Pero la conversación continua, a pesar de que el ave parece haberse congelado a causa de un desconocido pesar que le embarga, pues, limpiando su rostro con una de sus alas, ahora calla con los ojos cerrados.
Así, el diablo deja oír su voz una vez más.
– No eres el único que sufre por amor. Abak solo intenta ayudar, insolente.– Responde el hombre mientras acaricia al cuervo.
La respuesta de aquel, que a pesar de fungir como un llamado de atención ante el insensible comentario del muchacho, causa extrañeza en el mismo, pues, diferente a la sarcástica o iracunda forma de actuar que mostró en las pasadas ocasiones; ahora su voz también reviste un dejo de pesar que no se esconde en su, ahora, calmada actitud.
Aquel poderoso ser, que ha sido delatado por su emplumado amigo, también muestra su dolor ante el joven.
– Durante más tiempo del que puedo recordar, he vivido enamorado de ella.– Habla mientras estira una de sus manos y coge la guitarra del muchacho, quien le oye con atención mientras enjuga sus lágrimas.– Desconozco si han de ser siglos o milenios los que queman mi pecho, pero los ojos de aquella dulce fiera se proyectan como dos luceros cada vez que pierdo mi vista en el horizonte. Es aquel el motivo por el cual contemplaba el lago y la ciudad.
– Pero...– Le embarga la duda al saber que fue ella quien le guio desde el otro mundo.– ¿No mueren cientos cada día? Tantas veces que has de verla, ¿y no te corresponde?
– No es tan fácil, muchacho.– Responde articulando bajos y sostenidos acordes en la guitarra, complementando así aquel ambiente de tristeza que les acoge.– Incluso el corazón más fácil de obtener ha de ser cortejado. Y el suyo es tan duro como la lápida que hoy lleva tu nombre en aquel cementerio.
– ¿Y no tienes, acaso, cientos de oportunidades al día para cortejarla?.– Responde al suponer con prisa que, fuera de aquella estampa de poder, el sentimiento banal y humano de la vergüenza y la duda son también compartidos por aquel.– Insiste cuantas veces sean necesarias. No me necesitas para eso.
El muchacho, que poco a poco articula los crueles vacíos de su agónica travesía, ya no da buena cabida a la cambiante amalgama de emociones que afloran con cada momento que enfrenta en este mundo desde su llegada. Pues, si bien el desconsuelo es aquel que persiste con el correr de las incontables horas que dan paso a los días, transita entre el miedo, frustración, desesperación, dolor, y, ahora, el disgusto de saberse confundido nuevamente con aquello que se va revelando ante sus ojos. Y, es que, a pesar de conocer ahora no solo la razón de su infernal pacto, sino también el motivo de ser requerido por Lucifer, no ve sentido o utilidad a su presencia en aquel mundo, pues observa cómo ahora el diablo toca con gracia las cuerdas de aquel instrumento que materializa la obligación de servirle. Aquello despierta en él un lento, pero creciente resentimiento que calla mientras continúa escuchando al hombre, observando con detenimiento la destreza con la que sus dedos pulsan y acarician cada cuerda en aquella melodía más parecida a una balada.
Así, el diablo relata al joven la historia de su propia agonía, distinguiendo con claridad al entendimiento del muchacho aquel inefable sentimiento que carcome su interior.
El silencio del cuervo, qué como un espectador más aún permanece con los ojos cerrados, también es algo que, en su familiaridad, no deja de sorprender al muchacho que, incómodo tras un rato sentado en el frío y húmedo suelo del bosque, se ha levantado mientras oye el relato del hombre que se mezcla con diversos acordes que maneja con maestría y elegancia, complementado la historia que da a conocer a su incrédulo oyente.
Cuenta el diablo, que antes del tiempo del ser humano, la tierra no era gobernada por ser alguno, sino que era habitada por incontables seres poderosos a los cuales el hombre conoció después como deidades. Con su poder, unos creaban distintas formas de vida o esculpían mágicos paisajes a su antojo, cubriendo la faz de la tierra de maravillas tan distintas como rostros pudieran hallarse en un mercado. Otros tantos, de menor categoría o poder, sirvieron a quienes maravillaban mejor sus sentidos, asistiendo sus creaciones y cuidando de ellas conforme las mismas tomaban curso en su propia existencia y trascendían de aquello que alguna vez fueron.
La inmortalidad de aquellos seres fue el motor que permitió que los milenios dieran forma al nacimiento de sutiles rivalidades.
Con un acorde rápido, cuenta también el hombre que las distintas creaciones vivas de aquellos seres carecían de un real propósito, existiendo únicamente para poblar los bastos rincones de un mundo que ya hace milenios había dejado de ser una fría y triste roca, evolucionando y enlazando complejos sistemas de alimentación y mutua cooperación. Aquello maravilló a muchos de ellos, que gozaban de ver el tiempo pasar cambiante e imparable. Pero otros tantos hubieron de pretender algo más.
Así, un pequeño grupo de poderosos seres y sus sirvientes, comandados por Yahveh y Aserah, su esposa, decidieron enaltecer su existencia creando un nuevo ser, el único con un propósito claro entre las miriadas de criaturas que ya existían previamente: dotado de inteligencia y conciencia, disfrutar y admirar todo aquello que había sido creado. Pero aquellos dones otorgados a esas criaturas pronto dieron paso a un torcido rumbo y, al observar como aquellos entes poderosos y extraños podían manipular mil cosas que escapaban de su entendimiento, comenzaron a adorarlos como dioses.