Bar Mon'tblank - El poder de una oportunidad (libro 2 - Sp)

Prólogo

«Nunca permitas que otros apaguen tu luz. La única garantía que tienes de ser feliz, eres tú misma». Marilyn Faneite.

 

§§

En un concurrido terminal de transporte público, una joven va de vehículo en vehículo pidiendo que la lleven a una ciudad vecina. Por su cuerpo desgarbado y su pelo enmarañado… entre otras fachas, a primera vista, se nota que se trata de una indigente. Ella mira con insistencia para todos lados, con bastante nerviosismo, como quien busca o se esconde de alguien.

—Señor, por favor. ¿Usted puede llevarme a…?

—¡No llevo desconocidos!

—Señora, disculpe. ¿Necesito llegar hasta…?

—¡Lo siento, estoy apurada!

—Señor, por favor. Necesito llegar a La Ciudadela o lo más cercano que pueda llevarme. ¡Se lo ruego! —habló juntando sus manos en señal de súplica.

—Jovencita, es tu día de suerte. No voy a La Ciudadela, pero sí muy cerca de esa ruta —respondió el señor.

—¿Puede llevarme… aunque no tenga dinero? —su voz cada vez tenía menos fuerza, como si no quisiera ser escuchada.

—No te preocupes, de todos modos, tampoco creí que lo tuvieras —respondió con obviedad, detallándola de pies a cabeza, todo en ella indicaba miseria—, pero tendrás que ir atrás con la carga. Si no tienes problemas con eso, entonces sí puedo llevarte.

—¡No hay problema!

Chilló emocionada, sin siquiera pensarlo por un segundo antes de responder. Ella sabía que ésta podía ser la única oportunidad del día, por lo que de inmediato se subió al camión, mezclándose con el resto de la carga de hortalizas que transportaba el desconocido.

Tuvo que soportar un rudimentario y muy estresante viaje de casi cuatro horas y aunque no llegó a La Ciudadela, como era su intención, el chofer del camión la dejó lo suficientemente cerca como para retomar el viaje al siguiente día. Una vez en su destino no programado, se dispuso a buscar un lugar ya que muy pronto oscurecería. Aunque el transportista le regalo un sándwich y un poco de jugo, aún tenía mucha hambre y sed.

«Dios mío… ¿Ahora qué haré? ¿A dónde iré?».

Pensaba, mientras la oscuridad iba llegando y la preocupación se iba incrementando. A lo lejos vio una iglesia, por lo que fue corriendo a su encuentro pensando que quizás allí le pudiesen dar alojo para pasar la noche, pero al llegar estaba cerrada y por más que buscó no pudo encontrar a nadie, por lo que siguió caminando hasta llegar a una plaza.

«Ni modo, hoy me toca pasarla aquí, total no será la primera ni la última vez que dormiré sola en una banca. De seguro mañana será diferente». Pensó, intentando darse ánimos a sí misma. Se acomodó lo mejor que pudo y estuvo bien hasta que, entrada la madrugada, llegaron otras personas reclamando su zona. Una mujer completamente ebria y molesta, le haló con fuerza, terminando de desgarrar su ya maltrecha ropa, para levantarla del lugar.

—¡¿Quién demonios eres, mocosa?! ¡¿Cómo te atreves a invadir mi propiedad?! ¡¡Mueve tu trasero y lárgate!!

—¿Qué? ¡Esto es una plaza pública! ¡Suéltame! —respondió aún envuelta en la bruma causada por el sueño, el dolor físico que embargaba todo su cuerpo y el gran cansancio que la dominaba, pero que rápidamente debía superar para poder librarse de aquella mujer, más al ver a otras dos acercarse. Se dio vuelta logrando controlar la situación y empujando a la mujer ebria quien fue a parar justo encima del otro par de extrañas, consiguiendo la oportunidad de salir corriendo y escapar de allí.

La joven ya había estado en las calles el tiempo suficiente como para saber defenderse, pero era la primera vez que se encontraba lejos de su pueblo. Después de todo no era más que una campesina indigente, solitaria y perdida en medio de una gran ciudad.

Corrió sin parar, lo más rápido posible, hasta que ya no veía a nadie cerca de ella y supo que estaría a salvo. Continuó caminando, recuperando el aliento, recorriendo las luminosas avenidas como una manera de mantenerse despierta, convenciéndose de que ya faltaba poco para el amanecer.

Al escuchar la sirena de un vehículo policial, el miedo se apoderó de ella por lo que de nuevo arrancó a correr, desviándose por varias calles hasta alejarse lo suficiente. Estaba tan cansada, con el corazón en la boca y la respiración entrecortada que se tomó un minuto para poder recuperar la calma y masajear un poco su adolorido cuerpo. En ese momento algo llamó su atención… una fachada tan radiante como elegante.

Al principio, pensó que se trataba de un teatro. A decir verdad, toda la ciudad era grande y con muchos edificios y lugares atractivos, al menos lo suficiente como para reparar en ello mientras no paraba de correr, pero éste lugar, en definitiva, resaltó entre todos.

«Bar Mon… Monblan… Bar Mon’tblank. ¡Qué manía de los ricos de usar nombres tan extraños!». Leía mientras curioseaba por los alrededores y buscaba la forma de entrar, pero otra vez su búsqueda fue fallida, allí no había nadie porque estaba cerrado.

Se quedó observando cada detalle de ese llamativo lugar. Notó que, a un costado, producto del mismo diseño arquitectónico del edificio, había una pared sobresaliente detrás de la cual pudo sentarse, acomodarse y quedarse quieta pensando en todo lo que sucedía en su vida, en particular lo que acababa de pasarle. Nunca antes se había sentido tan deprimida y desesperanzada, ella no quería seguir viviendo de esa forma.



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En el texto hay: romance, secretos, drama

Editado: 12.03.2022

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