Baoying

Capítulo 32 (Final primera parte)

Algunos días más tarde, Jiang Kumiko y Long Kun se unieron en matrimonio. Se optó por una ceremonia privada, con la presencia únicamente de sus seres más queridos. El clan Dragon Soul se vistió de fiesta y casi todos compartieron la alegría de la pareja… casi todos, excepto Jiang Shun, que permanecía escéptico y completamente en desacuerdo con lo que consideraba una locura.

—¿De verdad vas a irte con él, prima? —preguntó Jiang Shun, con el ceño fruncido.

—Jiang Shun… Long Kun ahora es mi esposo. Lo acompañaré a donde sea que vaya. Alégrate por mí, comparte mi felicidad.

—Es solo que siento que te meterá en problemas. Por favor, cuídate mucho... Y si alguna vez necesitas ayuda, no dudes en buscarme.

—Gracias por siempre cuidarme. Nunca te lo digo, pero más que un primo, te considero como un hermano mayor. Te voy a extrañar mucho.

—Xiao Kumiko, no me mientas. No me vas a extrañar ni un poco. Estarás demasiado ocupada con tu amado esposo.

—¡Eso espero! No quiero que me veas llorando por extrañar a mis seres queridos —comentó Kumiko entre risas.

—Nadie quiere verla llorar —intervino Long Kun, llegando hasta donde estaban—. Ni una sola lágrima por mi culpa... o juro que lo lamentaré.

—Y créeme, lo harás. Si alguna vez la haces sufrir, te haré pagar —advirtió Jiang Shun, con una mirada fría y desafiante.

—Si alguna vez llego a herirla, me pondré a tu disposición sin ofrecer la menor resistencia —respondió Long Kun, sin desviar la mirada.

—Cuídate, Xiao Kumiko. Y recuerda lo que te he dicho —añadió Jiang Shun con voz amarga, antes de girarse y alejarse en dirección a su cabaña. Permanecer en la celebración le parecía absurdo si no creía en ella.

—Me detesta —musitó Long Kun, observando al joven mientras se alejaba.

—No puedes decir que no lo has provocado un poco.

—¿Yo? ¡Si soy un encanto de persona! No entiendo por qué tanto rechazo.

—Esa carita tuya no puede conquistar a todo el mundo. Algunos te amarán por lo que eres, mientras que otros te odiarán por exactamente la misma razón.

—¿Y tú? ¿A qué grupo perteneces? —preguntó él, mirándola fijamente.

Kumiko desvió la mirada, sonrojada.

—Al segundo —respondió con una sonrisa traviesa.

—No te creo —murmuró Long Kun cerca de su oído, provocando una risilla de la joven.

—Nunca lo sabrás con certeza —dijo ella, regalándole un guiño.

—Sí que lo sé… y eso me basta. Vamos, algunas personas quieren saludarte antes de que nos vayamos.

Long Kun la condujo hacia un pequeño grupo de tres personas. Kumiko los reconoció de inmediato: eran los abuelos y el único amigo cercano de su esposo. Los saludó con respeto y una cálida sonrisa.

—Ya eres un hombre casado, amigo… y vaya joya la que te llevas —comentó su amigo con una carcajada.

—Soy increíblemente afortunado. Mi esposa es perfecta. Desde hoy, mi vida le pertenece y cada segundo será para hacerla feliz —declaró Long Kun, tomando la mano de Kumiko, quien sintió su corazón latir con fuerza.

—Viéndolos así, no me cabe duda: serán muy felices —dijo uno de los ancianos.

—Totalmente de acuerdo —secundó el otro con convicción.

La pareja pasó un rato con ellos, compartiendo palabras afectuosas. Luego, llegó el momento de partir. Tras las despedidas, subieron a un vehículo dispuesto para llevarlos al hotel donde pasarían su primera noche como marido y mujer. Al día siguiente, partirían rumbo a su nuevo destino.

Media hora más tarde, llegaron al hotel. Kumiko, nerviosa, dejó que Long Kun se encargara de los trámites. Pronto les entregaron la llave de la suite nupcial. Subieron en el ascensor hasta el piso correspondiente. Al llegar, Long Kun abrió la puerta, introdujo el equipaje y, cuando Kumiko iba a entrar, la tomó en brazos.

—¿Qué haces? —preguntó entre risas.

—Sé que no es nuestra casa… pero aun así, quiero llevar a mi esposa en brazos —dijo con una amplia sonrisa.

Entró con ella en brazos y, ya cerca de la cama, la bajó con cuidado.

—Te amo, esposa.

—Te amo, esposo.

—Creo que estoy soñando...

—Veamos si es un sueño —dijo Kumiko con una sonrisa llena de ternura, y lo besó suavemente—. Sí, creo que es un sueño.

Long Kun acarició su mejilla con devoción, besando su frente y luego sus labios. Ese beso los envolvió en una intimidad serena, despertando los deseos más profundos de ambos. Con dulzura, sus labios descendieron al cuello y la clavícula de Kumiko, mientras sus dedos rozaban con reverencia su piel.

—Eres perfecta, mi esposa —susurró, contemplando la timidez que se dibujaba en el rostro de la joven.

Kumiko se sonrojó bajo su mirada. Long Kun le sonrió y le besó la mejilla. Luego se despojó del saco, el corbatín y la camisa, revelando su torso esculpido. Ella lo miró, luego alzó la vista hasta su rostro. «Él es quien es perfecto», pensó, mientras posaba su mano sobre su pecho, justo sobre el corazón, y lo besaba con suavidad.

Envueltos en ese momento mágico, se entregaron el uno al otro con ternura, respeto y una devoción sincera. Como si fueran de un material frágil pero poderoso al mismo tiempo, se cuidaron y amaron, reconociendo la fuerza que cada uno representaba en la vida del otro.

Ahora, en un avión comercial con rumbo a América, Kumiko observaba el cielo por la ventanilla. Nunca imaginó dejar su amado país, pero aunque la tristeza la embargaba, también sentía una gran alegría.

No sabía lo que ese cambio traería a su vida, pero tenía la certeza de que podría enfrentarlo… porque no lo haría sola.

—¿En qué piensas, esposa? —preguntó Long Kun, sacándola de sus pensamientos.

—En lo que nos espera en ese país tan distinto al nuestro. Tengo miedo… He leído tanto, y todo me parece abrumador.

—¿Qué podrías temer estando a mi lado? ¿Acaso no confías en mí? Nadie puede hacerte daño, y si alguien lo intenta… pagará el precio.

—No me gusta cuando hablas así —susurró ella, tomando su mano—. Ese resentimiento se refleja en tus ojos.




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