Un par de días más tarde, ya caída la noche, Sun Huí Shui —quien no había salido de su habitación desde la partida de Jiang Kumiko— sintió un vacío inexplicable en su pecho. Movido por esa inquietud, finalmente decidió salir. La luna llena dominaba el cielo, filtrando su luz entre nubes invernales que ofrecían un espectáculo silencioso. El frío del invierno comenzaba a calar, pero a él poco le importaba. Sin abrigo, condujo su silla de ruedas hasta el cerezo del jardín, donde ya solo quedaban unas cuantas hojas resistiendo al viento.
Un sonido abrupto quebró la quietud de la noche, haciendo que Sun Huí Shui se pusiera en alerta. Volteó, intentando ubicar el origen. Escuchó pasos apresurados y, en cuestión de segundos, cinco figuras vestidas de negro emergieron entre las sombras, deteniéndose frente a él. Sin mostrar miedo, se mantuvo firme, observando con atención.
—¿Quiénes son y qué buscan aquí? —preguntó con voz serena.
—¡Qué mala memoria tienes! Y yo que pensé que era inolvidable —respondió el hombre que lideraba al grupo, con una sonrisa burlona.
—Eres tú... —replicó Sun Huí Shui, también sonriendo—. Este es tu momento. Ven y hazme el favor de terminar lo que comenzaste. Pero antes, quiero saber quién ha hecho todo esto en mi contra.
—Lo tomaré como tu último deseo —respondió el líder, fingiendo benevolencia—. Ha sido...
Un grito de dolor interrumpió su respuesta. Uno de los hombres, el del extremo izquierdo, cayó al suelo, víctima de un ataque súbito. Los demás sacaron sus armas, tensos, dispuestos a atacar a quien se atreviera a desafiarlos. Pero no veían a nadie.
Entonces, otro cayó al suelo sin que pudieran reaccionar.
—Tranquilos, no soy una asesina... ustedes sí —dijo una voz femenina, calmada y dulce, resonando en la oscuridad.
Los tres hombres restantes giraron sus armas hacia el origen de la voz. La luna, momentáneamente cubierta por nubes, iluminó de manera intermitente a una joven vestida de blanco, con el rostro cubierto y el cabello recogido en una coleta alta. Su serenidad resultaba perturbadora.
Sin que pudieran reaccionar, ella extendió ligeramente una mano y, con un sutil gesto, las armas cayeron de sus manos como si una fuerza invisible las hubiera arrancado. Acto seguido, lanzó dos dardos con una precisión letal. Los cuerpos de los atacantes cayeron al suelo, dormidos por el efecto de una sustancia especial.
—¿Qué te dije la última vez que nos vimos? —se dirigió al único que aún permanecía consciente—. Eres incapaz de encontrarme, ni siquiera pagando fortunas, lo consigues. Y aun así, tuviste la osadía de desobedecerme. ¿Tan cansado estás de vivir?
—Xiao Long, déjalo cumplir su misión. A mí no me interesa vivir, pero sí saber quién quiere matarme —intervino Sun Huí Shui con voz apagada. Nada tenía sentido para él. Si alguien iba a hacer el favor de terminar con su existencia, bienvenido fuera. Él mismo no tenía el valor, aunque lo había considerado.
—¡Lo oíste! ¡Habla ahora! ¿A quién sirves? —insistió la joven con dureza, acercándose al hombre caído.
—No pienso decir nada, niña —espetó con desprecio. Odiaba a esa mujer. Lo había humillado demasiado como para ayudarla.
Jiang Kumiko no perdió tiempo. Con una patada directa al estómago lo hizo doblarse de dolor, y en un movimiento rápido, le torció el brazo detrás de la espalda. Él quedó paralizado, sabiendo que un solo gesto más podía fracturarle el hueso.
—¡Habla o te lo rompo! —amenazó con frialdad—. ¿Para quién trabajas? ¿Quién te envió?
—¡BASTA! ¡LO DIRÉ! —gritó al borde del colapso. Ella aflojó ligeramente su agarre. “Si lo saben, me matarán. Pero si no lo digo, moriré aquí mismo. Un problema a la vez”, pensó mientras el dolor lo consumía.
—Chen Qiang. Él me envió.
—¿Chen Qiang...? No lo conozco —musitó Sun Huí Shui, perplejo—. ¿Qué tiene él contra mí?
—Nada. Alguien más lo contrató. No sé quién. Ya dije todo lo que sé. Dile a tu guardiana que me suelte.
—Xiao Long, basta. Ya obtuviste lo que querías —pidió el joven, pero ella lo ignoró. Con un rápido movimiento, le administró un dardo y lo dejó inconsciente.
—¿Por qué no me dejas morir? ¡No quiero seguir viviendo! ¡Esto es una tortura! —exclamó Sun Huí Shui, desesperado.
—Puede que seas un cobarde, pero no voy a dejarte morir —respondió ella acercándose.
—¡Tú no entiendes nada! —gritó con el corazón en pedazos—. Mi única cobardía es no haber terminado yo mismo con esto. Ellos destruyeron lo que era mi vida… y me condenaron a esta existencia vacía.
—¡Nada de eso! —exclamó, quitándose el velo del rostro y mirándolo directamente a los ojos. Tomó sus manos—. No voy a permitir que nadie te haga daño. Ni ellos, ni tú mismo. No puedo dejarte solo ni dos días porque ya estás al borde del abismo. Sabía que no podía dejar nuestra vida en tus manos.
—¿Qué significa eso? ¿Quién eres en realidad? ¿Qué quieres de mí, Xiao Long? —preguntó, abrumado por la confusión y el remolino de emociones.
—Mi nombre es Jiang Kumiko. Y mi deber es proteger a Sun Huí Shui.
—Eres muy rara… creí que te habías marchado.
—No es tan fácil deshacerse de mí. Solo decidí darte espacio… y protegerte desde las sombras. Alguien quiere hacerte daño. Y no pienso permitirlo.
—¿Quién te paga para que me cuides? —preguntó, sin comprender.
—No todo se hace por dinero, Huí Shui —musitó, poniéndose de pie y cubriéndose el rostro al notar que los otros comenzaban a reaccionar—. Vaya, las bellas durmientes despiertan. ¿Quieren morir o vivir? Tienen tres segundos para decidir.
—¡Esto no ha terminado, niña! —vociferó uno de ellos—. El enemigo de tu protegido no se rendirá. Y te hará pagar.
—Estoy aquí —respondió ella con voz firme—. Que venga. Lo estaré esperando… cuando deje de ser un cobarde y dé la cara. ¡Ahora lárguense o no seré tan amable!
Todavía desorientados, los intrusos se retiraron por el mismo punto por el que habían ingresado. Li Yong, el último en alejarse, echó una mirada llena de odio hacia Kumiko. “Otra vez todo a tu favor… pero tu suerte se acabará, niña”, pensó con rencor.