El día no había terminado de arrancar y yo ya iba tarde. Caminaba hacia el hospital con la sensación de que mi cuerpo iba medio segundo detrás de mis propios pasos, como si no hubiese terminado de encajar del todo en la ciudad desde que volví.
Me llevé los dedos a la mandíbula, apretándola para aliviar esa tensión que me despertaba desde hacía unos días. No era dolor, exactamente. Era… falta. Un hueco al que no sabía ponerle nombre.
Solo habían pasado tres días desde mi regreso y, aunque la guardia de hoy prometía ser tranquila, sentía que la rutina se me escurría entre los dedos. Debería estar agradecido de volver a la normalidad. De recuperar mi ritmo en el hospital, de volver a ver pacientes y diagnosticar y salvar vidas o intentarlo, al menos. Y sin embargo, algo dentro de mí todavía respiraba distinto. Como si el derrumbe todavía levantara una nube de polvo en un rincón de mi memoria.
Sacudí la cabeza. No. El chico se salvó. Había vuelto a casa con su familia. Esa imagen era la que tenía que sostenerme ahora. Esa, y no otras más antiguas que no me correspondía revivir otra vez.
El móvil vibró en mi bolsillo. Miré la pantalla: Bruno.
Contesté.
—Hermano —dijo él antes de que yo saludara siquiera—. Dime que sigues en Barcelona.
—Sigo aquí, camino al hospital —respondí, esquivando a un ciclista—. ¿Pasa algo?
Había algo en su respiración. En el espacio entre una frase y otra. Algo… nuevo.
—El sábado es mi cumpleaños. Quiero que vengas. No es negociable.
Sonreí un poco, pese al cansancio.
—Sabes que no soy muy de celebraciones.
Lo dije como quien repite una excusa vieja, pulida por los años. Pero la verdad era otra, y me atravesó en silencio, como siempre que alguien mencionaba una fiesta.
Las celebraciones dejaron de ser celebraciones para mí aquella noche en la universidad. Una discusión absurda, mi cansancio, su manera de beber cuando ya no sabía cómo pedir ayuda. Me fui del bar enfadado, creyendo que así le marcaría un límite. Que volveríamos a hablar al día siguiente.
Pero no hubo día siguiente.
El accidente ocurrió apenas dos horas después. Y desde entonces, cada cumpleaños, cada brindis, cada música demasiado alta me recordaba que yo no estuve. Que quizá podría haber cambiado algo si me hubiera quedado. O si hubiese sido capaz de verla de verdad, más allá de mi propio agotamiento.
Respiré hondo.
—Ya, pero esta vez es importante —insistió, y su tono cambió, como si hubiera dado un paso hacia un territorio más serio—. Quiero que conozcas a alguien.
Me detuve a mitad de la acera. Una pareja detrás de mí tuvo que rodearme. Me masajeé la mandíbula, intentando entender por qué ese nudo en mi pecho se apretaba de pronto.
—¿Alguien importante? —repetí.
—Sí —respondió Bruno, y pude escucharlo sonreír—. Diferente a todo lo anterior. No sé explicarlo, Gael. Solo… ven. Y mírala. Quiero que la veas como yo la veo.
No supe qué decirle. Bruno siempre había sido impulsivo, efervescente, enamorándose de la vida entera cada dos semanas. Pero esta vez su voz tenía una textura distinta. Como si hablara de algo —o de alguien— que había movido una pieza que él mismo no sabía que existía.
—Haré lo posible —contesté al fin.
Bruno soltó una risa suave, casi nerviosa. Como si él tampoco supiera en qué estaba metiéndose.
—Eso me basta. Luego te paso la dirección del bar. Nos vemos, hermano.
Cortó. Guardé el teléfono, pero no retomé el paso de inmediato. La gente siguió moviéndose a mi alrededor, ajenos a ese instante suspendido en el que algo se había desplazado dentro de mí, sin mi permiso.
Volví a caminar. Sorbí aire frío. Barcelona sonaba igual que siempre: frenética, hermosa, imperfecta. Pero yo ya no sonaba como antes.
¿Qué tenía esa invitación para que mi cuerpo reaccionara así? ¿Por qué sentía que algo estaba por chocar contra mi vida sin aviso?
Me masajeé la mandíbula otra vez. El hospital ya estaba a la vista, con sus paredes claras y su puerta automática esperando a devorarme durante horas.
Tal vez la rutina me devolviera la calma. O tal vez ya no hubiese calma a la que volver.
No sabía quién era esa persona que Bruno quería presentarme. No sabía por qué mi pecho había respondido antes que mi cabeza.
Pero mientras empujaba la puerta del hospital, lo sentí con una claridad que me atravesó:
El sábado no iba a ser un cumpleaños cualquiera.
Algo estaba viniendo hacia mí. Y aunque no conocía su nombre, ya lo estaba esperando.
#891 en Novela romántica
#282 en Novela contemporánea
destino amor prohibido, #deseoprohibido, #triangulos amorosos
Editado: 12.12.2025