Barcelona bajo la piel

Capítulo 3 - Gaia

El ascensor de la redacción subió lento, como si también arrastrara el polvo del derrumbe en sus pulmones metálicos. Yo seguía temblando, aunque ya no hubiese escombros bajo mis pies. Me dolían los brazos, la cabeza… incluso los pensamientos. Todo en mí seguía atrapado allá abajo.

Empujé la puerta de la sala de edición. Luz azulada, teclados golpeando, café frío olvidado en vasos de cartón. Un refugio raro, pero refugio al fin.

Conecté la cámara. La tarjeta de memoria apareció en la pantalla.

Carpeta: Derrumbe 23:12h

Abrí, casi sin poder respirar.

Las primeras imágenes eran caos puro: polvo suspendido, sirenas manchando la noche, gritos que casi podían escucharse desde la pantalla. Fui marcando las que servirían para la crónica del día, intentando que las manos me obedecieran.

Pasé a la siguiente secuencia.

Y ahí estaban los sanitarios.
El chico tendido en el suelo.
Y él.

El médico.

Agachado sobre el cuerpo, presionando el pecho con una precisión que era casi una plegaria. Una urgencia que dolía solo de mirarla.

Hice zoom. Pude ver su mandíbula tensa, el sudor mezclado con polvo, la concentración absoluta de quien se niega a aceptar que alguien se le muera entre las manos.

Seguí pasando imágenes hasta que el pulso me dio un salto extraño.

Nueva toma.

Él levantaba la cabeza.
Y en el instante exacto en que yo apreté el disparador, sus ojos miraron directo a la cámara.

Me quedé inmóvil frente a la pantalla.
No era solo una mirada capturada: era una mirada devuelta. Como si él también me hubiera visto.

Eran ojos grises con un matiz azul que parpadeaba como si la luz no supiera en qué color quedarse. No fríos, no duros. Más bien una mezcla imposible: tormenta y calma en el mismo lugar.

Sentí el aire cambiar en mi pecho.

No sabía cómo podía ver tanto en una foto.

—¿Quién eres…? —murmuré, sin pensarlo.

La sala no respondió.
La imagen sí.

Hice más zoom. La pixelación empezó a vencerme, pero aun así la mirada seguía ahí. Intacta. Innegable.

Debería haberla enviado al equipo editorial. Era la mejor imagen que había tomado en meses. Pero no pude arrastrarla a la carpeta de selección.

Abrí otra carpeta.

Personal > 23-derrumbe-mirada
Y la guardé allí, como si esconderla fuera lo único correcto.

O lo único posible.

Me llevé las manos a la cara. Necesitaba salir de mi propia cabeza.

Y justo entonces vibró el móvil.

Bruno:
> Bruno: ¿Llegaste bien? Sé que fue heavy. Si necesitas distraerte, estoy en el bar de siempre. Vente.

Sonreí.

Bruno.
El hombre bueno. El que no esperaba nada a cambio y aun así me ofrecía todo: calma, risas, normalidad. Y yo sabía que él… quería algo más. Era imposible no notarlo. Lo llevaba en los ojos, en cómo decía mi nombre, en cómo buscaba mis silencios para llenarlos.

No debería haber aceptado. La imagen del médico seguía clavada en mí, y aun así mis dedos se movieron solos.

> Yo: Dame diez minutos.

Con Bruno, la vida no dolía tanto. Era sencillo, era luz.
Quizá eso era lo que necesitaba esta noche.

Miré la foto una vez más.
La tormenta gris-azulada seguía allí, intacta. Esperando algo de mí.

Sin permitirme pensarlo más guardé la cámara, cerré la sala y me recogí el pelo sin mucho esmero. No quería estar sola. No esa noche. Necesitaba un cuerpo cerca para recordarme que la vida seguía siendo vida y no solo polvo.

Salí. La puerta del ascensor reflejó mi rostro todavía temblando. Barcelona, herida y hermosa, me esperaba al otro lado de la calle.

Y caminé hacia Bruno… con los ojos de otro hombre prendidos bajo la piel.

No estaba aceptando la invitación de Bruno por Bruno.
Lo estaba haciendo para huir de la mirada que había atravesado el desastre… y se había quedado conmigo.




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