Barcelona bajo la piel

Capítulo 12 - Gael

Bruno me empuja con entusiasmo hacia una mesa llena de gente, vasos y carcajadas. La música sigue latiendo como un corazón que no quiere bajar el ritmo, pero yo ya estoy en otro sitio. En el lugar exacto donde la perdí de vista hace unos minutos.

—Quiero que conozcas al amor de mi vida —dice Bruno con solemnidad de ceremonia.

—¿Otro más? —me río, porque lo conozco desde que nació y sé contar—. ¿Este sería… el número doce?

—Doce, sí —responde él, orgulloso, como si llevara una marca histórica—. Pero este es distinto.
Él se ríe, porque sabe que lo digo con cariño, pero mi atención está en otra parte. Hay rostros que no reconozco, compañeros del diario, gente que me saluda por compromiso o porque Bruno les habló de mí. Los escucho decir mi nombre, mi profesión, “el médico”, “el hermano mayor”, “el que siempre está ahí”.

Sonrío, porque se supone que debo hacerlo, pero algo dentro de mí solo busca una cosa.

No está aquí.

No la veo.

Una quemazón se me instala en la boca del estómago, absurda e injustificable. No tengo derecho a necesitar encontrarla. No sé quién es. No intercambiamos ni una palabra en el derrumbe. Pero mis ojos siguen midiendo la sala. La pista. La barra. La puerta.

Esa noche, en lugar del ruido del concreto cayendo, fueron sus ojos. Negros. Firmes. Encajados en mí como si fotografiaran mi alma mientras yo intentaba salvar una vida.

Y ahora no está.

Bruno se acomoda la camisa, orgulloso como si estuviera presentándome en una gala.

—Gente, atención un segundo —anuncia—. Este es Gael. Mi hermano. El héroe de la familia. El que salva vidas mientras yo corrijo artículos sobre ensaladas.

Risas, aplausos en broma, comentarios. Yo sonrío, porque es lo que se espera que haga. Pero no estoy realmente ahí.

Estoy buscándola.

No por curiosidad. Por necesidad.

Sigo escaneando el lugar, como si algo dentro de mí reconociera un movimiento antes de que ocurra.

Y entonces, pasa.

Un cambio en el aire. Una sombra que se desliza. Un silencio que corta la música, aunque esta siga sonando.

Y cuando la encuentro entre los rostros y las luces bajas, pasa otra vez: mi respiración se corta. No es ansiedad. No es miedo. Es algo más antiguo. Algo que se parece demasiado a recordar.

Y el mundo hace clic.

Ella tiene el pelo aún despeinado por el viento de la puerta. Sus mejillas tienen ese tono de haber estado respirando fuerte, como si hubiera tenido que convencer al cuerpo de volver.

Levanta la mirada.

Dios… ahí está.

No sé si se detiene ella o si me detengo yo. La música sigue, la gente habla, alguien me pregunta algo y Bruno responde por mí. Pero todo lo demás queda atrás, borroso.

Ella no sonríe. Tampoco frunce el ceño. Solo me mira. Como si buscara en mi cara una explicación que yo tampoco tengo.

Y entonces lo sé.
Aunque todavía no sepa su nombre.
Aunque nadie nos haya presentado.
Aunque la única conversación que compartimos haya sido el ruido del derrumbe y la cámara haciendo clic.

Es ella.
La mujer del edificio.
La fotógrafa.
La mirada que me sostuvo cuando la muerte respiraba cerca.

Mi mano se cierra en un puño sin darme cuenta.

No sé cómo, pero sé que si doy un paso hacia ella, todo cambia.

Y sin embargo, no me muevo.

No puedo hacerlo.

Bruno levanta la mano. Sonríe.

—¡Ahí estás!

Bruno la llama con la emoción de quien presenta una estrella.

—Gaia, ven. Quiero que conozcas a alguien.

Ella da dos pasos. Yo doy ninguno. No podría moverme aunque quisiera.

Bruno me toca el hombro, orgulloso, y lo dice como quien revela el giro final de una película que llevaba años esperando estrenar:

—Gaia, este es mi hermano. Gael.

Ella abre la boca, pero no dice nada. No puede. Yo tampoco.

Nos miramos.

Y en ese segundo —ese único segundo— lo sé todo:

Ella me recuerda. Yo la recuerdo.
Y ninguno de los dos estaba preparado para esto.

Entonces, antes de que Bruno pueda seguir hablando, antes de que cualquiera de los dos respire siquiera…

Gaia murmura, apenas audible:

—Tú.

Solo eso.
Una palabra.

Pero lo que siento al escucharla… es suficiente para saber que nada, absolutamente nada, seguirá igual.




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