Barcelona bajo la piel

Capítulo 16 - Gael

Bruno vuelve a la mesa con una energía rara, como si necesitara ocupar un sitio que siente que ha perdido sin saber por qué. Se sienta al lado de Gaia, demasiado cerca, casi pegado, y me mira desde el otro lado como si quisiera leerme la mente.

Yo hago lo posible por mantener la calma. No lo consigo del todo.

—A ver —dice él, apoyando los antebrazos sobre la mesa—. Contadme. ¿Cómo que ya os conocíais?

Gaia traga saliva. Lo noto en su cuello, en ese gesto minúsculo que no debería llamarme la atención y aun así lo hace. Me mira un segundo, como si necesitara permiso para hablar, y entonces lo dice:

—Fue en el derrumbe —susurra, y podría jurar que todo el ruido del bar baja un tono.

Bruno gira la cabeza hacia ella, sorprendido.
Yo asiento.

—Yo estaba cubriendo la historia —continúa ella—. Entré con otros fotógrafos, pero en cuanto escuché el grito… fui hacia allí. Tú… —me mira— tú estabas encima del chico, intentando reanimarlo. El suelo se movía. Había polvo en todas partes. Tu luz… no sé cómo explicarlo. Te vi, y fue como si el mundo se… —Hace un gesto con las manos, buscando palabras—. Como si se estrechara hasta quedarse solo en esa escena.

Habla bajito. Casi para mí.

Bruno la escucha, pero no entiende lo que subyace.
Cómo podría.

Yo sí.
Yo estuve allí. Y estuve allí con ella.

—Yo llegué por la parte trasera del edificio —digo, intentando poner orden a mi propia memoria—. El chico apenas respiraba. Cuando escuché la cámara… pensé que era un estorbo, lo admito. Pero luego levanté la vista. Y te vi.

Ella se tensa apenas. Bruno frunce el ceño, curioso.

—Fue un segundo —añado—. Pero me quedé con tu cara. No sé por qué. Ese no era un momento para recordar a nadie. Pero… —me humedezco los labios— lo hice igual.

Bruno se mueve incómodo, como si no supiera dónde colocar las manos.

—¿Y el chico? —pregunta Gaia, muy suave—. ¿Sobrevivió?

—Sí —respondo sin pensarlo—. Costó, pero salió adelante. Estuvo semanas ingresado. Ahora está bien. Muy bien, de hecho.

Gaia baja la mirada. La emoción le sube de golpe; lo veo. Lo siento. Como si esa noticia liberara algo que había estado conteniendo desde aquella noche.

—Me alegro muchísimo —susurra.

No es una frase típica. No son palabras vacías. Le tiembla la voz.

Bruno se queda callado, mirándonos a los dos como si quisiera unir los puntos de un dibujo que no entiende.

Gaia inspira hondo.

—Esa foto que te hice… —dice, volviendo a mirarme—. No sé si debería enseñártela. Es… dura.

—Quiero verla —respondo. No como un pedido, sino como un impulso que me sale del pecho—. Quiero verla, si tú quieres mostrármela.

Ella duda un segundo. Baja la mirada hacia el móvil, como si el aparato fuese de repente demasiado pequeño para lo que guarda dentro. Sus dedos tiemblan apenas al desbloquearlo.

Bruno se inclina hacia ella, curioso, inseguro, tratando de entender qué es lo que se nos escapa.

Y yo me preparo para volver a ver aquella noche, pero esta vez a través de sus ojos.

Gaia sostiene el móvil un instante más del necesario, como si necesitara armarse de valor antes de enseñarme una verdad que solo ella había visto hasta ahora.
Bruno se acerca un poco, pero no demasiado. Creo que intuye que está a punto de presenciar algo que no entiende del todo.

—Vale… —susurra ella—. Aquí está.

Gira el móvil hacia mí.

Y el tiempo deja de tener la forma que tenía hace un segundo.

La foto no es solo una foto.
Es un latido detenido en mitad del caos.

Estoy yo, con las manos cubiertas de polvo, arrodillado junto al chico, mi cuerpo inclinado sobre el suyo, intentando devolverle un pulso que se escapaba. Y detrás… el derrumbe, la nube suspendida en el aire como si el edificio aún no hubiera decidido si terminar de caer o quedarse quieto.
Hay luz entrando por algún hueco improbable, golpeándome de perfil.

Y, juro, puedo sentir el temblor en el suelo otra vez.

No recuerdo haberme visto nunca así.
No recuerdo haber visto ese momento desde afuera.
Es violento y frágil a la vez.

—Es… —mi voz se rompe un poco—. Es fuerte.

—Lo es —admite Gaia—. La tomé cuando… cuando pensé que quizá no salía vivo. Ni él. Ni tú.

Trago saliva.
El bar sigue rugiendo alrededor, pero está lejos, muy lejos.

—No sabía que estabas tan cerca —digo.

—Sí —murmura—. Siempre estoy cerca cuando no debería.

Algo en esa frase me atraviesa.
Algo que no sé cómo nombrar.

Bruno se inclina un poco para ver la foto, pero Gaia, sin ser brusca, inclina ligeramente el móvil hacia mí, como si ese instante perteneciera solo a nosotros dos.
Él lo nota. Y aparta la mirada con un gesto rápido, incómodo.

—Es muy buena foto —dice al final, intentando sonar casual.




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