Una camioneta tipo van blanca avanza por la carretera principal. Es el vehículo de la familia Sun, en dirección al hospital privado. En la parte trasera viajan Sun Tian y Hu Maylin, sentados juntos. Frente a ellos, Sun Yan Yan guarda silencio hasta que finalmente se decide a hablar.
—Mamá, papá, sé que este tema es difícil, pero han pasado tres meses desde el accidente de Hui Hui. Los médicos han insistido varias veces… creo que debemos considerar seriamente desconectarlo. Sería lo mejor para todos —dice, con un tono que mezcla resignación y tristeza.
Sun Tian y Hu Maylin se miran. A pesar del desgaste emocional, la idea de apagar las máquinas les resulta impensable. A esa misma hora, en la habitación de Sun Hui Shui, Zhu Xin Quian, como cada tarde, permanece a su lado. No ha perdido la esperanza de que despierte y todo vuelva a ser como antes.
—¡Hui Hui! —exclama con lágrimas en los ojos al ver que los párpados del joven comienzan a moverse.
Sun Hui Shui abre lentamente los ojos, cegado por la luz. Todo le resulta confuso. Hace apenas unos segundos estaba sumido en la oscuridad, guiado por una figura inusual hacia aquella luz cegadora. No sabe si ha sido un sueño. Afuera parece tarde, y él no recuerda haber dormido tanto. La voz de Zhu Xin Quian llamando al médico lo sobresalta aún más.
«¿Qué hago aquí? ¿Qué pasó?», se pregunta sin lograr ubicar los eventos recientes.
El personal médico entra rápidamente. Le piden a Zhu Xin Quian salir justo cuando Sun Tian, Hu Maylin y Sun Yan Yan llegan. Al ver su rostro bañado en lágrimas, el miedo se apodera de ellos.
—¿Qué sucede, Zhu Xin Quian? —pregunta Hu Maylin, con la voz quebrada.
—¡Sun Hui Shui... él...! —balbucea, apenas conteniéndose.
—¡Habla, hija! —insiste Sun Tian.
—¡Despertó! —responde por fin, sin poder creerlo del todo.
Sun Tian y Hu Maylin se abrazan aliviados. Sun Yan Yan, por su parte, queda paralizado. Durante el trayecto, sus padres habían decidido desconectar a Sun Hui Shui. La esperanza parecía extinguida. Sin embargo, el milagro ha ocurrido.
En la habitación, los médicos comienzan a retirar los aparatos y examinan al joven. Sus signos vitales son estables. Pasa entonces a una evaluación de conciencia.
—¿Recuerda su nombre? —pregunta el médico.
—Sun... Hui... Shui —responde con voz ronca y débil. Siente la garganta seca y una enorme desorientación.
—¿Su edad?
—Veintiún... años.
—¿Qué día es hoy?
—Viernes... quince... de octubre... año 4719.
El médico asiente. La memoria está intacta. La fecha que menciona coincide con el día del accidente. Aún con pruebas por realizar, deciden continuar con el examen físico.
La puerta se abre de nuevo y Hu Maylin irrumpe en la habitación seguida por Sun Tian, Sun Yan Yan y Zhu Xin Quian.
—¡Mi niño, mi Sun Hui Shui! —llora Hu Maylin abrazando a su hijo.
—Mamá... ¿por qué... lloras? Todo... está... bien —musita él, haciendo un esfuerzo por sonreír. Verla llorar lo angustia más que su propia situación.
—Siempre tan considerado —susurra ella, acariciándole el rostro—. Doctor, ¿cómo se encuentra?
—Debemos hacer más pruebas para conocer su estado completo. No podemos ignorar los meses de coma. Ahora evaluaremos sus reflejos.
—¿Meses? —repite Sun Hui Shui, alterado—. ¿Qué pasó? ¿Qué hago aquí?
—Tranquilo, Xiao Shui. Tuviste un accidente... pero ya estás bien. Estuviste en coma tres meses. Ahora necesitas mantener la calma —explica Hu Maylin.
Pero él no puede contener su ansiedad. Intenta incorporarse y, al retirar las sábanas, observa sus piernas. Hace un esfuerzo por moverlas. Nada. Ni un leve temblor.
—¡No siento mis piernas! ¿Qué está pasando? ¿Por qué no puedo moverlas? —grita desesperado.
El médico ordena sedarlo de inmediato. La crisis nerviosa es evidente. Hu Maylin se derrumba, sostenida por Sun Tian que permanece cerca.
—¿Qué sucede, doctor? —pregunta Sun Tian, preocupado.
—No quiero adelantarme. Necesitamos estudios más específicos. Por favor, mantengan la calma.
Zhu Xin Quian no soporta más. Sale de la habitación sin contener el llanto.
«¿Esta pesadilla no termina nunca?», piensa mientras el dolor le oprime el pecho. Tres meses de espera y ahora esto... la posibilidad de que Sun Hui Shui no vuelva a caminar le resulta insoportable.
—Señorita Zhu, espera —llama Sun Yan Yan al verla dirigirse al elevador.
Ella no responde. Solo suplica entre lágrimas:
—Déjame, Sun Yan Yan... necesito pensar.
—No lo haré. No estás bien —responde firme.
—Debo salir de este lugar... me ahoga —insiste, entrando al elevador.
Sin decir más, él la sigue y pulsa el botón de cierre. El elevador desciende en silencio. Zhu Xin Quian, con la mirada fija en el suelo, no deja de llorar. Sun Yan Yan la observa a través del reflejo en el metal. Le duele verla así. Quisiera consolarla, pero no encuentra palabras.