Odio mi vida...Esas eran las palabras en las que pude resumir mi patética y aburrida vida antes de aquello.
Todo era tan gris y melancólico que sólo producía en mí: ganas de llorar, gritar hasta desgarrar mi garganta y eventualmente desaparecer.
Mi vida se había vuelto en una pared decorada con tantas máscaras que, poco a poco habían hecho que olvidara quién era y lo que podría llegar a ser.
Así es, poco a poco perdí todo, el amor, mis amigos, mi familia y mi voz, sólo agachaba la cabeza siempre que alguien hablaba, deje que mi voz fuese apagada por otras voces pero sólo mis manos fueron capaces de seguir gritando, luchando por aquello que sólo alguien distinto a mi podría querer o desear, volver al inicio del daño, repararlo, poner tantas venditas para cubrir la cicatrices pero cada una de esas cosas era imposible, no hay nada que pueda cubrir un hueco causado por la herida de la ausencia.
Un día llegó para no volver, sólo trajo consigo un piano y fue lo único que me mantuvo vivo, sólo vivía con tristes melodías, baladas que sólo eran comparables al sonido que viento y los árboles en una fría noche de invierno, porque así era mi corazón. Tan frío e indiferente, encerrado en cuatro paredes completamente a oscuras y un piano, aquellos eran mis únicos compañeros en mis días de neblina y mis noches de lluvia, sólo ellos y las incesantes lágrimas que no querían dejar de fluir, eran la única prueba de que aún seguía teniendo sentimientos, pero sólo me destrozaban por dentro y llegaban a lastimarme, más que cualquier otra persona u otro comentario, era yo el que se estaba destruyendo por no dejar de ver al pasado y quedarme ahí, quieto, presa del pánico, llorando. Eso era lo único que sabía hacer.
Aunque nunca le mostré ese aspecto a alguna persona, un día no pude más, y simplemente rompí en llanto cerca de un parque, a unas cuadras de la estación del tren, sí bien la lluvia lograba esconder mis estúpidas lágrimas mis piernas flaqueaban hasta golpear mis rodillas con el piso, ese día había perdido el tesoro más preciado de mi existencia, perdí el piano que mi padre me había regalado antes de desaparecer, dolía, era lo único que me mantenía vivo y cuerdo, pensé que ya no tenía absolutamente nada, eso pensé.
Fue entonces cuando un lobo de pelaje tan oscuro como la noche se fue acercando lentamente a mí, podía escuchar leves gruñidos provenir de aquel animal que simplemente se sentó frente a mí, mirándome fijamente, logrando intimidarme. Mis piernas no respondían por un momento pensé no hacer absolutamente nada, después de todo, nadie se iba a tomar la molestia de saber que pasó conmigo Y antes que dejará caer mi cuerpo hace otra sentí como algo me abrazaba con fuerza sentí el peso de su cabeza sobre mi hombro y por más que intentaba ver hacia atrás, mi mirada se mantenía fija hacia aquel animal, tan imponentes y tan majestuoso. Sus ojos habían logrado cautivarme, era dos amatistas, joyas preciosas que me mantenían totalmente embelesado por lo cual y sin dudar, acerqué mi mano hacia su pelaje, acariciando con delicadeza aquel suave pelaje pero aquello parecía importarle muy poco, sólo se mantenía ahí, inmóvil mientras aquel abrazo se hacía más fuerte.
Y fue ahí cuando escuché una suave y firme voz susurrar algunas palabras inentendibles en mi oído, aquel animal había ladeado levemente su cabeza y empezó a lamer mi mano con suavidad.
Mis ojos empezaban a arder de tanto llorar, cediendo levemente ante la sensación de calidez que sentía por aquel abrazo y poco a poco empecé a sumergirme en un mar de pensamientos, recuerdos felices de mi infancia, la sonrisa de mi madre y el recuerdo de la primera vez que había escuchado la novena melodía de Chopin, hace ya tantos años. Eso se sentía volver a ser feliz de nuevo, por unos segundos antes de volver a recordar absolutamente y sumergirme en un profundo sueño, tan profundo que ni los escasos rayos del sol en invierno ni el frío asesino habían logrado despertarme. No sé cuánto tiempo habría pasado, ni que había sucedido exactamente, o si simplemente había sido el sueño más hermoso y extraño que había tenido en mucho tiempo pero por primera vez en mucho tiempo, había despertado con una sonrisa en mi rostro.
Ese día no quise salir, ese día simplemente me quedé en mi habitación, ignorando el deseo de probar bocado e ignorar todo tipo de llamadas, simplemente estaba mi cama, la ventana, el piano y yo, completamente perdidos en una hermosa melodía que no paraba de resonar pero poco a poco se volvía gris cómo el más oscuro de los días, sintiendo las gotas de agua golpear con fuerza aquel vidrio que había puesto para simplemente mantenerme cómo observador, veía el agua correr por ella y volvía a mantenerme encerrado en aquella fría habitación frente al piano, tocando una y otra vez aquella melodía de cuando era niño, cómo sí deseara recordarla siempre pero sólo buscaba olvidarla y fastidiarme de ella, nuevamente sentía mi corazón romperse y desgarrarse por dentro mientras los sonidos de habían vuelto cada vez más bruscos y desentonados obligándome a parar por ese desagradable sonido que había provocado, rompiendo en llanto y simplemente deseando desaparecer, no volver a estar cerca de aquel piano, de esa habitación, estar lejos de mi propia vida y de mi memoria.