Tres meses después, con una profunda incomodidad en el pecho y hecha un mar de nervios, Zhu Xin Quian llega a la mansión de la familia Sun. Tras mucho meditarlo, ha tomado una decisión difícil, una de esas que dejan una herida en el alma.
Al llegar a la entrada principal, se anuncia. Cuando le responden por el intercomunicador, pide hablar con Sun Hui Shui. Líu Dalay, el ama de llaves, le permite el acceso.
Zhu Xin Quian avanza hasta la puerta interior de la villa. Líu Dalay la recibe con su acostumbrada cortesía y la guía hasta la sala, donde le pide que aguarde un momento. Luego, se dirige a la habitación de Sun Hui Shui para informarle de la inesperada visita.
En la casa, además de Sun Hui Shui, solo se encuentra el personal de servicio. Sin mucho ánimo, él permanece en su habitación. Hace tiempo que perdió el deseo de salir o hacer cualquier otra cosa. Líu Dalay, una mujer de cincuenta años que ha servido a la familia Sun durante décadas, llega hasta la puerta de su cuarto. Golpea suavemente. Al recibir respuesta, abre e ingresa.
—Pequeño Shui, la señorita Zhu ha venido a verte.
—Gracias, tía Dalay. Por favor, dile que en un momento estaré con ella —responde con respeto, dedicándole una sonrisa sincera.
—¿Necesitas ayuda?
—No, tía, Sun Hui Shui puede hacerlo.
Líu Dalay asiente en silencio y se retira. Conocía a Sun Hui Shui desde niño, y él siempre la había tratado como parte de la familia.
El joven se traslada a su silla de ruedas y se dirige hacia el elevador que instalaron especialmente para él. Así llega hasta la sala, donde lo espera Zhu Xin Quian.
Apenas la ve, nota el nerviosismo que la consume. La joven mantiene la mirada fija en el suelo, con las manos en el regazo, jugueteando con los dedos de forma inquieta.
—Xiao Xin, viniste temprano hoy. ¿No tuviste clases acaso? —pregunta, intentando aliviar la tensión con un tono amable.
Ella se sobresalta y levanta la mirada por un segundo.
—Sí, pero necesitaba hablar contigo con urgencia… Me ausenté por eso —responde con premura, evitando nuevamente mirarlo a los ojos.
—¿Qué es lo que te inquieta, Zhu Xin Quian? Tranquila. Nos conocemos desde hace tiempo, sabes que puedes hablar conmigo con total libertad.
—Lo sé… Solo que no es sencillo, Hui Shui —murmura con un suspiro profundo.
—Te preocupas demasiado. Solo dilo —insiste con suavidad.
Zhu Xin Quian respira hondo, reprimiendo las lágrimas que amenazan con salir.
—Sun Hui Shui, sabes que te amo… ¿cierto?
—Conozco tus sentimientos, y son correspondidos —responde mirándola con atención—. ¿Por qué esa pregunta?
—He decidido alejarme. No porque haya dejado de amarte… Pero es demasiado doloroso seguir así. Me parte el alma verte en esta situación. Espero que puedas perdonarme… —solloza, incapaz de contener el llanto.
Zhu Xin Quian realmente lo intentó. Durante tres largos meses, estuvo a su lado, acompañándolo en cada estudio médico, en cada diagnóstico sin esperanza. Pero vivir con alguien en esas condiciones le resulta insoportable. No se siente capaz de continuar.
Sun Hui Shui guarda silencio. Siente cómo esas palabras se clavan en su pecho. Es como si algo dentro de él se quebrara. Desde que supo que no volvería a caminar, intuyó que ella terminaría por irse. En las dificultades, la mayoría se aleja; solo los más fieles permanecen. Es una ley de vida.
Zhu Xin Quian es una joven de buena familia, inteligente, hermosa. Le sobran pretendientes. No hay heredero de segunda generación que no sueñe con tenerla a su lado. Y él… Él se considera ahora un medio hombre. Entiende que todos, como ella, se cansarían. Tarde o temprano, quedará completamente solo. Y debe aceptarlo.
—Tres meses —musita, con una sonrisa melancólica, conteniendo las emociones—. No te sientas mal, Zhu Xin Quian. Gracias por haberte quedado cuando otros habrían huido de inmediato. Me acompañaste incluso cuando estuve inconsciente. Ahora, si deseas marcharte y buscar tu felicidad, hazlo. Lo entiendo. No necesitas disculparte, sé bien cuánto te esforzaste.
—¡¿Por qué la vida es tan injusta?! ¡Eres tan bueno y mira lo que te hace! —exclama ella entre lágrimas, con frustración.
—Créeme que yo también estoy furioso con la vida. Pero eso no cambia nada. Tú mereces ser feliz. La felicidad es como una mariposa, y yo ya no puedo atraparla… pero tú sí. Ve tras ella. No quiero que te sacrifiques por mí.
—Lo siento tanto… Si todo esto no hubiera pasado…
—Lo sé —la interrumpe con firmeza. No desea escuchar excusas que solo empeoran la herida—. Si me disculpas… quiero estar solo. Adiós, Zhu Xin Quian. Que seas muy feliz.
Sin esperar una respuesta, gira su silla de ruedas y se retira hacia su habitación. Desde que supo que su realidad cambiaría por completo, aceptó que terminaría solo. Pero aceptarlo no hace que duela menos.
Sabe que, si aún fuera el brillante heredero de la familia Sun, todos seguirían a su lado. Pero ahora no es más que un fantasma. Y la vida, cruel y práctica, gira en torno a los beneficios. En su estado, solo representa una carga.
Con el corazón lleno de amargura, cierra la puerta de su habitación. No quería admitirlo, pero había abrigado la esperanza de que el amor de Zhu Xin Quian fuese lo suficientemente fuerte como para resistirlo todo. Su mente lo negaba, pero su corazón quería creer.
Y las expectativas… son las que más lastiman. Cuanto más alto se vuela, más dura es la caída. Y Sun Hui Shui siempre voló muy alto. Aún no ha tocado fondo, pero sabe que el golpe final se acerca.
Zhu Xin Quian, por su parte, seca sus lágrimas, se coloca los lentes de sol, toma aire y se encamina hacia la salida.
En su habitación, Sun Hui Shui deja escapar por fin sus lágrimas. Golpea con frustración sus piernas inmóviles e insensibles.
«¿Qué más vas a perder, Sun Hui Shui? Primero tus piernas, luego tus sueños y ahora… el amor de tu vida. ¿Qué sigue?»