Mientras tanto, ajeno al drama en el matrimonio de Sun Yan Yan, Sun Hui Shui disfrutaba de sus platillos favoritos en compañía de Wu Biming y Jiang Kumiko. El White Nephrite era el mejor lugar de todo Shenzhen, y como tal, la atención era impecable. Todos se sentían cómodos, y así, entre risas, buena comida y una atmósfera elegante, la velada transcurrió con tranquilidad, hasta que decidieron marcharse.
—Aquí nos despedimos, hermano Sun. Cuídate... y sé bueno —dijo Wu Biming con una sonrisa, ya que debía volver a la villa de la familia Wu.
—Conduce con prudencia. Nos vemos después —respondió Sun Hui Shui desde el asiento de pasajeros del vehículo de sus escoltas.
—Siempre lo hago. Hasta pronto —replicó Wu Biming antes de alejarse hacia donde Jiang Kumiko esperaba para subir al automóvil con Sun Hui Shui.
—Señorita Jiang, me alegra mucho haberla conocido. Espero que volvamos a coincidir —dijo con amabilidad.
—El joven señor Wu es muy amable. Jiang Kumiko también se siente feliz por conocerlo —respondió ella con una sonrisa serena.
—Créame que el más feliz soy yo. Toma —añadió, entregándole una tarjeta con su número personal—. Lograr que Sun Hui Shui saliera esta noche ya es un gran logro. Si te da problemas, llámame. Entre los dos podemos ayudarlo a recuperarse.
—Así lo haré, joven señor Wu. Buen viaje —asintió ella con respeto.
Mientras conversaban, Sun Hui Shui observaba desde el interior del auto. Ver a su mejor amigo hablando con Jiang Kumiko, ver cómo ella sonreía… le provocaba una incomodidad difícil de definir. Notó que Wu Biming le entregaba algo, y un nudo se formó en su pecho.
«¿Qué te pasa, Sun Hui Shui?» se preguntó a sí mismo, apartando la mirada.
Poco después, Jiang Kumiko subió al vehículo sin notar el malestar de Sun Hui Shui, quien mantenía la vista fija en la ventana.
—Vámonos —ordenó él con tono serio, sin mirarla.
El conductor obedeció de inmediato. El tráfico era ligero y el trayecto silencioso. Al cabo de un tiempo, llegaron a la mansión Sun. En la entrada, los guardias abrieron las rejas, permitiendo el paso del vehículo hasta el patio que conectaba con el ala norte, donde vivía Sun Hui Shui.
—Buscaré su silla —informó Jiang Kumiko con serenidad.
—No es necesario. Vaya a descansar, señorita Jiang —respondió él con su habitual tono frío y autoritario.
La joven ignoró sus palabras, descendió del vehículo y, con ayuda de uno de los escoltas, acomodó la silla de ruedas, guiándola hasta donde él se encontraba para ayudarlo a subir.
—¡Tú, ayúdame! —ordenó Sun Hui Shui a uno de los hombres, visiblemente molesto.
Ser ignorado por Jiang Kumiko solo intensificaba su incomodidad. Una vez en la silla, intentó avanzar por su cuenta, pero ella tenía sujetado el respaldo, impidiendo que se moviera.
—Gracias por todo. Yo me encargo ahora —les dijo a los escoltas—. Descansen.
Sin esperar respuesta, comenzó a empujar la silla, caminando detrás de él sin soltarla. Los escoltas se retiraron a continuar con sus labores.
Desde una de las ventanas superiores, Sun Yan Yan observaba a la distancia. La tenue luz no le permitía ver con claridad, pero notó la postura tensa de su hermano.
«Muy feliz no parece. ¿De verdad se está recuperando?» pensó con seriedad, sin apartar la vista.
—Te dije que te marcharas. No necesito ayuda. Puedo solo —reclamó Sun Hui Shui, molesto, sin saber que alguien lo observaba desde la ventana.
—Lo escuché, pero está siendo muy maleducado, y yo no pienso hacerle caso. No se canse —replicó Jiang Kumiko con toda la calma del mundo.
—¡Eres insoportable! ¡Considérate despedida! ¿Escuchaste?
—Sí, como diga, joven señor Sun. Mañana será otro día.
—Exacto, uno en el que no estarás, y no tendré que tolerarte.
—¿Tanto me odia? —preguntó con tranquilidad.
—Ni te imaginas.
—Lamento informarle, joven señor Sun, que no puede despedirme. Y aunque lo haga, no me iré. Necesito este trabajo.
—Ya te lo dije: dime la cantidad y te la doy.
—No acepto limosnas.
—Cien mil millones —ofreció, serio.
—Debo ganarlos con mi trabajo. Cuando lo haga, los aceptaré con gusto.
—¡Eres la plaga más difícil de eliminar!
—Me alegra que lo tenga presente. Llegamos. Antes de que se acueste… ¿puede decirme qué fue lo que lo molestó?
—¿Tú puedes decirme qué hablaban tú y Wu Biming tan sonrientes? —cuestionó, restando importancia, aunque ahora sí la miró de frente.
Jiang Kumiko intentó ocultar la sonrisa divertida que le provocaba la evidente —aunque inconsciente— muestra de celos de Sun Hui Shui.
—Hablábamos de la agradable velada, de su sonrisa y lo buen amigo que es. También de nuestra siguiente salida —dijo con fingida inocencia.
—Ah, qué bien… —musitó él, girando la silla para retirarse.
—Joven señor Sun —lo detuvo—. Usted no ha respondido mi pregunta. ¿Qué es lo que lo ha molestado?
—No es tu problema —respondió cortante, entrando en la habitación.
—¿Está celoso, joven señor Sun? —preguntó con picardía al ingresar detrás de él y cerrar la puerta. Su corazón latía con fuerza ante la sospecha.
—¿Somos algo como para sentirme así? No, ¿verdad? ¡Deja de decir tonterías y sal de mi habitación! —ordenó, visiblemente molesto—. Por cierto, recoge tus cosas. Hablaré con mi madre para que te despidan. No quiero verte más.
—Entiendo. Adiós, joven señor Sun —respondió con molestia, dándose la vuelta para marcharse—. El joven señor Wu me dio esto —añadió, dejando la tarjeta sobre una mesa cercana—. Dijo que lo llamara si necesitaba ayuda para hacerlo salir. Que Jiang Kumiko le hace bien... y que cuidara de su amigo Sun. Pero espero que quien venga después lo logre.
Sin esperar más, salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí. Estaba realmente molesta por la forma en que Sun Hui Shui se había comportado.
«Ni siquiera puede admitir lo que siente… está peor de lo que creí», pensó, alejándose.