Chen Qiang se encuentra reunido con un grupo de sus hombres. La expresión en su rostro es tensa, frustrada. Les ha encomendado una misión prioritaria: la búsqueda exhaustiva de la guardaespaldas personal de Sun Hui Shui. Aquella desconocida les ha causado incontables problemas y pérdidas, dejándolos en ridículo ante el hombre cuyo favor desesperan por obtener.
Aunque Chen Qiang ha ganado poder con el tiempo, liderando numerosas pandillas, en esencia no deja de ser un delincuente de calle. Codearse con una gran familia representa una oportunidad que no puede desaprovechar. Y como cualquiera en su posición, está decidido a aferrarse a ella con uñas y dientes.
Durante semanas ha dirigido investigaciones, ha movilizado recursos, ha interrogado informantes. Pero los resultados han sido decepcionantes. Prácticamente nada.
Li Yong, el único que ha visto con claridad a la misteriosa guardaespaldas, proporcionó una descripción… pero omitió detalles cruciales. La búsqueda se ha vuelto una pesadilla.
Chen Qiang se pasa una mano por el rostro con cansancio. La tensión lo consume.
—Li Yong, es importante que todos conozcan el retrato hablado, aunque esté lleno de imprecisiones. Alguien tiene que saber quién es. ¿Cuánto ofrecimos de recompensa?
—Un millón de dólares, señor Chen.
—Haz que la aumenten a un millón y medio. Esta búsqueda nos ha tomado demasiado tiempo. Quiero resultados pronto. Ya han sido meses totalmente infructuosos.
—Lo haré, señor. Aumentaremos nuestros esfuerzos. Encontraremos a esa mujer.
Li Yong es quien más ansía encontrarla. Aquella mujer —Jiang Kumiko— lo humilló no una, sino dos veces, aprovechándose de sus habilidades marciales. Y aunque no conoce su nombre, guarda con odio su imagen en la mente. Sueña con tenerla bajo su poder, hacerla pagar por cada afrenta, torturarla lentamente… y, por qué no, disfrutar del proceso.
Pronto, la noticia se difunde por los barrios bajos, atrayendo la atención de numerosos cazarrecompensas. Sin embargo, las pistas son mínimas y vagas. Los volantes distribuidos muestran un retrato poco preciso, acompañado de una descripción genérica que podría corresponder a cientos de mujeres en China.
Ajena al precio que pesa sobre su cabeza, Jiang Kumiko pasea tranquila por la orilla del río, cerca del campamento Jiang. Sus pensamientos fluyen como la corriente, su expresión es serena. Se sienta a un lado del camino y observa el agua correr. El silencio, la naturaleza, la han ayudado a cultivar la paciencia, una virtud que antes le costaba dominar. Tal como le enseñó su abuelo, ha aprendido a controlar su impulsividad… o al menos ha progresado.
—Prima Kumiko, el abuelo te llama —dice Jiang Shun, acercándose apresurado.
—¿Ocurre algo? —pregunta ella al notar la expresión preocupada de su primo.
—Será mejor que se lo preguntes tú misma. No me ha dicho nada, pero por su actitud… parece que realmente la has liado esta vez.
—¿Qué hice? —pregunta, desconcertada.
—No lo sé. Pero deja de hacer preguntas inútiles, el abuelo está bastante molesto.
Intrigada y algo inquieta, Kumiko se pone de pie y sigue a Shun. Le cuesta imaginar qué podría haber hecho para molestar a su abuelo, un hombre tan tranquilo que raras veces pierde la compostura.
Al cabo de unos minutos, llegan a la cabaña que Jiang Zhen ocupa. Kumiko se anuncia y entra, mientras Jiang Shun espera afuera, tal como le fue indicado.
—Kumiko ha llegado, abuelo. ¿Qué sucede? —pregunta acercándose.
—El abuelo está preocupado. Lee esto —responde Jiang Zhen, entregándole un folleto arrugado que momentos antes le dio Jiang Shun.
En el papel, un retrato hablado mal hecho de una mujer. Aun con sus imprecisiones, el texto que lo acompaña y ciertos rasgos son suficientes para que Kumiko comprenda la situación. Aunque el dibujo es tosco y genérico, la descripción apunta… a ella.
—No hay motivo para alarmarse, abuelo. En Louhu hay más de una mujer con esa apariencia. Es como buscar una aguja en un pajar —murmura con calma, sin apartar la vista del papel.
Jiang Zhen la observa con escepticismo.
—Tienes demasiada confianza, Kumiko. Digamos que están a punto de usar un imán para encontrar esa aguja. Debes ser extremadamente cautelosa. Por suerte, no prestaron atención a tus ojos, ni mencionaron su color, lo que nos da cierta ventaja. Pero no subestimes el peligro. Te están buscando, y dudo mucho que sea para algo bueno.
—Kumiko ha comprendido al abuelo. Tendrá más cuidado. No tomará a la ligera sus palabras.
—No digas nada a nadie. Este folleto lo trajo Jiang Shun. Desea unirse a la búsqueda. Lo dejaré hacerlo. Así desviaremos la atención hacia otro lugar, lo que nos dará algo de tiempo… y quizás, la oportunidad de llegar a ellos.
—Conozco al abuelo.
—Xiao Kumiko, como puedes ver, estas personas no son delincuentes comunes. Están dispuestos a invertir millones solo para quitarte del camino. O quitar al joven por quien arriesgas tanto.
—El abuelo tiene razón. Kumiko lo sabe. Seré más cuidadosa que nunca.
—Eso espero. Por ahora, mantente con perfil bajo. No llames la atención. Sé que puedes protegerte, pero aun así… es mejor ser precavidos.
—Conozco al abuelo —repite ella con una ligera reverencia.
—Puedes marcharte. Pide a Jiang Shun que entre.
Kumiko asiente en silencio. En realidad, la angustia la consume… pero no por ella misma. No debe decirlo. Obedece las instrucciones de su abuelo y sale.
Afuera, encuentra a Jiang Shun esperando.
—Primo, el abuelo te llama. Nos vemos después.
Jiang Shun asiente con seriedad y se encamina hacia la entrada, mientras Kumiko se aleja en dirección opuesta, sumida en pensamientos.
«¿Por qué quieren acabar contigo, Sun Hui Shui?», se pregunta.
No logra comprender qué amenaza representa ese joven, postrado en una silla de ruedas, pacífico hasta el extremo. ¿Por qué tanto empeño en eliminarlo? Sin embargo, su abuelo tenía razón: el enemigo era alguien poderoso, alguien que veía en él un obstáculo.