Barcelona bajo la piel

Capítulo 13 - Gaia

Vuelvo a entrar al bar. El aire es más caliente que afuera, casi húmedo, como si cientos de pulmones hubieran estado respirando en mi lugar durante los minutos en que falté. La música vibra en la madera del piso, sube por mis piernas como una corriente breve, eléctrica. Todo huele a cerveza derramada. La mesa de compañeros se distorsiona entre vasos y risas que ahora ya no me incluyen. La canción cambia, pero mi pulso no registra el ritmo: solo busca algo que no debería estar ahí. Algo que no tendría sentido.

Lo encuentro.

Él está ahí.

No lo esperaba de inmediato. Creí que tendría tiempo de prepararme, de armar alguna explicación para este temblor que todavía disimulo. Pero mi mirada lo encuentra en un instante: los hombros anchos, la postura cansada, la cabeza inclinada hacia Bruno como si estuvieran retomando una conversación que no llegó a terminarse nunca.

Y entonces, como un golpe bajo, llega la certeza: yo lo conozco sin conocerlo. No es memoria lógica. Es memoria del cuerpo.

Bruno dice mi nombre, y mi corazón parece equivocarse de ritmo:

—Gaia…

Mis piernas avanzan, aunque siento la contradicción en cada paso: querer acercarme / querer escapar. La música sigue en el bar, pero para mí se vuelve algo más lejano, como si el sonido se hundiera en agua.

Bruno me sostiene del hombro, sin perder esa alegría orgullosa que lleva toda la noche:

—Quería presentarte a mi hermano. Gael.

Su hermano. Es el hermano se Bruno.

Su nombre cae sobre mí como un pulso de luz. Y entonces él me mira.

No es un reconocimiento lento. Es una colisión. Algo dentro de mí se abre, brusco, urgente. Su mirada gris con ese borde celeste —sí, el borde— me atraviesa como si recordara más de lo que debería. Como si mis dedos hubieran sostenido antes ese rostro. Como si el temblor en el suelo, las sirenas y aquel latido apresurado siguieran resonando bajo mi piel.

He visto su rostro en mi pantalla cientos de veces. Su gesto concentrado, su respiración forzada mientras reanimaba a aquel chico en la calle. El polvo en el aire. El temblor después. Y yo detrás de la cámara, disparando como quien toma aire para no morir.

Bruno aún rodea mi cintura, listo para decir algo más, pero alguien lo llama desde detrás:

—¡Bruno! ¡Ven un segundo, es urgente!

Él chasquea la lengua, nos mira a los dos, se disculpa rápido:

—No tardo. Hablad, ¿vale?

No, no vale. No estoy lista. No sé si alguna vez podría estarlo. Pero él ya desaparece entre grupos y luces y nos deja ahí, respirando una especie de silencio que no le pertenece al bar.

La música se vuelve borrosa. Las voces no nos tocan. Barcelona queda lejos. Todo es este instante. Él. Yo. Y algo que podría romperse de solo mirarlo demasiado.

Gael parece probar aire antes de hablar, como si dudara si tiene derecho a lo que va a decir. Pero lo dice:

—No pensé volver a verte, pero… te buscaba.

Las palabras son casi un susurro, pero caen sobre mí como una verdad que ya conocía antes de escucharla. Cierro los dedos para que no tiemblen. Su voz no debería afectarme así. No después de una noche que fue casi una herida.

Debería responder algo prudente. Un comentario neutral, casi elegante, algo que ponga distancia. Pero hay una presión detrás de mis costillas, como si mi cuerpo supiera la respuesta antes que mi razón.

Y sale:

—Te recuerdo.

El silencio después es distinto. Sus ojos se tensan apenas, como si esa confesión encajara en un sitio que llevaba mucho buscándose. Se inclina apenas hacia mí —no lo suficiente para que alguien lo note, pero sí para que yo lo sienta—, y su voz vuelve, más baja:

—Pensé mucho en ti. Quería saber si estabas bien, después de aquella noche.

El mundo se sacude, pero solo dentro de mí.

—Yo… también pensé en ti. Demasiado.—respondo, sin planearlo. Y es verdad o es vértigo, pero no lo retiro.

Sus labios se curvan en algo que no llega a ser sonrisa. Su mirada baja a mi boca un segundo. Un segundo suficiente para que mis piernas olviden la idea de mantenerse firmes.

—No fue casualidad que te encontrase aquella noche —susurra.

El suelo parece moverse bajo mis pies.

Gael roza mi muñeca apenas con los dedos. Un contacto mínimo. Brutal.

—Pensé que nunca volverías a mirarme así —dice, bajísimo.

Gael cierra los ojos. Muy despacio.
Y el mundo entero se sostiene del hilo de su silencio.

Y entonces entiendo: esto no es el final de nada. Es el comienzo de algo que no tiene nombre todavía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.