Barcelona bajo la piel

Capítulo 18 - Gael

Desde la barra la veo.
No debería mirarla tanto. No debería mirarla así.
Pero… ¿cómo no hacerlo?

La luz del bar cae sobre ella como si la reconociera. Como si supiera que esos hombros, ese cuello, esa manera casi distraída de tocarse el pelo son, ahora mismo, el centro de un sistema que yo creía perfectamente estable hasta hace media hora.

Y sigo sin saber cómo procesarlo, verla ahí, moviéndose, respirando, riendo… es demasiado.
Más hermosa de lo que recordaba, más presente, más inevitable.

Intento concentrarme en el vaso, pero la realidad es que nada me interesa si no está ella en el plano.

Vuelvo a la mesa porque no tiene sentido seguir fingiendo.

Bruno sonríe satisfecho, como si volviera el equilibrio.

—¡Al fin, tío! Pensé que ibas a desaparecer otra vez.

Gaia levanta la vista justo en ese segundo.
Y otra vez la misma sensación: como si alguien nos hubiese atado el alma con un hilo muy fino y muy antiguo.

La conversación retoma el ritmo de antes: alguno habla de política, del caos general, del país que parece siempre en punto muerto.
Yo digo algo que normalmente solo comento con gente muy cercana: que un sistema sanitario fuerte es la base de todo progreso, que es inútil cualquier reforma si la gente no puede vivir con dignidad, y que no entiendo cómo seguimos discutiendo lo básico.

Gaia, sin querer, termina mi frase.
Literalmente.

—…sin salud nada funciona —dice al mismo tiempo que yo.

Nos quedamos los dos quietos.
Bruno aprieta un poco la mandíbula.

Pero no pasa ni un minuto y otra amiga de Bruno me pregunta:

—Oye, ¿y tú sigues con lo del voluntariado? Bruno siempre cuenta cosas tuyas, pero nunca coincidimos para que me lo expliques tú.

Bruno desvía la mirada, incómodo, como si no quisiera abrir ese capítulo.
Gaia, en cambio, se gira hacia mí con una atención casi eléctrica.

—Sí —respondo—. Sigo colaborando cuando puedo. Sobre todo con Médicos Sin Fronteras. Ahora estoy ayudando más desde aquí, porque con el hospital me cuesta viajar tanto como antes. Pero intento estar disponible para formaciones, campañas, recaudación…

Gaia apoya los codos en la mesa, como si la conversación se hubiera estrechado hasta dejarnos a los dos solos dentro de ella.

—¿Y cómo fue la primera vez? —pregunta con una voz que es curiosidad pura.

Me sorprende la pregunta.
Nunca nadie la formula así, con esa mezcla de inocencia y hambre de saber.

—Fue… —me quedo un segundo buscando la palabra— intensa. Te cambia la cabeza. Te ordena prioridades. Ves cosas muy duras, sí, pero también una humanidad que no ves en ningún otro sitio.

Gaia me mira… pero no como quien admira. Sino como quien reconoce algo. Como si esa parte de mí también formara parte de algo que ella ya sabía sin saberlo.

—¿Y lo volverías a hacer? —pregunta sin parpadear.

—Mañana mismo —respondo.

Ella sonríe.
Y es ese tipo de sonrisa que no se practica; la que sale sola cuando algo te conmueve sin pedir permiso.

Bruno lo nota. Claro que lo nota.

Y tipo acto reflejo se inclina hacia ella, acercándose un poco más de lo necesario, apoyando su mano en su rodilla.
Un gesto posesivo, casi automático.

Y, aun así, es como si Gaia no lo sintiera. Ni se inmuta. Sigue mirándome a mí.

La conversación avanza hacia la noche del derrumbe, el rescate, la foto. Volvemos ahí sin querer, como si ese punto fuese el centro de todo.

Cuando alguien menciona lo difícil que debió haber sido entrar en aquel edificio medio caído, yo digo:

—Había que hacerlo. No había tiempo para dudar.

Gaia asiente.
Exactamente en el mismo segundo.

Después ella cuenta cómo vivió ese día, cómo sintió la urgencia en el pecho cuando corrió detrás de la ambulancia, cómo hizo la foto sin pensarlo, como si la cámara se hubiese disparado sola.

Y yo… yo solo puedo mirarla sin perder palabra.
Seguimos hablando.
Y cada vez que abre la boca pasa algo que no tiene lógica:
terminamos frases del otro, cerramos ideas al mismo tiempo, respondemos preguntas en espejo.

Es ridículo.
Y fascinante.
Y peligroso.

Bruno lo mira todo en silencio. Demasiado silencio.

La gente alrededor sigue hablando, riendo, bebiendo… pero para mí solo existe esta línea invisible que va de ella a mí, tensándose más y más con cada palabra que intercambiamos.

Y aunque debería romperla, aunque debería mirar hacia otro lado… No puedo.

Porque Gaia me mira igual.
Como si también estuviera siguiendo ese hilo.
Como si la hubiera encontrado mucho antes que yo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.