Barcelona bajo la piel

Capítulo 27 - Gaia

Bruno volvió a la mesa con el móvil aún en la mano y esa expresión de “otra vez lo mismo”. Ya sabía lo que venía antes de que abriese la boca.

—Chicos —suspiró—, me tengo que ir a la redacción. Hay una entrega de última hora y están todos a las corridas.

Sofi resopló, Hernán levantó las cejas con resignación. Yo solo sentí que el estómago me bajaba dos pisos cuando vi el modo en que Gael levantó la vista. No fue descarado. No fue obvio. Fue… intenso. Como si estuviera preparándose para algo.

Bruno empezó a despedirse de todos. Un beso en la mejilla a Sofi, un apretón de manos con Hernán… y entonces llegó a mí.

—Nena —me dijo, con esa ternura automática que siempre me había parecido un refugio y que ahora me apretaba la garganta—, te dejo en buenas manos.

Miró directamente a Gael al decirlo.

Bruno se inclinó para besarme, como siempre, sin pensarlo demasiado. Como si fuera lo natural, lo que corresponde, lo que hacen las parejas.

Pero yo giré la cara.

No lo pensé. No lo planifiqué. Fue puro instinto.

Le di la mejilla.

Bruno parpadeó, sorprendido, pero no dijo nada. Me acarició el brazo como si quisiera quitarle importancia y se marchó rápido, dejando tras de sí un rastro de urgencia, de prisa… y de algo que no supe descifrar.

Cuando la puerta del bar se cerró detrás de él, se hizo un silencio extraño.

Sofi intentó recomponer el ambiente:

—Bueno… —dijo, levantando las cejas—, parece que se truncó el plan de cañas.

Hernán rió, relajado, ajeno a la carga emocional que había explotado sobre la mesa dos minutos antes. Parecía encantado con Sofi, y ella con él.

Sofi miró la pantalla de su móvil y frunció el ceño.

—Tía, me tengo que largar ya —dijo bajito, apoyando la caña en la mesa—. Mañana madrugo y si no me voy ahora, no me voy nunca.

Me dedica una mirada pequeña, cómplice, como si supiera exactamente lo que está dejando atrás. A mí y a Gael. A este incendio contenido.

—¿Te quedas bien? —me pregunta.

Asiento. Miento. No estoy bien.

—Perfecto —respondo.

Hernán —el amigo de Gael, al que apenas conocía de dos saludos torpes— intervino enseguida.

—Si quieres te llevo —le dijo a Sofi, sonriendo—. Hemos descubierto que vivimos a diez minutos. Te viene mejor que pillar taxi.

Sofi me lanzó una mirada que decía tranquila, respira, no estás sola, pero te voy a dejar muy sola igualmente.
La odié un poco. La quise otro poco. Y la odié otra vez.

—Pues… gracias —respondió ella, recogiendo sus cosas.

Se despidió de mí con dos besos rápidos. Se marcharon juntos, hablando y riéndose como si llevasen semanas conociéndose.

Y de repente, sin previo aviso… Nos quedamos solos.

Gael inclinó un poco la cabeza, como si necesitara verme de más cerca.

—Entonces… —murmuró él, con esa voz grave que me descoloca por dentro—. ¿Te quedas?

Yo no debería quedarme. Pero lo miré. Lo miré de verdad. Y supe que ya había elegido antes siquiera de abrir la boca.

—Sí —susurré—. Me quedo.

Fue solo esa palabra. Pero me atravesó entera. Respiré hondo, intentando ordenar algo dentro de mí.

No funcionó.

Y entonces, sin avisar, sin tocarme, sin moverse siquiera…
Gael dijo, en voz baja, muy baja:

—Tenemos que hablar.

Y el corazón se me desbocó.




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