Seguíamos ahí, en ese pasillo estrecho del bar, demasiado cerca, tan cerca que puedo sentir su respiración rozándome la boca. Su perfume, tan leve y tan suyo, me estaba enloqueciendo. Tenía la sensación de que si respiraba un poco más hondo, me lo llevaba dentro para siempre. Y aun así, ninguno de los dos retrocedía.
Ella aprieta los labios para contener algo. Para no dejar que se le escape lo que de verdad siente. Lo que sé que le quema igual que a mí.
—Desde aquella noche… desde la foto… —su voz tiembla, pero no de miedo; tiembla de verdad, de recuerdo vivo—. No consigo olvidarlo. No consigo olvidarte.
Su confesión me atraviesa como una cuchillada limpia. Todo mi pecho se tensa, como si alguien hubiese metido la mano entre mis costillas y apretado con fuerza.
Es exactamente lo que yo llevo semanas intentando no pensar. Semanas fallando.
—Yo tampoco —respondo antes de poder evitarlo—. Cada vez que cierro los ojos… vuelvo a ese instante. A tu forma de mirarme sin mirar. A cómo temblabas y aun así seguías. Ese momento me dejó marcado. Tú me dejaste marcado.
Me arde la piel. Porque la quiero tocar. Porque necesito tocarla.
Su mejilla. Su nuca. Su boca.
Cualquier parte de ella que me demuestre que no estoy loco por sentir esto.
Pero me quedo quieto.
Si la toco, no la suelto. Y lo sabemos los dos.
Ella se inclina un poco hacia mí. Muy poco. Casi nada. Un gesto mínimo que apenas existe… pero suficiente para que su calor me roce. Para que mi cuerpo reaccione como si me hubiesen soltado un chispazo directo al pecho.
—¿Y ahora qué hacemos? —susurra. Y su voz… dios. Esa voz me incendia.
—Bruno… esto puede destruirlo.
Su nombre cae entre nosotros como una piedra en un estanque. Rompe la superficie. Crea ondas que llegan a todo. A él. A lo que somos. A lo que fuimos. A lo que fingimos que no sentimos.
Trago saliva.
—No vamos a decidir nada hoy —le digo despacio, como si cada palabra pudiera desencadenar un terremoto—. Pero necesito verte. A solas. Sin gente. Sin miedo. Tú y yo. De verdad.
Gaia cierra los ojos un segundo, como si le costara sostener todo lo que queremos decir y no decimos. Respira hondo. Va a hablar…
Pero una voz irrumpe desde la entrada del bar:
—¡Por favor, un médico! ¡Rápido!
El instante explota. Se rompe como cristal.
Gaia se sobresalta. Yo me tenso. Mi cuerpo reacciona antes que mi mente. Instinto puro.
—Tengo que ir —susurro.
—Lo sé —responde sin apartar los ojos de los míos. Y ese “lo sé” me parte en dos. Porque lo entiende todo. Porque lo siente todo.
Doy un paso para marcharme… pero algo me detiene. Me giro hacia ella.
—Esto no puede quedar así —le digo, apenas audible.
Ella traga saliva. Da un paso —mínimo, casi invisible— hacia mí.
—Yo tampoco quiero que quede así —responde. Y su voz es tan real, tan frágil y tan fuerte a la vez, que siento que me falta el aire—. Gael… yo tampoco.
Si no me doy la vuelta ahora, no me voy.
Y si no me voy… no sé qué haría.
Camino hacia la entrada con el corazón desbocado. Siento su mirada clavada en mi espalda. La siento. Como si me tocara. Como si me temblara la piel.
Y lo sé.
Con una claridad brutal.
Esto no empezó hoy.
Y tampoco va a terminar aquí.
#891 en Novela romántica
#282 en Novela contemporánea
destino amor prohibido, #deseoprohibido, #triangulos amorosos
Editado: 12.12.2025