Barcelona bajo la piel

Capítulo 19 - Gaia

Necesito respirar.

Después de todo lo que hablamos, después de cómo cada palabra entre Gael y yo parecía rozar un nervio vivo, siento que algo dentro de mí sigue vibrando.

Me levanto diciendo cualquier excusa —ni siquiera la registro— y camino hacia el baño intentando que mis piernas no delaten la verdad: estoy temblando.
Estoy ardiendo.
Estoy… desbordada.

El pasillo parece más largo de lo que debería. La música se amortigua, pero no del todo; sigue empujándome desde atrás, acompañando el golpe acelerado de mi corazón. Cada paso que doy me hace sentir el pulso en sitios donde nunca lo había sentido: en la base de la garganta, en las muñecas, en la boca del estómago.

En el baño, el espejo me muestra algo que no esperaba: no soy yo, o no la que creo ser.

Las mejillas encendidas, los labios hinchados de tanto apretarlos, los ojos… brillantes, demasiado brillantes, como si alguien hubiera encendido una chispa detrás de ellos.

Me paso agua fría por la nuca. La piel absorbe el frío un segundo… y luego arde más.

Mis manos se aferran al borde del lavabo porque, por un momento, siento que si me suelto voy a perder el equilibrio. Lo que sea que ha pasado entre nosotros —esa conexión absurda, inesperada, casi violenta— no quiere calmarse. Se mueve por mi cuerpo como una corriente eléctrica que no sé cortar.

Cuando salgo del baño, lo veo.

Gael.

Apoyado contra la pared del pasillo, con los brazos cruzados, la cabeza ligeramente inclinada… como si me hubiera estado esperando desde antes de que yo misma decidiera levantarme. Con una quietud que no es casualidad.

Y la forma en la que me mira… No debería existir en una primera noche. No debería existir sin historia.

Mi corazón da un golpe tan fuerte que siento el pulso en las orejas.
Él no se aparta. No pestañea. No duda.
El aire se compacta.

—Tenemos que hablar —dice Gael.

Su voz es firme, pero yo siento algo debajo. Una vibración contenida.

Yo bajo la mirada un segundo, porque si lo miro de frente demasiado tiempo… sé que algo en mí cede. Pero levanto la vista otra vez, inevitable, como si su presencia me tirara de un hilo.

Está tan cerca sin tocarme que mi propio cuerpo parece recordar cosas que no debería.

—Hoy no —añade, más bajo, como si la frase estuviera hecha para mi piel y no para mis oídos—. Aquí no. Pero esto… —hace un leve gesto con la mano, un gesto torpe, casi roto—. Lo que sea que esté pasando… no podemos seguir ignorándolo.

Mi garganta se cierra. Él lo nota. Lo sé porque se tensa, muy ligeramente, como si mi respiración lo afectara.

Y ahí estoy yo, sintiendo mi pulso desbocado, sintiendo cómo me late el cuello tan fuerte que temo que pueda oírlo.

—Es imposible —susurro. Mi voz sale más desnuda de lo que pretendía—. No debería estar sintiendo nada de esto. Eres… —la palabra se me atasca, pesada—. Eres el hermano de Bruno.

Y al decirlo, lo veo. Le atraviesa algo. No ira. No sorpresa. Dolor.

Se me encoge el pecho. Ojalá no me doliera a mí también.

Él da un paso leve, mínimo, pero lo siento como si avanzara kilómetros. Mi respiración cambia. Se me acelera, me delata. Él lo nota. Por supuesto que lo nota. Su mandíbula se marca más, como si la controlara para no hacer… no sé qué. No sé si tocarme, si apartarse, si hablar más fuerte o más bajo.

—Gaia… —dice mi nombre de una forma que casi me quiebra—. Lo sé. Créeme que lo sé. No deberíamos sentir esto. No deberíamos ni pensarlo.

Me mira como si estuviera sosteniendo algo frágil entre las manos.

—Pero está pasando —continúa—. Y fingir que no… es lo único que ya no puedo hacer.

Me falta el aire. Literalmente.

—Gael… —murmuro. Y su nombre me duele en la boca.

Él baja la mirada un instante, como si buscara fuerza en el suelo, y luego vuelve a mí con esa intensidad que me derriba sin tocarme.

—Dime cuándo —dice—. Un día. Una hora. Un sitio. Solo para hablar. Te doy todo el espacio que necesites… pero necesito saber que habrá un “después”.

Mi pecho se aprieta. Es demasiado. Es honesto. Es peligroso.

—No tengo tu número —digo, torpe, casi en un hilo. Y me odio un poco por sonar tan pequeña.

Gael exhala, y es casi una risa, casi un suspiro, casi una herida.

—Pues te lo doy —dice. Lo dice con esa voz baja suya que siempre me encuentra por dentro—. Llámame cuando puedas. Cuando te atrevas. Cuando quieras.

Cuando Gael empieza a dictarme el número, lo hace con la voz más baja que le he escuchado.

—Siete… seis… —murmura.

Yo acerco un poco el móvil para anotarlo y, sin querer, doy un paso hacia él. No sé si él también se mueve, o si solo lo imagino, pero de repente estamos muy cerca.

Demasiado cerca.

Justo entonces alguien sale del baño. La puerta golpea contra la pared y la persona pasa entre nosotros, obligándonos a pegarnos contra el mismo lado del pasillo para dejarle espacio.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.