Bar Mon'tblank - El poder de una oportunidad (libro 2 - Sp)

Cada cosa en su lugar

Siendo todavía un niño y después de perder a sus padres en un accidente automovilístico, Carlos quedó al cuidado de quien había sido su niñera desde que nació, su adorada Nonna.

Ella se encargó de todo lo referente a la casa y se convirtió en la única persona en quien él tenía depositada toda su confianza, pero con el paso de los años ella enfermó y también debió partir de éste mundo, justo cuando él tenía 18. Desde ese entonces, al menos unas 20 domésticas habían entrado y salido de su casa, con más penas que glorias, debido a que, cuando no hacían bien el trabajo, según Carlos, terminaban llevándose indebidamente sus pertenencias. Esto hizo que aumentara la desconfianza que ya tenía, de todo y de todos, comenzando a encargarse él mismo de su casa lo que, hasta cierto punto, le funcionó mejor.

Años después, cuando se sintió preparado para ello, decidió reabrir el Mon'tblank, negocio que heredó de sus padres. A medida que el lugar se daba a conocer fueron llegando clientes y con ellos más responsabilidades y aunque cada uno de sus empleados fue escogido como el mejor entre los mejores, al desconfiar de todos, Carlos nunca aprendió a delegar por lo que su tiempo disponible, entre su profesión de abogado y su negocio, fue reduciéndose cada vez más.

Un día, al regresar a su casa después de realizar algunas diligencias, sufrió un pequeño incidente cuando unas revistas que estaban mal acomodadas se habían caído al suelo y, sin darse cuenta, pisó encima de ellas y resbaló, cayendo de forma violenta, golpeando su cabeza contra el borde de la misma mesa que las contenía.

—¡¡Demonios!! —gritó peleándose consigo mismo debido a su torpeza y aunque no vio las revistas cuando llegó, el golpe en su cabeza fue lo suficientemente esclarecedor como para comenzar a mirar a su alrededor y notar el nivel de desorden en el que todo se encontraba.

Cuando se trataba del Mon'tblank, Carlos era muy exigente, cada cosa tenía un lugar y un orden, pero su vida privada y su casa, eran otra historia. Aún sentado en el suelo, recuperándose del golpe recibido entendió que necesitaba ayuda, debía encontrar alguien que mantuviera su casa perfecta, pero… ¿Quién?

«Ya he reunido suficiente para poder independizarme y arrendar algo, aunque sea pequeñito» —recordó a Sara.

—¡¿Estás loco?! ¡¿Ese golpe te atrofió el cerebro?! —gruñó cada vez más molesto— ¡No qué va! ¡Definitivamente eso no sucederá!

Durante algunos días él estuvo luchando contra la delirante y absurda posibilidad de negociar con Sara, pero al final reconoció que quizás no era una idea tan descabellada.

Ella necesitaba un lugar para vivir, pero no podía pagarlo. Él necesitaba de alguien que mantuviera su casa en orden y bien que podría pagarle con alojamiento, ya que la casa principal tenía un pequeño anexo, que en el pasado había sido de Nonna, el cual era bastante cómodo, con entrada independiente y además estaba amoblado, de esta forma ambos tendrían lo que necesitaban y su casa se mantendría impecable.

Ya él había visto con cuanto esmero Sara se dedicaba al Mon'tblank y pensó que, con la mitad de esa misma dedicación en su casa, al menos una vez por semana, él ya no tendría que preocuparse por estrellarse contra las mesas nunca más por lo que puso manos a la obra y le hizo la propuesta.

Al ver el anexo, el corazón de Sara estaba que se salía de su pecho de tanta emoción, aunque sabía que debía permanecer serena y madura delante de su jefe, al final no pudo contenerse y comenzó a dar infantiles saltos de alegría. Inclusive, en medio de su euforia, llegó a abrazar y besar a Carlos en la mejilla, pero éste fiel a su personalidad distante y amargada, se mantuvo tan firme como una roca, sin mostrar emoción alguna.

Ese lugar que él describía como pequeño y modesto para ella era casi como un palacio, era más… mucho más de lo que alguna vez se imaginó.

Era hermoso y contaba con una habitación, sala-cocina y un baño, todo amoblado, sólo faltaba un poco de limpieza y «¡viviría como una reina!». Por supuesto que aceptó, sin titubeo alguno, para ella mantener ordenada la casa de Carlos a cambio de vivir en semejante lugar era una verdadera ganga.

El ojiazul le mostró su vivienda y le indico todo lo que ella necesitaba saber. Como ya era costumbre, él no paso por alto leerle la infinita lista de limitaciones, advertencias y precauciones para dejar todo en claro y que el trato entre ambos pudiera funcionar como lo esperaba.

Al principio, acordaron que Sara se encargaría de la casa todos los martes, que eran su segundo día de descanso en el bar, pero ante tanto desorden, ella decidió poner manos a la obra un día después de la proposición.

«¡Esta casa pide orden y limpieza, pero a gritos!».

 

§§

Al finalizar, y después de una exhaustiva inspección, Carlos estuvo más que complacido con el trabajo realizado.

—¡Excelente! Hacía mucho tiempo que éste lugar no se veía tan bien —sonrió—. Gracias, Sara.

—Es lo menos que podía hacer, de hecho, soy yo quien debe darle las gracias, por permitirme vivir en el anexo. —respondió con la mandíbula desencajada, muy sorprendida. Ver a Carlos tan sonriente y amable, le hizo dudar hasta el punto de llegar a pensar que su jefe sufría de algún tipo de trastorno bipolar.



#2906 en Novela contemporánea
#26478 en Novela romántica
#4358 en Chick lit

En el texto hay: romance, secretos, drama

Editado: 12.03.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.