Balas de Humo

3: Pies Descalzos 1

Indicó al conductor para que detuviera el taxi a pocos metros de donde se encontraba la mansión y pagó con un billete de cien dólares. Se negó a recibir el cambio de vuelta.

—Es usted muy amable, señorita, no sabría cómo agradecerle. 

—Descuide —sonrió Daisy, al momento que abría la puerta y agarraba sus tacones para bajarse del coche—, merece la pena pagar bien cuando el servicio ha sido bueno. 

El taxista  correspondió a su sonrisa.

—Que tenga una feliz noche, señorita.

—Usted igual, vaya con cuidado.

—Gracias.

El coche se alejó despacio hasta que la oscuridad lo engulló. Daisy giró sobre sus talones para luego dirigirse hacia donde estaba la puerta que daba acceso al patio exterior de la mansión. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo: más allá del gran portón de acero había un grupo de personas que se andaban con gran jaleo; también había varios coches y entre ellos una de las patrullas de la Policía Central. A un costado de la patrulla se encontraba aparcada la limusina particular del señor Ernesto Fuentes.

—No es posible —musitó Daisy con voz nerviosa—, es la limusina de mi padre.

Su corazón empezó a latir con más prisa de lo que era habitual, el hecho de que su padre estuviera de regreso significaba que las cosas no pintaban bien para ella. Si el señor Fuentes llegaba a enterarse de que su pequeña se había escapado para irae a fiestear a la ciudad entraría en cólera y las consecuencias no serían buenas para nadie, inclusive para la pobre Kelly, la joven criada de la casa, quien había sido pieza clave para que Daisy pudiera escaparse sin que nadie lo hubiera advertido.

—Tengo que encontrar una manera de entrar, no puedo dejar que me vean —empezó a decir Daisy, viendo lo alto que era la verja perimetral. Y entonces, desde el otro lado de la verja, alguien le habló.

—Señorita Daisy.

—¡Por Dios, Kelly, casi me matas del susto!

—Gracias al cielo que está usted bien —la voz de la joven criada se escuchaba agitada—, las cosas no andan bien, señorita, estamos metida en un gran embrollo.  

—¿Qué quieres decir con que estamos metidas en un gran embrollo?  ¿Acaso se ha dado cuenta mi padre?

—Señorita Daisy, a estas alturas ya el señor Fuentes habrá movido a media ciudad para que empiece a buscarla, cree que su desaparición se debe a un secuestro y ahora está que se vuelve loco.  Además, los efectos de la herida le hacen delirar.

—¿Herida? 

—Ah, cierto, casi y se me olvida. Es una locura, señorita, una verdadera locura. El señor Fuentes se ha visto obligado a regresar porque ha sido víctima de un atraco. 

—¿Un atraco?

—Sí, es lo que dije, un atraco. Según entiendo a uno de los atracadores se le ha disparado el arma y el señor Fuentes ha resultado herido y…

—¿Herido? 

—Oh, señorita, las cosas andan muy complicadas. Siento que voy a enloquecer. Y ahora usted, la policía y lo del secuestro.

Daysi tenía cara de espanto y ya no sabía qué debía hacer, era demasiada información para procesarla en una sola sentada. Ahora solo podía pensar en que su padre había resultado herido de un disparo y que seguramente era de gravedad.

—¿Dónde está mi padre? Tengo que verlo ahora.

Daisy atravesó al otro lado del portón y apresuró sus pasos en dirección de la mansión. La joven criada corría detrás de ella e intentaba alcanzarla. El primero que las vio llegar fue el señor Wilson, mayordomo de la casa, apenas la vio y sus ojos se ensancharon con gesto sorpresivo.

—¡Señorita Fuentes, gracias al cielo que está usted bien! 

—Señor Wilson ¿Dónde está mi padre? 

—Se encuentra en el salón central, es asistido por el médico y le acompaña la policía. creo que debe esperar a que…

Daisy cruzó caminando al lado del señor Wilson y fue directo hacia donde estaba situado el salón central. Empujó la puerta y apenas cruzó el umbral se encontró de frente con su padre, con el doctor que le asistía y con el inspector de policía que le tomaba declaración de lo ocurrido. 

El señor Fuetes se encontraba sentado sobre un sillón amplio de leader. Una copa de licor en su mano izquierda. Descamisado y empapado de sudor, dejando en descubierto la venda ensangrentada que le cubría el hombro derecho. Daisy se acercó temerosa y con voz apagada, dijo:

—Papá…

El señor Fuentes alzó la cabeza y en tono sorpresivo exclamó:

—¡Daisy!

 

 

Gracias por leerme y mil disculpas por la tardanza que ha tenido este capitulo, me he ocupado mucho en estos días. Un abrazo grande. La parte 2 del capítulo llega pronto.

 

 

 

 




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