Adam estaba temblando mientras corría al lado de Rose por los pasillos. Lo que había sucedido en aquella sala de trono lo aterrorizó más que nada en el mundo.
Había estado demasiado absorto en sus sentimientos, en lo mucho que odiaba que Joyce estuviera apunto de casarse. Cuando la vio llegar con aquel vestido digno de una princesa se dio cuenta de que eran de mundos opuestos. Se había visto hermosa vestida de novia, pero su belleza estaba disfrazada de un peligro innegable.
Lo primero que dejó a todos sorprendidos fue una especie de profecía dicha por una fae desconocida. La duda en los ojos de Joyce incluso de Dristan. Nadie vio el peligro venir. No cuando Joyce se negó a casarse, sino cuando el rey de la corte mató a dos fae en un segundo.
Según lo que había escuchado, había matado a los padres de Joyce declarando la guerra a su corte. A partir de ese momento todo fue un caos. La sala se vio envuelta en los poderes de fuego. Joyce estaba ida en el dolor y el llanto qué ni siquiera se daba cuenta que estaba destruyendo la sala del trono.
Todos comenzaron a correr pero Rose y Adam seguían encadenados a una de las esquinas de la gran sala.
Iban a morir ahí, nadie los iba a salvar porque eran mortales. Sin embargo, las llamaradas de fuego no los tocaban, como si estuvieran protegidos por un escudo invisible. Todo era rojo y el aire era tan caliente que apenas podían respirar. Solo les tomaría segundos ahogarse en aquel humo.
Fue en ese momento que Adam distinguió a un fae entre la multitud que huía. Félix. El fae se detuvo en medio del caos y parecía dudar. Adam no estaba seguro de cuanto iba a durar su escudo. Debían salir de ahí pronto.
El fae notó su desesperación y le sonrió. Entonces se fue.
Rose lo miró con miedo en los ojos.
—Adam... Dioses —estaba al borde del llanto.
Joyce estaba acabando con toda la sala y los iba a arrastrar.
Intentaron jalar sus cadenas sin éxito.
En ese momento, Felix había regresado con unas llaves. Se acercó rápidamente y soltó las cadenas. Le sonrió a Adam.
—Ahora estamos a mano, mortal.
—Gracias, Félix.
El fae soltó una risita antes de ver el caos qué se mostraba detrás.
—La menor de mis preocupaciones de todos modos. ¡Sálvese mientras puedan!
Tanto Adam como Rose no dudaron en salir corriendo de la sala, siguiendo a Felix. Entre el caos, ni siquiera los centinelas notaban qué sus prisioneros humanos habían escapado. Algunos incluso yacían muertos por la guerra que estaba llevándose dentro de la sala de trono.
El poder de Joyce había acribillado a muchos, sin importar su inocencia. Era claro que no estaba en su control.
Adam miró hacia atrás, deseando hacer algo, pero su instinto de supervivencia le decía que siguiera corriendo. De alguna forma, ambos llegaron sanos y salvos a la entrada del palacio, bajaron por un tramo largo de escaleras qué los llevaba a los jardines frontales del palacio. Al ver hacia arriba, el palacio de hielo parecía estar a punto de caerse. Las llamas salían de las ventanas y el fuego se propagaba muy rápido.
Siguieron corriendo hasta que llegaron al pueblo y tuvieron que esconderse tan pronto vieron centinelas por las calles. Él y Rose encontraron un callejón a unas calles cerca.
Se escucharon más explosiones dentro del palacio incluso en la lejanía y todas los fae corrían en diferentes direcciones. Algo grave había pasado porque la luz del palacio se oscureció y explotaron cristales por todos lados.
Félix les dijo que su único boleto de regreso al mundo mortal era el bosque. Pero habían muchos peligros ahí también. Adam lo sabía.
Tendría que esperar, esconderse junto con Rose.
Las calles de la ciudad comenzaban a llenarse de más y más centinelas. Adam no estaba seguro de que los buscarán a ellos, pero no quería arriesgarse. Solo era cuestión de tiempo para que lo hicieran.
—¿Iremos al bosque? —preguntó Rose.
—No creo que logremos sobrevivir ahí. Tenemos que...
Dejó la oración a medias cuando una figura alada se apareció frente a ellos. El aire que impulsó la criatura fue suficiente para que Adam y Rose se hicieran hacia atrás contra la pared más cercana.
Entonces las alas se abrieron y mostraron a una fae de cabello rojizo y unos ojos azules que eran inconfundibles. Calista.
Así que no habían llegado tan lejos. Calista se encargaría de hacerlos regresar al palacio.
—Vamos, tenemos que sacarlos de aquí lo más pronto posible —habló la fae de una forma bastante agradable en comparación con sus actitudes anteriores.
Adam abrió su boca pero las palabras no salían. No lograba comprender como es que Calista estaba interesada en que ellos escaparan. No hacía unos días que estaba muy contenta de torturarlos.
La fae debió notarlo porque las comisuras de sus labios se alzaron.
—No confías en mí.
—¿Debería? —fue lo único que pudo responder él.
—Escucha, no tengo tiempo para explicar. Mi hermano... Recibió ciertas órdenes de tu princesa.
La última palabra la soltó con desagrado, como si apenas pudiera pronunciar el nombre de Joyce sin sentir asco.
Lo que decía Calista no tenía ningún sentido. ¿Por qué confiaría en esa fae que parecía disfrutar torturando humanos?
—Sabes que no puedo mentir.
Rose tiró de su brazo, mirando a todos lados el caos qué se avecinaba. No podían estar sin protección y Calista era la única que podía ayudarlos de momento. Si Joyce la había enviado a ayudarlos, tendría que confiar.
Adam asintió. Sintiendo la boca seca.
—Vale. Te seguiremos.
Tan pronto ellos aceptaron, ella los dirigió unas calles abajo. Habían llegado a un carruaje que estaba liderado por dos bonitos caballos blancos. El carro tenía intrincados muy parecidos a los que se veían en las afueras del palacio.
¿Era posible que Calista los dirigiera a una trampa?