Balada del diablo y la muerte: una triste canción de amor

CAPÍTULO III pte.6 - EL BOSQUE DE LOS ÁRBOLES MUERTOS: CUERVO NEGRO

Junto a la hoguera, tras las palabras del joven, los negros ojos del cuervo, que alza la cabeza con lentitud como despertando de su triste letargo, se posan sobre la faz del diablo. Aquel hombre que, conocedor del dolor que ha descendido sobre el particular trío, ya no llora, pero guarda silencio con los ojos cerrados y ambas manos en los bolsillos de su abrigo, no responde al muchacho. Pero el emplumado animal guarda el antiguo conocimiento de su silencio, comprendiendo que aquella falta de comunicación ha de expresar una extraña forma de consentir con gratitud a lo expresado.

Comprende también el cuervo, pues la forma de decirlo delata aquello, que el joven cantor expresa ahora la intención de ayudar sin reparos con un motivo: el animal sabe, acostumbrado a viajar entre las sombras del desconsuelo que separan el mundo primigenio de este, que aquello ha de significar que el muchacho ha sucumbido a la agónica aceptación de saber que su única opción de volver a ver los ojos que se proyectaron sobre el lago, es cumpliendo su pacto.

Es por eso que, aprovechando un instante de silencio, el animal desciende del instrumento y, caminando sobre el húmedo suelo del bosque, se acerca también a la orilla del lago junto al muchacho que, tras advertir su presencia, le observa y acaricia con una triste sonrisa dibujada en el rostro.

– Ay, de mí.– Se oye al joven nuevamente, mientras habla apesadumbrado.– ¿Qué será, entre barro y escombros de un sin vivir? Sigo buscando su luz.

– Puedo ayudarte a encontrarla.– Responde el cuervo.– Pero debes controlar esa llama que consume tu mente. Con mesura y perseverancia, podrás alcanzar todo lo que te propongas.

– Lo sé, y aunque quiero apagarla, harto de sufrir, es como arrancarme el alma.

Así, conocedor de la intención que el cuervo manifiesta por ayudarle, el muchacho no puede evitar doblar su pasión, aun cuando el mismo animal le ha dicho que no lo haga, y, gateando unos cuantos centímetros para postrarse ante el emplumado animal, intenta continuar, pues sabe que el cuervo puede volar entre este y el otro mundo con absoluta libertad. Pero, tras un par de segundos de titubeo, se arrastra con prisa junto al diablo para, esta vez, dirigir su petición a este.

– Resucítame, aunque sea por un solo día, y llévame sin miedo hasta su puerta. Ansío decirle cuanto la amo y que jamás la olvidaré.– Ruega de rodillas junto a Lucifer, secando sus lágrimas con el borde de su largo abrigo.– Seguro que, aún se acordará de mí.

– No puedo.– Contesta el hombre hundiendo la triste súplica del muchacho y notando como aquel baja la cabeza con tristeza.– Solo Azrála y Las Parcas pueden hacerlo. Pero puedo hacer algo por ti, muchacho.

Dicho esto, el diablo voltea para mirar al cuervo con una sonrisa en el rostro, como acariciando un propósito que pronto ha de revelar. Y, arrojando su sombrero con fuerza al cielo, dispara una fugaz llamarada con su dedo, haciendo que el mismo se encienda en un espectral aro de fuego que se dibuja sobre ellos y sorprende al muchacho, quien observa boquiabierto lo que sucede.

Así, como gozando de aquello, la voz del diablo vuelve a hacerse presente.

– ¡Cuervo negro!.– Grita extendiendo sus brazos con voz fuerte y áspera, como si trompetas anunciaran su presencia.– Lleva el recuerdo de su corazón y el mensaje de su amor donde solo ella pueda escuchar su voz.

El cuervo, por su parte, que oye la voz del diablo con un aparente regocijo, no puede evitar abrir sus alas de par en par y graznar una y otra vez ante las ráfagas de viento que ahora emanan de aquel hombre y acarician sus plumas mientras alejan hojas y ramas secas de los alrededores.

– Tú y yo necesitamos amar, muchacho. Y ya me harté de que languidezcas y dimitas con frecuencia.– Vuelve a oírse la voz del hombre, esta vez, dirigiéndose al joven que aún se mantiene agarrado de su abrigo.– ¿Nunca volverás a rendirte? ¡¿Verdad?!

– No...– Titubea por un momento ante la escena.– Nunca más.

– ¡Dilo, muchacho!.– Interviene el cuervo desde la orilla del lago.– ¡¿Volverás a rendirte, mocoso?!

– ¡No! ¡Nunca más!

Aquello, que funge como un tácito contrato entre los tres, reafirmando así el pacto que entre el diablo y aquel músico nació hace un tiempo,

– ¡Bien!.– Grita Lucifer con violencia, descargando un feroz pulso de viento, similar a una explosión sin fuego, que derriba un par de árboles y tumba con violencia no solo al cuervo, sino también al muchacho.

Pero el animal, que parece haber entrado en un frenesí que le impulsa a levantarse y abrir nuevamente sus alas, no parece haber sufrido daños por el embate del viento. Si no que ahora salta de un lado a otro como esperando la orden para emprender el vuelo a lo desconocido.

Entonces, y ante la atónita mirada del muchacho, el diablo vuelve a dirigirse al cuervo mientras apunta con su mano derecha el aro de fuego que se dibuja en lo alto.

– ¡Cruza el mundo y vuela lejos del abismo hasta encontrarla! Lleva este corazón con ella y, entregándolo después al viento, dile que no habrá de rendirse...

– ¡Nunca más!

Así, con un último grito del cuervo, el animal salta y vuela directo hacia el muchacho, arrancando con furia un mechón de su cabello para luego emprender vuelo hacia el aro de fuego.



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En el texto hay: demonios, romance, amor

Editado: 14.11.2024

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