Balas de Humo

2: SANGRE EN LAS MANOS

Se llamaba Daisy Fuentes, y podría tener pocos más de dieciocho años. En aquel momento reflexionaba acerca de las cosas que había hecho y de las que estaba a punto de hacer. 

«¿Qué pensaría mi padre si me viera ahora, con esta ropa y en un lugar como este?»

Sin embargo, su padre no estaba allí para verla. La decisión estaba tomada y había que seguir adelante. No iba a permitir que sus pensamientos la detuvieran; tenía que vivir. 

Bueno, también era cierto que no era la mejor manera de hacer las cosas: escapar a media noche para ir a conocer el mundo, para que nadie tuviera que hablarle de las cosas que ella misma podía vivir en su carne; de las cosas que anhelaba en su corazón. Era cuestión de experimentarlo todo y descubrirlo todo: la vida nocturna de la gente, el sabor del licor, la sensación de embriaguez, los labios de un chico en su boca. No, nadie iba a contarle nada, ella iba a trazar su propio camino.

«Tengo dieciocho años, soy un adulto, nadie va a decirme lo que puedo o no puedo hacer. No soy esclava de nadie.»

Sus meditaciones se vieron interrumpidas con lo que sucedió a continuación: el muchacho que habría estado observando y se estaba levantando de su sillón y todo indicaba que tenía la intención de venir con ella. Su corazón le dio un gran vuelco y de pronto ya no era la muchacha rebelde que intentaba romper el mundo. Empezó a sentirse tonta, imprudente y cobarde.

«Maldición, Daisy —reflexionó para sí misma—, ¡contrólate! Actúa normal. Haz como que no pasa nada o se dará cuenta de lo asustada que estás.»

Hizo un gran esfuerzo para sonreír y aparentar sosiego. Tenía que adherirse al papel de mujer valiente y liberal. Había que seguir en el juego a como dé lugar.

El chico se estaba acercando, le pareció que era bastante atractivo y su sonrisa se le antojaba agradable. Era alto, esbelto y elegante. Piel bronceada y mirada profunda. Apenas lo tuvo enfrente y sus piernas empezaban a traicionarla, aun así, su rostro se mantenía inmutable. 

—Buenas noches —saludó el muchacho—, quiero disculparme por lo que ha hecho mi amiga, hay ocasiones en las que es algo atrevida y yo…

Daisy sonrió con desdén.

—¿Vas a invitarme a un trago o solo viniste para disculparte? 

—Ah, sí, lo siento ¿Francis? —llamó al cantinero—, que sean dos del mejor.

El cantinero asintió y seguidamente guiñó un ojo. Los tragos llegaron en un santiamén.

Daisy bebió primero. Un leve temblor en su mano derecha al momento de levantar el vaso. El muchacho sonrió a discreción.

«Dios mío, se ha dado cuenta, se burla de mí. Sabe que tengo miedo.» 

—Me llamo Charlie —se presentó el muchacho, luego ocupó una silla junto a la de Daisy. Bebió sin prisa.

—Yo soy Daisy. 

Charlie la observó durante un pequeño instante, volvió a sonreír. Ella no supo cómo reaccionar, las cosas resultaban confusas. Empezó a sentirse un poco mareada y se dio cuenta de que no pensaba con claridad; sin embargo, había algo nuevo creciendo dentro de ella, era un sentimiento fuerte de seguridad. Los nervios empezaban a esfumarse y sus piernas ya no temblaban. Sentía que era otra Daisy; una Daisy con el mundo a sus pies y la noche en la palma de sus manos. 

—¿Por qué haces eso? —le preguntó a Charlie.  

—¿Qué cosa?

—Quedarte mirándome y sonreírte como un tonto ¿acaso intentas burlarte de mí? 

—Claro que no, solo trato de…

—¿Estás nervioso?

Charlie frunció las cejas.

—¿Nervioso? Bueno, no todos los días comparte uno un trago con una chica tan linda. 

—Vaya… ¿es un intento de coqueteo?

Charlie la vio directamente a los ojos.

—Puede que lo sea —susurró.  

El rubor en el rostro de Daisy. De nuevo el vaso de whisky en sus labios, bebió sin apartar la mirada del chico. 

—¿No frecuentas mucho este tipo de lugares, verdad?

La pregunta la tomó por sorpresa. De repente sintió que era una chica muy obvia. El papel que intentaba encarnar no había sido lo suficientemente bueno como para engañar al muchacho. Había que mejorar.

—¿A qué viene tu pregunta?

—No lo sé, a lo mejor es por la manera en la que tomas o por cómo te sonrojas si te miro a los ojos. Ves, ahí está, el rubor en tu rostro. 

Daisy levantó la mirada, sus ojos se fijaron en los de Charlie.

—Te equivocas, eh…

—Charlie.

—Charlie. No es la primera vez que frecuento un lugar como este; salgo a menudo y puedo asegurarte que he hecho cosas de las que te avergonzaría tan solo pensar.

—Ya lo creo —sonrió Charlie.

—¿No me crees?

—Bueno, digamos que no estoy convencido del todo.

—Veo que te crees muy macho, ya veremos qué tan macho eres.




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