En cuanto cae la noche, Jiang Kumiko, cumpliendo con el horario que le indicaron, lleva la cena a la habitación de Sun Hui Shui. Ha sido un día lleno de altibajos, y aunque él intenta alejarla por todos los medios, ella no está dispuesta a rendirse. Desde que llegó a la mansión Sun para cuidar del joven heredero, se preparó para ayudarlo, quisiera él o no.
Con una mano sostiene la charola con los tazones, y con la otra toca suavemente la puerta para anunciarse.
—Puede entrar —responde Sun Hui Shui, recostado sobre su cama, mirando al techo. Al escuchar la puerta abrirse, se incorpora lentamente y se sienta.
—Aquí está su cena, joven señor Sun. La tía Líu dijo que preparó su platillo favorito.
—Llévatelo. No tengo apetito. Agradécele a la tía Líu y discúlpame con ella.
—¡Oh, vamos! Esto se ve delicioso —comenta Kumiko mientras acomoda los tazones sobre la mesa adaptada para que él pueda comer cómodamente en la cama.
—Tal vez, pero ya dije que no tengo hambre. Por hoy ha sido suficiente. Retírate a descansar.
—Lo haré... después de que usted cene —dice tomando los palillos y acercando un poco de arroz con pollo a su boca.
—Puedo hacerlo solo —replica él con molestia—. Mis piernas no funcionan, pero el resto de mi cuerpo sí.
—Yo diría que casi todo. Coma —insiste, frunciendo el ceño con firmeza.
—¿Acaso tienes problemas de audición? ¡He dicho que no quiero! ¡Márchate!
—Bueno, el señor Sun Hui Shui no tiene apetito, pero Jiang Kumiko sí —responde llevándose el bocado de arroz a la boca—. Está realmente delicioso. Tendré que pedir más a la tía Líu.
—¿Por qué comes mi comida? ¡Eres una descarada!
—Usted no la quiere. No pienso desperdiciarla por un bebé caprichoso que se niega a comer —dice tomando otro bocado—. No sabe lo que se pierde. Nunca había probado algo tan bueno. Los ricos siempre tienen lo mejor... y lo peor: el lujo de desperdiciar. Es realmente molesto que existan personas así.
—¡Basta! Ya entendí, comeré —responde al fin, sabiendo que ella no se detendrá en sus sutiles pero punzantes reproches.
—¿Ahora quiere mi comida? —pregunta con los ojos entrecerrados y un tono evidentemente sarcástico.
—En realidad, es mi comida. Pero puedes quedártela si tanto te ha gustado. Pide otro tazón para mí... y acompáñame.
Con una sonrisa triunfante, Kumiko se dirige a la salida para ir a la cocina. En la habitación, Sun Hui Shui espera en silencio.
«Una jovencita muy intrépida e inteligente… además de hermosa», piensa, mientras una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro. Hace tanto que nadie lo hacía sonreír que ese gesto le resulta casi ajeno.
Tiempo después, Kumiko regresa con otro tazón y palillos. Sun Hui Shui, al verla entrar, borra rápidamente su sonrisa y recupera su habitual seriedad. La joven acomoda todo y se sienta a su lado para seguir comiendo, observando de reojo cómo él comienza a probar la cena.
—Háblame de ti —le pide, mirándolo con sus grandes ojos azules.
—¿Para qué? No durarás mucho en este lugar —responde con frialdad. A pesar de lo linda y agradable que le parece Kumiko, está decidido a hacerla marcharse. Lo último que desea es encariñarse con alguien. Y esa muchacha tiene una habilidad peligrosa para ganarse a las personas.
—Es verdad. No duraremos mucho en este lugar —responde ella, tomando por sorpresa a Sun Hui Shui, quien se queda a medio camino con los palillos en el aire.
—¿A qué te refieres?
—Solo a este momento. En cuanto terminemos de comer, yo me iré a mi habitación, y usted debería descansar.
—No sé por qué, pero todo el tiempo siento que me engañas. Como si ocultaras algo.
—Lo hago. Oculto muchas cosas. Usted es un desconocido, y no es fácil que se gane mi confianza.
—¿Yo debo ganarme tu confianza? ¿No debería ser al revés?
—Su confianza ya la tengo. Es mi derecho.
—¿Derecho...? Definitivamente contigo me siento en un universo paralelo sin sentido.
—Lo sé. Soy increíble.
—Loca. Estás loca. Eso es lo que sucede.
—Todos lo estamos, de una u otra forma. Pero no estamos aquí para diagnosticarnos. Hábleme de usted.
—Hace dos años que estoy en esta silla de ruedas. Y desde hace uno vivo en el ala norte de esta mansión. No salgo. Paso el tiempo aquí... leyendo. Esa es la "fascinante" vida que querías conocer.
—Lo dirá como broma, pero en serio quiero conocer su vida. Tiene veintitrés años. No puede reducir todo a los últimos dos.
—Tal vez no... pero no tengo nada más que decir sobre mí. Mejor háblame tú de ti.
—Debe ganarse mi confianza primero —murmura Kumiko con una sonrisa, mientras termina de comer y empieza a recoger.
—Criatura abusiva y oportunista... Me hiciste hablar para luego callar y sonreír. Sinvergüenza —dice cruzándose de brazos.
—Anciano gruñón —responde ella en tono bromista—. ¿Terminó de comer?
—Sí. Recoge todo y vete a descansar.
—Justo eso pensaba hacer —dice, recogiendo la charola. Antes de salir, posa de nuevo sus ojos azules sobre él.
—Tus ojos... son tan... especiales —murmura él, perdiéndose en su mirada. En toda China, no había visto ojos como los de ella: grandes, expresivos, de un azul profundo. Era algo verdaderamente inusual, especialmente en Louhu.
—Descanse, joven señor Sun. Y que al despertar se sienta un poco menos agrio.
Con una sonrisa, Jiang Kumiko se dirige a la salida, dejando a Sun Hui Shui solo.
«Será muy difícil deshacerme de ella... es demasiado encantadora», piensa, dándose cuenta de que, por más que se esfuerza en ser antipático, esa joven sigue derribando sus barreras con una sutileza que lo desarma por completo.