninguno encontraba las palabras adecuadas para describirlo. Sin embargo, las palabras de Calista seguían repitiéndose en su mente «Jessalyne está dispuesta a hacer lo que sea por ti».
Había visto a los otros faes en esa sala, lo sabía ahora con certeza. Joyce iba a casarse con ese príncipe fae que tanto daño les había hecho.
—Vas a casarte con él.
Ella respiró hondo y cerró sus ojos, como si ya esperara esa conversación. Cuando abrió sus ojos, estos brillaban con lágrimas.
—Es la única forma.
Adam negó.
—Debe haber otra.
—Ojalá la hubiera. Pero, me encargaré de que ustedes regresen a casa.
Ella de verdad estaba sacrificando sus deseos para salvarlo a él y su hermana, dos personas que apenas conocía. Adam se levantó de la cama, enfrentándola con la mirada.
—¿Por qué haces esto? Solo somos dos mortales que apenas conoces. Tú no quieres esto, no quieres casarte.
—¿Y qué se supone que haga entonces, Adam? Él los trajo hasta acá, no es mi territorio, no tengo poder aquí. Están aquí por mi culpa y estoy tratando de enmendar ese error.
Lo sabía, si Joyce no se hubiera cruzado en la vida de Adam nunca hubiera vivido todo aquello. Sus vidas seguirían siendo tan mundanas como siempre. Pero a pesar de todo eso, no podía dejar de preguntarse porqué para ella era tan importante un par de mortales para dejar toda su vida detrás.
Odiaba la idea, pero no tenía muchas opciones tampoco. Joyce lo miró con un brillo de dolor en sus ojos, como si pudiera entender sus sentimientos. Ella se acercó lentamente hacia él y pasó su mano por su mejilla y su cuello donde tenía marcas muy rojas, el rostro de Adam ardió con su toque.
—Estás herido.
A diferencia de las alucinaciones, el toque real de Joyce provocaba que su corazón latiera con más fuerza en su pecho. Le hacía sentir más vivo qué nunca.
Esta vez era real y no una alucinación por aquella fruta que le había dado Calista. Aun así, el simple recuerdo le hizo estremecerse. ¿Cómo podría distinguir la ilusión de la realidad?
Joyce alejó su mano, claramente dolida de que le asustara su toque.
—Estoy bien —trató de convencer Adam, pero su voz sonaba insegura, asustada.
Los ojos se Joyce comenzaron a brillar en tonos púrpura, como si estuvieran a punto de estallar en fuego puro. La ira estaba en ellos.
—Ella te hizo esto. Te dio aquella fruta, se aprovechó de ti.
Adam de nuevo sentía la boca seca, el recuerdo de aquella fae tocando su rostro y acercándose a sus labios, fingiendo qué era Joyce. ¿Tan fácil era que ellos entraran a su mente?
¿Por qué Joyce formaba parte de sus alucinaciones?
—No sé lo que pasó, pero no pude evitarlo.
—¿Qué fue lo que viste para que te convenciera?
Adam sintió como si piedras se asentaran en su estómago. Le avergonzaba decirlo, decirle a ella que Calista lo había hechizado usando su imagen. Fingiendo ser Joyce. Se sentía tan estúpido por haber caído.
Era obvio que alguien como Joyce no haría lo que hizo Calista. Sí, Joyce era amable con él, pero porque se sentía culpable. No porque sintiera algo por Adam.
Aun así, en sus peores momentos, Adam la buscaba a ella. Anhelaba su toque.
—No recuerdo —mintió.
Aun necesitaba ordenar sus sentimientos sobre ella, sobre lo que implicaba. Él estaba consciente que algo entre ellos era imposible. No solo porque ella fuera increíblemente bonita e inteligente, sino porque era una princesa. Destinada a grandes cosas, a un futuro prometedor mientras que Adam solo era Adam, un chico que no sabía interactuar con las chicas. Un simple mortal que ahora le complicaba la vida.
Ella lo miró como si fuera un juguete roto, la lástima evidente en sus ojos.
—Me encargaré de esto, lo prometo.
Salió de la habitación, dejando más confundido a Adam.
Recordaba con exactitud su deseo más grande, aquel que hizo además de pedir la salvación de su hermana antes de ingresar a Adarlan. Y ese deseo era justo lo que no podía tener.