Barcelona bajo la piel

Capítulo 23 - Gaia

No he dejado de pensar en él.
Ni un solo minuto de esta maldita semana.

Da igual lo que haga: trabajar, ducharme, intentar dormir. Cada vez que cierro los ojos vuelvo a ese pasillo, a la pared fría detrás de mi espalda, a su respiración rozándome la mejilla, a ese segundo en el que pensé que iba a besarme… y yo habría dejado que lo hiciera. Dios, cómo habría dejado que lo hiciera.

Y sus ojos. Esos malditos ojos grises con ese borde azul que brilla cuando me mira. Me persiguen.

Toda la semana ha sido una tortura. Estuve mil veces a punto de escribirle. Llegar hasta el último segundo con el móvil en la mano, el mensaje a medio teclear… y borrarlo. Algo en mí —no sé si culpa, miedo o puro instinto de supervivencia— me frenaba siempre.
Porque escribirle sería cruzar una línea. Y yo ya estaba peligrosamente cerca del borde.

Bruno… Bruno seguía siendo Bruno. Atento, cariñoso, divertido, el chico que siempre me lo puso fácil. Y aun así, cada vez que me acariciaba la mejilla, cada vez que sus labios rozaban los míos, una ola de culpa me golpeaba hasta dejarme sin aire.
Porque no era Gael.

No podía seguir así mucho más. Mi propia mentira me estaba asfixiando. Pero tampoco quería destrozarlo. No se merecía eso. Nunca.

El viernes entré en la redacción con la esperanza patética de esconderme detrás del trabajo. Pero el ambiente estaba denso, como si algo me fuese a caer encima. Y ocurrió.

—¿Podemos hablar? —la voz de Bruno me alcanzó por la espalda.

Me di la vuelta despacio. Bruno tenía las manos en los bolsillos, el ceño tenso, y esa expresión rota que me hizo querer salir corriendo. Él también llevaba días mal. Se le notaba en los ojos.

Me llevó a una sala vacía. Cerró la puerta. Respiró hondo, como si estuviera reuniendo fuerzas.

—¿Qué te pasa? —disparó—. Llevas una semana rara. Me evitas. No respondes. Y cuando lo haces… siento que no estás.

Me apoyé en la mesa porque las piernas casi no me sostenían.

—Bruno… no estoy bien. Y te mereces una explicación —logré decir.

Su mirada era un puñetazo. No de rabia, sino de confusión. De miedo.

—¿Es por lo del sábado? ¿Por Julián? ¿Por la ambulancia? ¿O… hay algo más?

Y ahí se me heló la sangre. Ese “algo más” me atravesó entera. Tuve el nombre de Gael, ardiente, a punto de escapárseme. Podía decirlo. Podía arrancarlo de mí como quien se arranca una espina. Tenía la frase formándose en la lengua: Bruno, hay alguien más.

Estaba literalmente a un segundo de hacerlo.

Pero no pude. Me temblaron los labios. Me tembló el alma.

No. No podía clavarle esa verdad así.
No mientras yo todavía no entendía qué demonios me estaba pasando.

—No es nada que tú hayas hecho —susurré—. Solo… necesito tiempo. Estoy confundida. No estoy bien conmigo misma ahora mismo.

Bruno desvió la mirada, respirando como si cada palabra le pesara el doble.

—Gaia… —dijo con voz áspera—. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? ¿Para que… estemos bien?

Ese “estemos” me rompió. Porque él seguía ahí, dispuesto, sin saber que yo llevaba una semana entera ardiendo por otra persona.

—No… —murmuré, incapaz de sostenerle la mirada—. No ahora.

El silencio que siguió fue insoportable. Un silencio que olía a final aunque ninguno se atreviera a decirlo.

Bruno asintió, tragando duro.

—Vale… —susurró—. Gracias por decírmelo. O… por intentarlo.

Abrió la puerta y salió.

Yo me quedé allí, con las manos cubriéndome la cara, sintiendo cómo la culpa me aplastaba el pecho.
Pero por más que quisiera negarlo, esconderlo, arrancarlo…

La verdad era brutal y simple: Llevaba una semana entera sin poder pensar en otra cosa que no fuera Gael. En su voz. En la forma en que dijo mi nombre. En lo que casi pasó. En lo que todavía podía pasar.

Y ese pensamiento me estaba consumiendo viva.




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