Barcelona bajo la piel

Capítulo 17 - Gaia

Bruno habla.
Habla mucho.
Habla rápido.
Habla demasiado.

Creo que lo sabe. Creo que lo siente.
Esa vibración rara que quedó flotando en el aire desde que Gael y yo dijimos “sí” al unísono, como si hubiéramos ensayado algo que ni siquiera entendemos.

Bruno se sienta a mi lado, tan cerca que su rodilla roza la mía. Ese contacto debería tranquilizarme. Siempre lo ha hecho.
Pero ahora… ahora me siento como si estuviera usando una talla equivocada de vida.

—…y bueno, ya sabes cómo es el jefe —dice él, haciendo un gesto exagerado con las manos—. Siempre pidiendo fotos imposibles.

Asiento. Sonrío.
Soy perfectamente funcional.
O eso aparento.

Pero mi mente no está aquí.
Mi mente está a medio paso atrás, donde Gael me rozó la mano como si hubiera abierto una línea del tiempo distinta solo con ese gesto.

Intento mirarlo de reojo, sin que nadie lo note.
Gael está frente a mí, apoyado en la barra, con los hombros tensos de forma tan discreta que alguien que no lo conociera no lo vería. Pero yo sí lo veo.
Lo noto en la mandíbula marcada.
En el dedo que golpea con suavidad la madera.
En la forma en que intenta parecer tranquilo.

En la forma en que fracasa.

Bruno me pasa un brazo por detrás de la silla y se inclina hacia mí.

—¿Te apetece bailar luego? —pregunta, y lo dice con esa ilusión amable que siempre me ha enternecido.

Antes habría dicho que sí sin pensar.
Antes habría bailado para olvidar, para soltar el día, para respirar.

Pero ahora… siento una punzada de culpa que no esperaba. No hacia Bruno.
Hacia mí.

—Después —respondo—. Estoy un poco cansada.

Bruno asiente, aunque noto en su mirada algo parecido a una duda. O a un miedo.

Gael levanta la vista en ese mismo instante, como si hubiera sentido el movimiento entre nosotros.
Nuestros ojos se encuentran por menos de un segundo, pero es suficiente para que todo lo que intento sostener empiece a temblar.

Debería apartar la mirada. Debería. Pero no lo hago. Ni él tampoco.

—Gaia —llama un compañero del diario desde la otra punta de la mesa—, ¿me guardaste las fotos del acto de esta mañana?

—Sí —respondo sin pensar—. Están en la carpeta compartida.

Mi voz suena casi normal. Casi.

Bruno se ríe de algo que dice el de al lado. Yo intento seguirles, pero hay un latido que no baja, una sensación que no me suelta.

Y entonces ocurre.

Gael se aparta de la barra y camina hacia nosotros.
No demasiado. No lo suficiente como para que llame la atención.
Solo un paso.
Pero es un paso que noto en el cuerpo entero.

Bruno lo mira.

—Tío, ¿estás bien? —pregunta.

Gael sonríe con esa calma que no engaña a nadie.

—Solo estoy cansado —responde.

Cansado.
Claro.
Yo también debería estar cansada.
Pero lo que siento no es cansancio. Es… anticipación.

Bruno vuelve a hablar, cambia de tema, inicia una discusión absurda sobre fútbol con dos del grupo. Yo debería participar, reírme, unirme.

Pero no puedo.

Porque mientras todos hablan, ríen, brindan y hacen planes para otra ronda, hay una línea invisible que se estira y se tensa entre Gael y yo.
Una línea que no existe, pero existe más que todo lo demás en este bar.

Me giro un segundo, como para buscar mi bolso o fingir cualquier cosa, y en ese instante él vuelve a mirarme.

No es una mirada larga. Ni intensa. Ni prohibida. Es una mirada simplemente… verdadera.

Y yo sé, con absoluta claridad, que esto no ha hecho más que empezar.
Que lo que sea que nos pasó aquella noche en el derrumbe no ha terminado.
Que no sé si quiero que termine.

Y también sé otra cosa: Bruno se va a dar cuenta. Tarde o temprano.
Porque hay cosas que ni el silencio ni la prudencia pueden ocultar cuando la piel ya lo sabe.

La música sube.
Alguien brinda.
El bar vibra.

Pero yo solo escucho un clic interno que me parte en dos.

El clic de algo que despierta.
O vuelve.

Y no tengo ni idea de cómo voy a sobrevivir a lo que viene.




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