Joyce estaba segura de que quería venganza. La conversación con Dristan, solo había servido para hacerla enojar más.
Después de que se asegurara de que tanto Rose como Adam estuvieran a salvo de las garras de Calista o cualquier otro fae. Fue directo con Dristan y estuvo a dos segundos de matarlo. El príncipe se había portado arrogante diciendo que no había planeado herir a Rose, solo a Adam. Si quería que los dos estuvieran a salvo, tenía que cumplir con su parte del trato.
Y ahora ella estaba vestida con el condenado vestido de novia. Estaba confeccionado perfectamente para ella, un vestido entre el color blanco y beige cuyo cuerpo se formaba de distintos intrincados como si fueran raíces de un árbol a punto de nacer. El corset era dorado con un toque de hojas verdes alrededor. Las mangas eran largas como si se derritieran.
Era el vestido más hermoso que había usado en toda su vida, sin embargo nada de él le traía buenos recuerdos.
Su madre se acercó a acomodar la corona de hojas doradas.
Cuando dos faes se casaban, unían no solo sus propios poderes con el del otro sino que también era una unión para la madre naturaleza. Por eso su vestido hacía honor a ello.
Una vez que se firmara el acuerdo de casamiento, la naturaleza resurgiría de nuevo. Sería un renacimiento para todo Adarlan.
—Te ves hermosa, hija mía.
Ver de nuevo a su madre, le dio un golpe de nostalgia. Joyce había huido hacía dos años de casa y su madre actuaba como sino hubiera cometido el peor de los crímenes. Después de la escena en la sala del trono, sus padres descubrieron con decepción los verdaderos motivos de su regreso.
No estuvieron felices, al menos no su padre. Pero estuvieron de acuerdo con las reglas de Dristan.
—Si tienes que pagar un precio por tus acciones, entonces lo harás. Eres la princesa heredera de la corte de fuego, tu gente te necesita.
De nuevo ahí estaban esas responsabilidades, ese futuro del que tanto hablaban.
Joyce estaba asqueada.
Por mucho que extrañara a sus padres, una parte de ella seguía sintiendo que no tenían una conexión real. Al salir de su habitación, ellos la guiaron a la sala del trono, donde esperaba la celebración. El rey Sylvan había invitado a todos los faes por lo que el palacio estaba lleno y se percibía un aura de poder inmenso.
Muchos chillaban de alegría, otros la miraban con recelo. Joyce podía entender el odio hacia ella. Desde su perspectiva era una princesa que había faltado el respeto al príncipe de su corte huyendo de su matrimonio. No se ganaría la lealtad del pueblo con ello.
La sala ahora estaba decorada con luces blancas y doradas que flotaban en el techo. En el centro donde estaba el trono había creado un arco de hielo y flores azules y plateadas. Se veía demasiado hermoso, irreal.
Las hileras de invitados se dividían en dos zonas, dejando el paso a un estrecho pasillo que dirigía al escenario. El trono seguía detrás del arco de hielo, donde Sylvan ya estaba sentado observando sonriente la escena. Dristan estaba al lado de su padre, luciendo más noble que nunca con los colores de su corte. Azul y plata. Una corona de hielo se alzaba en su cabello oscuro.
Cuando Joyce observó a su alrededor, notó en una de las esquinas encadenados a Rose y Adam quienes veían la escena con cautela y miedo. Miles de faes pasaban observándolos, como si fueran un nuevo aperitivo. Algunos incluso estaban lanzándoles cosas como fruta o joyas preciosas. En el mundo de los fae era común burlarse de los humanos de esa forma. Mostrándole algo que nunca podrían tener. Si comían de la fruta podían caer en la perdición.
Furiosa, Joyce movió su mano discretamente. Había lanzado un pequeño juramento que permitía crear un escudo invisible. Al menos de esa forma, los faes no podrían seguir lanzando cosas contra ellos. Los ojos de Adam la escrutaron en la lejanía, pero ella no tenía el valor de regresarle la mirada.
Caminó junto con sus padres hacia el arco donde la esperaba Dristan. Al llegar, sus padres se inclinaron haciendo un juramento y presentando sus respetos al rey Sylvan.
Dentro del arco estaba una mesa de hielo con papeles y tinta. No había nadie que juraste ante ellos, solo el papel y las palabras que Dristan y ella dijeran. Miró a su prometido con odio profundo. Sino hubiera sido por Dristan su vida y la de Adam sería distinta.
¿Hubieran tenido un futuro si el mundo de ella no los encontraba? No podía estar segura.
El príncipe parecía mirar hacia su padre con nervios, como si buscara su aprobación. Joyce se preguntaba que podía asustar a Dristan de su padre.
Ella sabía que en el fondo no quería casarse con ella. Si ambos juraban había una probabilidad, podían morir. Los fae no podían mentir, un juramento podía matarlos.
—Ellos regresarán a sus vidas mundanas y tú serás reina. Serás poderosa —susurró en su oído.
Joyce quería darle un puñetazo.
—Tú no quieres esto.
—Nos vamos a casar, quiero ser rey.
Sabía lo que Dristan estaba haciendo, usando las palabras a su favor para no tener que responder con la verdad. Sylvan dio un discurso largo antes de empezar la ceremonia.
«La unión de la corte de hielo y fuego, por primera vez en la vida, hará de Adarlan un país poderoso. Los ancestros lo han predicho, un poder grande se avecina.»
Ese era el momento de Dristan y Joyce, quienes miraron con duda los papeles de matrimonio. Se tomaron de las manos pero solo tomaron dos segundos de duda hasta que alguien gritó en la sala.
Fue un grito agonizante, aterrador.
Una fae joven se había levantado de su asiento. Llevaba un vestido verde y su cabello brillaba con destellos dorados. Sus ojos estaban completamente blancos, idos.
Pero lo que más aterrorizó a todos fue su voz clara y fuerte:
«Un gran poder se avecina para el país de Adarlan. Para ambas cortes será un poder que podría destruirlo todo. La unión entre cortes no servirá, no mientras las dudas permanezcan en los corazones de algunos.