A escasos centímetros de los aparatos médicos, el hombre siente un fuerte tirón que lo aparta bruscamente de la cama. Un dolor punzante en el estómago lo obliga a inclinarse. Al alzar la mirada, su desconcierto se transforma en asombro: ha sido la joven quien lo ha golpeado con una fuerza impresionante. Ahora ella se encuentra entre él y Sun Hui Shui, protegiendo tanto al joven como a los dispositivos que lo mantienen con vida.
La joven no es otra que Jiang Kumiko, quien, haciendo uso de sus habilidades en Xing Yi Quan y Shaolin Kung Fu, ha salvado a Sun Hui Shui por segunda vez.
—¿Cómo es que…? —balbucea el hombre, incrédulo ante la velocidad y fuerza que ha demostrado Kumiko. Su apariencia frágil y delicada contrasta con la letal habilidad que acaba de presenciar—. ¿Quién… o qué eres?
—Quién soy es irrelevante —responde ella con voz firme y fría—. Solo necesitas saber que no soy alguien a quien puedas provocar. Si te atreves a intentar algo contra Sun Hui Shui… ¡te destruiré! Sal de aquí ahora mismo y no vuelvas jamás. Y transmite mi mensaje a quien te envió: si algo le sucede a Sun Hui Shui, no habrá lugar en el mundo donde puedan esconderse.
El hombre, confundido y, por primera vez, genuinamente asustado, decide marcharse. Es evidente que esta joven no es una persona común. Aunque su jefe no tomará bien el fracaso, su prioridad en ese instante es salvar la vida. Jiang Kumiko lo observa alejarse apresuradamente. Solo cuando está completamente segura de que se ha ido, deja escapar un profundo suspiro de alivio y dirige su atención al joven en la cama.
—Es un gusto conocerte, Sun Hui Shui —susurra, sentándose en el taburete junto a él, tomando con delicadeza su mano tibia—. Parece que tienes enemigos, pero no te preocupes. No permitiré que nada malo te ocurra. Te prometo que te ayudaré a despertar.
Esa mañana, Jiang Kumiko había despertado con un extraño presentimiento. Un vacío en el pecho y un impulso inexplicable la llevaron a pensar en Sun Hui Shui, de quien no había tenido noticias desde que leyó la nota en el periódico. Su abuelo le había explicado lo que ella hizo por el joven… pero le advirtió que no interfiriera con el destino. Aun así, Kumiko no pudo resistir el impulso.
Sin avisar a nadie, buscó la dirección del hospital privado de la familia Sun. Ese día, en lugar de ir a la universidad, tomó el transporte público y se dirigió al lugar donde mantenían con vida al joven. Al entrar al ascensor, el nerviosismo se apoderó de ella. Iba a conocer, aunque fuera inconsciente, al joven más brillante de la familia Sun. Su sola presencia, incluso postrado en una cama, resultaba imponente.
Se acercó a la recepción con calma y se presentó como compañera de clases de Sun Hui Shui. La enfermera le indicó amablemente el número de habitación. Kumiko agradeció con una inclinación y se dirigió hacia allá. Sin anunciarse, abrió la puerta... y encontró al intruso a punto de desconectar los aparatos.
En ese momento supo que su decisión había sido la correcta. Si no hubiera acudido, la historia sería muy distinta.
«A partir de ahora debo estar más atenta a lo que ocurra con Sun Hui Shui. Jamás imaginé que hubiera personas tan crueles como para atacar a alguien en este estado», pensó, mirándolo con preocupación.
El rostro inerte del joven captó toda su atención. Sin prisa, se permitió contemplarlo en detalle: sus facciones definidas, la nariz recta, las largas pestañas negras que enmarcan sus ojos cerrados, los labios pálidos pero perfectamente delineados, la piel suave y clara. Su cabello lacio y oscuro caía con desorden sobre su frente.
Sin poder resistirse, extendió la mano y lo acomodó con suavidad, despejándole el rostro.
—Deseo con todo mi corazón verte despertar. Eres realmente atractivo… y estoy segura de que también eres dulce. Cuando abras los ojos y retomes tu vida, seremos grandes amigos —murmura con una sonrisa, aún sujetando su mano.
Mientras tanto, Li Yong baja hasta la calle y se adentra en un estrecho callejón. Frustrado, se lleva ambas manos a la cabeza. Sabe bien que Chen Qiang no tomará bien el fracaso. Él había depositado su confianza en él, su mejor discípulo.
Respira profundamente para calmarse. Sabe que no tiene opción, debe informar. Saca su teléfono y marca.
—Dame buenas noticias, Li Yong —responde la voz de Chen Qiang al otro lado. El tono es frío y expectante.
Li Yong traga saliva sonoramente.
—No fue posible, señor Chen. Llegó alguien en el momento exacto… Tuve que fingir y salir antes de que alertaran a la seguridad —explica rápidamente, suavizando los hechos. La verdad es vergonzosa.
—¡Maldita sea! —exclama Chen Qiang, furioso.
—Lo siento, yo…
—¡Silencio! ¡Eres un inepto y no quiero escucharte! —le corta abruptamente antes de terminar la llamada.
Chen Qiang se encuentra en su oficina secreta, desde donde maneja sus operaciones. Enfurecido, lanza todo lo que hay sobre su escritorio. Volver a fallar en la misma misión es humillante. Imperdonable. Pero hay algo más urgente: comunicarle el fracaso a quien está detrás de todo. Y sabe que ese hombre no tolera errores.
Respira hondo, toma el teléfono y marca otro número.
—¿Está hecho? —pregunta la voz al otro lado, cargada de impaciencia.
—Lo siento, señor. No fue como dijo. Llegó una visita justo cuando iba a realizarse el trabajo. Mi hombre tuvo que fingir y retirarse.
—Es imposible —murmura el otro, incrédulo.
—Así ocurrió, señor. Entenderá que no pudo continuar.
—Comprendo. Deberé investigar quién fue esa visita tan inoportuna. Espere noticias mías —responde con una calma sospechosa.
La llamada se corta sin más.
«Así que la suerte está contigo… Veremos cuánto te dura», piensa mientras vuelve a sus asuntos. Mientras tanto, Chen Qiang exhala con alivio: la reacción del cliente ha sido mucho más moderada de lo que esperaba.