La paciencia siempre da frutos. El uso adecuado del intelecto puede abrir incluso las puertas más herméticamente cerradas. Lo correcto o lo incorrecto —pensaba aquel hombre— depende únicamente de la perspectiva. Y uno debe hacer lo que debe hacer.
Con estas ideas firmes en la cabeza, observaba la oscuridad de la noche desde el balcón de su habitación, disfrutando de un cigarrillo. Una sonrisa triunfante se mantenía dibujada en su rostro. Había planeado cuidadosamente cada movimiento, esperando con precisión quirúrgica el momento adecuado. Y finalmente, había llegado.
Ansioso, tomó su teléfono y marcó a su contacto, solo para asegurarse de que todo siguiera según lo previsto.
—¿Ocurre algo, señor? —preguntó la voz grave del hombre al mando de la operación.
—¿Cómo va todo? —inquirió sin ocultar la emoción que lo embargaba. Después de tanto tiempo, lo único que deseaba era que todo terminara… y obtener su recompensa.
—Todo avanza conforme al plan, señor. Le ruego que no vuelva a llamar. Sabemos lo que hay que hacer, y cuando se lleve a cabo, usted será informado —respondió con tono firme.
Desde que comenzó el trabajo, las constantes llamadas del contratante habían puesto al límite la paciencia del operativo. Aunque sabía bien la importancia del hombre que lo había contratado, ya no podía ocultar su molestia. Se había esforzado por mantener la cortesía, pero su tolerancia rozaba el borde.
—De acuerdo. No quiero fallas —advirtió el hombre al teléfono—. Las piedras deben desaparecer del camino. ¿Entendido?
—Así será, señor.
Sin añadir palabra, Chen Qiang cortó la llamada. Guardó el móvil en el bolsillo interior de su abrigo oscuro, dio la señal a su equipo y subió al vehículo. La operación debía ejecutarse con precisión: limpia, sin cabos sueltos. Como él acostumbraba. Pero a pesar de todo, una extraña inquietud se instalaba en su interior.
Mientras tanto, Sun Hui Shui salía del edificio de Sun Group. El día había sido agotador, tanto en la universidad como en la empresa. Había trabajado hasta más tarde que todos los demás.
Conduciendo su elegante automóvil azul eléctrico, avanzaba con prudencia por la ciudad. Solo quería llegar a casa y descansar. No se percató de que, desde que abandonó el edificio, varios vehículos oscuros comenzaron a seguirlo a distancia.
Su teléfono vibró con una llamada entrante. Respondió a través de los auriculares sin desviar la mirada del camino. Era su mejor amigo, Wu Biming, también estudiante de la facultad de Negocios Internacionales y, como él, hijo de una familia rica de segunda generación.
—¿Qué pasa, Biming? —preguntó mientras giraba en una intersección.
—¡Hui Hui! Te estamos esperando en la fiesta. ¿A qué hora llegas?
—¿Era hoy? Lo siento mucho… Estoy agotado. Te compensaré con un buen regalo y una invitación a tu restaurante favorito. Sopa Wan Tan y rollitos de primavera, ¿trato hecho?
—Eres lo peor. Sobornándome así, sin vergüenza —respondió Biming con tono burlón. Aun así, no pensaba desaprovechar la oportunidad.
De pronto, Hui Shui elevó la mirada al retrovisor. Había dos vehículos BMW oscuros detrás de él… y no habían cambiado de carril desde hace rato.
—¿Hui Hui? ¿Me estás escuchando?
—Tengo que colgar —dijo, ya con preocupación en la voz.
—¿Qué pasa?
—No lo sé… Puede que esté imaginando cosas, pero creo que me están siguiendo —aceleró con cautela y giró bruscamente en un retorno, tratando de confirmar su sospecha—. ¡Definitivamente me están siguiendo!
—¿Dónde estás? ¿Y por qué no llevas guardaespaldas?
—Ya sabes que no me gusta ir con guardaespaldas. Estaba de camino a casa, pero ahora he girado de regreso hacia la empresa, y…
Un estruendo interrumpió sus palabras. El golpe fue seco, brutal. La llamada se cortó.
—¡Hui Shui! —gritó Wu Biming, impotente.
Marcó una y otra vez, sin éxito. Tomó sus llaves y salió corriendo. Subió al coche sin pensarlo dos veces y, camino a Sun Group, llamó a Sun Tian.
Sun Tian estaba en casa, disfrutando de una tranquila noche con su esposa. Al ver el identificador de llamada en su móvil, frunció el ceño.
—¿Biming? ¿Qué sucede?
—Tío… hablaba con Hui Hui. Me dijo que lo estaban siguiendo. Después escuché algo que sonó como un choque. Estoy yendo hacia la empresa, dijo que había dado la vuelta por allí. No logro contactarlo.
—Entiendo. Voy para allá —respondió con voz contenida antes de colgar.
Sun Tian tomó su abrigo y sus llaves, mientras Hu Maylin lo observaba con preocupación.
—¿Qué ocurre? ¿Saldrás tan tarde?
—No es nada, querida. Ve a descansar —dijo, ocultando su inquietud. No quería alarmarla sin certezas.
Dio instrucciones precisas. En minutos, su coche estaba listo. Subió al asiento del pasajero, y desde allí comenzó a mover los hilos, activando todos sus recursos para saber qué había pasado con su hijo mayor.
Chen Qiang frenó en seco. El accidente había sido devastador. Un vehículo blanco, familiar, estaba detenido en medio del caos; afortunadamente, los ocupantes parecían ilesos. Pero el auto azul… ese había recibido el impacto completo.
Un joven yacía inconsciente al volante. Su rostro estaba cubierto de sangre. La escena era un desastre.
Gente comenzó a reunirse. No podía ejecutar su siguiente paso sin llamar demasiado la atención. Maldijo en silencio y dio la orden a su equipo de retirarse.
"Es imposible que sobreviva después de esto". Pensó, mientras desaparecían entre las sombras.